HARRISONBURG, Estados Unidos. — La periodista independiente cubana Camila Acosta y su pareja han estado sitiados por estos días en su vivienda. En los últimos tres años, la reportera ha sufrido acoso policial en la calle, detenciones arbitrarias, citaciones, registros domiciliarios, robo de equipos de trabajo, bienes personales, dinero y hasta libros. También ha sufrido 10 meses de reclusión domiciliaria.
Pero Camila no es un caso excepcional, porque esa represión que ella ha sufrido es la misma que por años otros periodistas independientes y opositores pacíficos sufrieron y es la misma que por estos días sufren sus colegas Manuel de la Cruz, Luz Escobar y Boris González Arenas. En Guantánamo, a Niober García Fournier se le ha puesto vigilancia permanente frente a su casa, con la distinción de que se le permite salir a la calle, aunque seguido por dos oficiales de la Seguridad del Estado.
En prisión se encuentra el periodista Lázaro Valle Yuri Roca solo por ejercer su derecho a escribir lo que piensa. Los opositores pacíficos Manuel Cuesta Morúa, Berta Soler y Guillermo Fariñas han sido detenidos arbitrariamente por la Seguridad del Estado y amenazados para que no salgan a la calle, al menos por estos días. En prisión se encuentran Félix Navarro y José Daniel Ferrer.
De esa represión no se salva siquiera una de las personas más decentes e inteligente que he conocido, me refiero a Dagoberto Valdés, laico católico de reconocido prestigio nacional e internacional quien, desde hace más de treinta años, ha mantenido una actitud cívica y un ejercicio intelectual encomiables dentro de un pueblo hasta hace poco ciego y sordo ante las reflexiones y actos de estos y otros muchos adelantados, que se expusieron y exponen a todo en defensa de la democracia y los derechos humanos.
Los llamo así, “adelantados”, porque muchísimo antes de que existiera el latente estado de rebeldía nacional que hoy se aprecia en Cuba ellos se atrevieron a desafiar la fuerza descomunal de la dictadura sin contar con más respaldo que el de sus conciencias. Muchos de ellos han recibido por parte de la dictadura, como castigo a su “atrevimiento”, la negación del derecho a ejercer su profesión o siquiera al trabajo, por simple que fuera, unida al ostracismo absoluto o la cárcel. Algunos, como Oswaldo Payá y Harold Cepero, pagaron su osadía con la muerte. Otro número significativo tuvo que optar por el exilio.
Muchas de esas personas han recibido como respuesta a su actitud cívica una sanción que quizás duela más que las que pueda imponerles la dictadura. Me refiero a las burlas y descrédito que proceden de algunos en el exilio. Aquí mismo, en las páginas de CubaNet, he leído con profundo dolor como alguien que esconde su identidad tras el anodino epíteto de “Zorro” los ha acusado de ser buscadores de visa. Creo que se requiere tener un alma muy ligera —quizás sea una ciberclaria— para criticar a quienes plantan cara a la dictadura en sus predios, no desde la comodidad del exilio. Lo triste es que muchos de los que protagonizan esas bajezas, cuando estuvieron en Cuba, no fueron capaces de lanzar siquiera una trompetilla a un mural de un CDR.
Si hubo protestas el 11 de julio se debió a la confluencia de numerosos factores, entre ellos la formación de una conciencia nacional alternativa a la proclamada por la dictadura. Eso se alcanzó, en gran parte, por la labor abnegada y silenciosa de esos adelantados.
Hoy resulta una heroicidad salir por las calles cubanas con un cartel antigubernamental mientras se hace una “directa” que inmediatamente circula en las redes sociales. Pero el momento exige mucho más que eso. Los adelantados hicieron mucho más cuando actuar contra la dictadura era considerado demencial.
Cuesta mucho trabajo crear una conciencia alternativa en una sociedad tan cerrada, dependiente y manipulada por el Estado como la cubana. Hoy puede afirmarse que esa conciencia no cesa de crecer y fortalecerse, aunque aún no se exprese con total efectividad.
Solamente los comunistas empoderados en Cuba y genízaros al estilo de Manu Pineda, Ana Hurtado o Atilio Borón, por solo citar a algunos de los más zoquetes, tienen aún la desvergüenza de afirmar que Cuba es un Estado de derecho y, para más burla, democrático, como afirma el artículo 1 de la Constitución, el ejemplo más nítido de cómo un sistema presuntamente superior al capitalismo puede involucionar hacia una no declarada, pero real, monarquía constitucional socialista.
En Cuba no hay Estado de derecho desde el 10 de marzo de 1952. Desde entonces, varias generaciones de cubanos hemos vivido en un verdadero Estado de sitio, haciendo la salvedad de que durante la dictadura de Batista hubo prensa libre, sindicatos independientes, autonomía universitaria, varios partidos políticos, venta y posesión de armas y explosivos, sentencias absolutorias y hasta una amnistía que favoreció a los terroristas que fueron a asesinar de madrugada a otros cubanos el 26 de julio de 1953. Y aunque me duele reconocerlo, teníamos un pueblo más rebelde y digno ante las injusticias.
Que la clase que desgobierna a Cuba, un país con tantos problemas económicos, destine cuantiosos recursos humanos, materiales y financieros para vigilar las casas de los periodistas independientes y opositores pacíficos, o para amedrentar al pueblo y apresar a cualquier ciudadano que se atreva a expresar públicamente su opinión sobre la gestión de sus gobernantes y el sistema político, dice mucho del carácter mafioso de la dictadura.
El propio déspota mayor reconoció en la primera década de esta centuria ante un periodista estadounidense que “el sistema cubano no funcionaba ni para nosotros mismos”. La pregunta que entonces se hicieron muchos fue esta: “¿Entonces por qué lo mantienes?”. Nunca fue una pregunta retórica, mucho menos después de haber transcurrido entonces casi dos décadas de la debacle en Europa del Este.
Lejos de hacer esos cambios, Fidel Castro y su hermano optaron por un continuismo que no ha hecho más que seguir hundiendo al país. La razón de esa actitud siempre ha sido obvia: ellos no defienden su mal entendido y llamado socialismo, sino únicamente su permanencia en el poder.
Por esa razón en Cuba, desde 1959 hasta hoy, todo disenso ha sido considerado un ataque contra la seguridad del Estado. El 11 de julio aumentó la visibilidad internacional de la tragedia del pueblo cubano, la misma que por décadas han denunciado y enfrentado los adelantados.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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