LA HABANA, Cuba.- Al comienzo de este año, Casa de las Américas anunció su homenaje al poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, en ocasión del centenario de su nacimiento. El ilustre intelectual fue galardonado en 1990 con el Premio Nobel de Literatura. Falleció en 1998.
Sin embargo, lo acontecido hasta el presente dista mucho de lo que merece una figura de tanto relieve. En días pasados, sin aviso previo por los medios de prensa, se celebró un panel sobre la obra de Paz en la propia Casa de las Américas. Y este lunes 5 de mayo, el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello fue sede de una conferencia impartida por el investigador Rafael Acosta de Arriba, tal vez el más conocedor entre nosotros del quehacer del pensador azteca. Esta última actividad, que sí fue anunciada con anticipación, contó con una escasa concurrencia, en la que no había ningún funcionario importante del Ministerio de Cultura.
Ya en sus palabras iniciales, y por si alguno de los presentes lo desconocía, Acosta de Arriba se encargó de contextualizar la dimensión política del poeta: Octavio Paz fue un intelectual de derecha, muy crítico de la revolución cubana, y en especial de Fidel Castro. El conferencista reconoció la trascendencia de la obra de Paz, en especial sus aportes a la poesía y el ensayo. Llegó a calificarlo como “el gran prosista de la lengua castellana”, superior tal vez al ibérico José Ortega y Gasset.
En cuanto a los sucesos que llevaron a Paz a romper con el castrismo, Acosta de Arriba se limitó a repetir los argumentos que ha empleado el discurso oficial. Todo enmarcado en la desilusión que experimentó el intelectual mexicano con lo que ocurría en el mundo comunista.
Lo cierto fue que el distanciamiento de Paz se manifestó a partir de 1968, cuando tuvieron lugar algunos encontronazos de escritores cubanos con el aparato de poder, y llegó a su clímax en 1971, a raíz del encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. Mas, ya desde 1967, Octavio Paz iba perfilando su posición con respecto a la Cuba castrista. En una carta enviada a Roberto Fernández Retamar -hasta ese momento su amigo-, expresó: “Simpatizo con Cuba por lo que tiene de Martí, no de Lenin”.
A partir de ese momento, los libros de Octavio Paz dejaron de publicarse en Cuba, y hasta en las bibliotecas públicas se tornó difícil hallar algún texto suyo. En eso se basó Acosta de Arriba para afirmar que Paz es un autor prácticamente desconocido en Cuba, sobre todo entre las nuevas generaciones.
Los últimos amigos que el poeta mexicano tuvo en Cuba fueron Cintio Vitier y Fina García Marruz. Y la ruptura con ellos se produjo a raíz de la muerte de José Lezama Lima acaecida en 1976. Paz, como casi todos los observadores imparciales, opinaba que Lezama vivió en un ostracismo institucional los últimos años de su vida. Un punto de vista que no agradó al matrimonio Vitier-García Marruz, quienes ya se aprestaban a identificarse con el gobierno cubano.
Independientemente de la admiración que le profeso como escritor, siempre valoré la capacidad visionaria de Octavio Paz. En 1980, cuando aún nadie hablaba de la Perestroika y la Glasnot, escribió lo siguiente en su texto Ideas y Costumbres: “La solidez de la Unión Soviética es engañosa; su verdadero nombre es inmovilidad. Rusia no se puede mover. Si lo hace aplasta al vecino o se desmorona ella misma”.
Un certero anticipo de lo que ocurriría años después cuando Mijail Gorbachov intentó reformar el anquilosado socialismo soviético.
Contrasta grandemente el tratamiento dado a Paz con el ofrecido a otro Nobel, el colombiano Gabriel García Márquez. Ello demuestra que aquí la consideración política se impone a la cultural.