LA HABANA, Cuba. -El escritor Leonardo Padura parece tener dos problemas. El primero es su empeño en tomarse demasiado en serio a sí mismo. El segundo es creer que todo aquel que lo critica, lo hace por envidia. Pero también los lectores, críticos y francotiradores de Padura tenemos nuestros problemas. El más sobresaliente es la tendencia a juzgarlo como escritor a partir de su actitud en tanto persona, y olvidando su derecho a simpatizar o no con quien le salga de las reverendas ganas.
Al margen de los aspectos criticables en el comportamiento personal de Padura (que a mí, en particular, me tiene sin cuidado), si nos pusiéramos a descalificar a todos los escritores que han sido complacientes o cómplices ante las dictaduras, o que se han gastado existencias pusilánimes, oportunistas, codiciosas, pícaras, desvergonzadas… la verdad es que nos estaríamos perdiendo una gran porción de lo más trascendente en la historia de la literatura universal.
No quiero decir que la obra de Padura haya ingresado en esa prestigiosa historia. Me temo que no llegará a ingresar nunca. Pero es un hecho que sus libros son leídos y disfrutados en buena parte del mundo. Es el best seller de la literatura cubana de adentro (llamémosle manidamente así), con todo y lo regular, lo malo y hasta quizá lo bueno que ello pueda contraer, según para quién.
No disfruto los libros de Padura. Me cuesta un gran esfuerzo leerlos completos. Pero estoy muy lejos de ser un buen ejemplo como lector. Suelo abandonar cualquier libro, no importa quién sea su autor, si no me siento atrapado con los primeros párrafos. Rechazo a priori las historias trilladas, la pobre sintaxis, la estructura facilona y las tergiversaciones gratuitas de la verdad, salvo en los casos en que me divierten. Soy un lector muy aburrido, ya que me aburren casi todos los best seller. Kafkiano rancio como lector, suelo tomarme a la tremenda aquello de que un libro debe ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro. Así es que irremisiblemente Padura no alinea entre mis escritores preferidos.
Pero sinceramente no le encuentro la gracia al tiroteo perenne de recriminaciones que silba sobre su cabeza, sobre todo porque, como ya dije, la mayoría cuestiona al escritor pero por asuntos ajenos al fruto de su oficio. Creo que la gente –y en especial sus lectores, que son muchos- merecen que se les explique los reales motivos por los que tanto insistimos en que Padura no es un buen escritor.
Sin embargo, ocurre que aquellos a los que más parece inquietarles su popularidad y sus premios, suelen ser los que con mayor entusiasmo sobredimensionan el fenómeno Padura. Es curioso que él demuestre tan poco sentido del humor al rechazarlos, considerándolos resentidos y envidiosos, ya que en buena ley forman parte (involuntaria pero parte al fin) de su aparato de promoción. Son inductores de su fama, por torpe contraste. De la misma manera que el régimen (queriéndolo o no, o haciéndose el que no quiere) acepta muy complacidamente su papel como beneficiario de ese rubro de exportación (ideológica) que es Padura, una leyenda negra con mano zurda dada a maquillar ante los ojos del mundo la sucia y arrugada jeta de la revolución.