LA HABANA, Cuba. – El célebre cantautor cubano, Pablo Milanés tiene todo el derecho a dudar de las intenciones de la Casa Blanca en el acercamiento al gobierno de la Isla.
Su rechazo al establishment estadounidense se mantiene desde aquella rebeldía juvenil que tenía como telón de fondo la guerra de Vietnam, la instalación de los misiles nucleares en La Habana como parte del forcejeo político entre Washington y Moscú y el fervor revolucionario que en lo interno trasmutó a un populismo ultranacionalista que nos legó estas tempestades.
Lo que la llama la atención de sus recientes declaraciones para una televisora chilena es su tesis sobre la posibilidad de que la entrada masiva de capitales del otrora enemigo “destruya lo poco que queda de la ciudad”.
De no existir errores en la transcripción de la entrevista, la opinión del trovador es simple y llanamente un soberano disparate.
Si bien da un parte de los destrozos, por supuesto que pasando por alto referencias sobre el santo y seña de los culpables y cómplices, resulta difícil entender la hipotética intención de los inversionistas norteamericanos en correr las fronteras de la debacle material. Ellos están llamados a convertirse en los principales barredores de las ruinas que el socialismo ha sembrado en las 16 provincias del país.
Lo que debería preocupar son las talanqueras de Raúl Castro y su reticencia a removerlas con prontitud para que comience, parafraseando a Milanés, el Plan Marshall. No hay porque lamentarse de la invasión de dólares, tecnología, alimentos y recursos de todo tipo para adecentar una existencia que con el tiempo ha llegado a parecerse a la de los cerdos.
El autor de canciones que quedarán para siempre en el imaginario popular, acierta cuando afirma que los cambios pudimos haberlo hecho nosotros mismos sin la intervención de la superpotencia. Su razonamiento adquiere mayor vuelo cuando dice que el Estado siempre nos negó esa posibilidad.
Al margen de las coincidencias y desacuerdos con su discurso, no se puede negar que dentro del gremio oficial él ha sido uno de los más críticos frente a realidades que desde la coherencia y el pudor son imposibles de justificar.
Es probable que en la alusión que consideré desafortunada, haya en sí una metáfora para ilustrar la destrucción de los restos de la identidad nacional con el arribo de la acaudalada parentela del Tío Sam. Si es así me sumo a sus preocupaciones. De todas formas, el mal está hecho y con un esmero que da grima.
Pablito, ¿qué podemos hacer?
Creo que muy poco en un escenario de postguerra, donde los valores éticos y morales se fueron a bolina sin dejar fuera del inventario los derrumbes, la falta de agua, el hambre, los salarios de miseria y la idea fija de escapar hacia cualquier rincón del orbe.
Yo conozco quienes ordenaron los indiscriminados bombardeos. Precisamente hace un par de días vi a dos de ellos en las páginas del diario Granma.