LAS TUNAS, Cuba. — El pasado viernes —todavía sin conocer el accidente de paracaidismo que condujo a la desaparición de dos jóvenes militares, según reportaron varios medios— conversaba en Las Tunas con un excondiscípulo (oficial retirado de la Dirección de Operaciones Especiales (DOE) del Ministerio del Interior (MININT) y paracaidista con experiencia en misiones combativas en varios países.
En contra de su voluntad, su hijo siguió en la profesión, aunque en las Tropas Especiales de la Contrainteligencia Militar (CIM). Sin embargo, a diferencia de su padre, hombre callado y disciplinado, el joven, ya con más de 100 saltos, parece no tener la misma mesura que este. Esa falta de tacto o exceso de temeridad ya lo va acorralando entre sus superiores.
Los paracaidistas son personas que, inexcusablemente, estando aptas física y mentalmente son —o deben ser— adiestradas con meticulosidad para cumplir misiones militares, de bomberos agroforestales, como socorristas u otras tareas de alto riesgo en zonas de acceso difícil, donde no es posible llegar sino a través del aire, prontamente, para, con requerimientos muy específicos y personalmente, o en equipos, realizar acciones que a otros le serían imposible. De ahí la confianza en sí mismo que suele tener el paracaidista, ya sea militar, obrero o deportista.
La cantidad de saltos define la trayectoria del paracaidista. Si a uno de ellos otro le achaca, “usted no ha saltado más que desde una mesa”, esa es una prueba irrefutable de impericia. Y esa es la tragedia del hijo del otrora oficial de la DOE, porque, habiéndose quejado uno de sus compañeros por lo que consideró fallas en las cuerdas de su paracaídas, fue recriminado por el teniente coronel que hacía de instructor de su equipo, lo que hizo estallar al joven de marras quien, antes de saltar el mismo, desde niño se había formado como paracaidista viendo saltar a su padre y a sus compañeros en las demostraciones que aquellos hacían para la Sociedad de Educación Patriótica Militar (SEPMI).
“Por qué usted orienta eso… ¿Cuántos saltos tiene usted?”, preguntó el joven paracaidista al oficial instructor que dio la callada por respuesta, haciendo que el muchacho dijera: “Usted no ha saltado ni desde una mesa”, cuestión esta que, sin dejar de ser la más pura verdad, le causó no pocos problemas con sus superiores y hasta con su propio padre, acostumbrado él a callar y a obedecer, una tara que le ha acompañado por más de 30 años.
Traigo a los lectores esta anécdota porque cuando leí la noticia de los dos jóvenes paracaidistas desaparecidos en Playa Baracoa, provincia de Artemisa, por analogía, me pregunté: ¿Cuántos saltos tenían los desaparecidos? ¿Los entrenó alguien que “no ha saltado ni desde una mesa”? ¿Qué condiciones tenían los paracaídas? ¿Estaban acostumbrados a ellos o por primera vez los tocaron la mañana de aquel salto? ¿Sabían descender en el agua y de la trampa mortal en que se convierte un paracaídas cuando no se acciona correctamente en el medio acuático? ¿Tenían medios de apoyo navales y aéreos? Son demasiadas interrogantes sin respuestas para dos desaparecidos a la vista de quienes los vieron saltar, caer y desaparecer.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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