LA HABANA, Cuba. -Deben ser pocos los que ignoran que ningún cambio puede esperarse ya del régimen cubano, como no sea el de pequeños remedios en lo económico y mínimos ajustes en la administración socio-política, para que actúen como aliviaderos de la crisis y a la vez como pruebas de crédito ante la opinión internacional. Igualmente, son muchos los que aprueban la coyuntura o los que al menos se resignan, partiendo del criterio de que tales bálsamos representan un avance, por más lento que fuere, hacia la democracia.
Sin embargo, una cosa es aceptar lo irremediable de la situación, asumiéndola con optimismo, y otra bien distinta es dejarse engañar mansamente por los trillados y obsoletos recursos manipuladores del régimen.
La expectativa que ciertos voceros neo-oficialistas han creado en estos días en torno a la necesidad de que sea dictada una nueva Constitución de la República, trae toda la traza de una de esas avanzadillas que suelen lanzar por vías informarles los ideólogos del Comité Central. Pero no me sorprende (la fuerza hace costumbre) que tampoco sean pocos los que esta vez estén dispuestos a darle otro chance a la ilusión, poniendo a un lado la obviedad de que así como los boniatales no pueden producir sino boniatos, las dictaduras totalitarias están imposibilitadas, por su propia naturaleza, de crear leyes o estatutos auténticamente democráticos.
Bastó que el cebo fuese colocado en la vara por dos o tres blogueros (equipados, diseñados, bendecidos por el régimen para que les hagan la pala con “críticas constructivas”), para que de inmediato el asunto ocupara titulares en casi todos los medios que se dedican a informar libremente sobre la realidad cubana, mientras la prensa oficial “se hacía eco”.
En los medios democráticos, unos especulan sobre la probabilidad de concesiones que haría el régimen para impulsar la eliminación del embargo estadounidense, o para atraer a inversionistas del exterior. Otros, los más cautos quizá, consideran que los presuntos cambios constitucionales podrían ser producto de una reacción oficial ante las reiteradas exigencias de ciertas representaciones del movimiento opositor.
A unos y otros presento mis disculpas, pues no me gusta ser pájaro de mal agüero, pero, en primera, no creo que la corte de Raúl Castro actúe guiada por ese tipo de reacciones, mucho menos en temas tan sensibles como el de la constitución. Quien actuaba así era Fidel, y a nadie habrá que recordarle lo nefastas que resultaron siempre sus reacciones. Raúl y su equipo aplican a pie juntillas la vieja escuela del socialismo real, incluso cuando disfrazan de reformismo sus medidas, o tal vez en esas circunstancias es cuando proyectan aún más claramente su vocación de sóviets.
Eso significa que ahora mismo no estarían dispuestos a despegarse ni una micra de lo que tan fría, paciente y alevosamente estipularon en los llamados Lineamientos del Partido. Y ya que es así, no veo razón para que cifremos demasiadas esperanzas en que lo que hoy se comenta, como si fuera novedad, sobre posibles nuevos cambios constitucionales. Raúl Castro lo había anunciado claro y públicamente, desde el pasado año, en la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular: “será preciso armonizar los postulados de la Constitución de la República con los cambios asociados a la paulatina implementación de los Lineamientos”.
No obstante la evidencia, diríamos que otra vez están coincidiendo los cómplices y los críticos del régimen al ver perspectivas esperanzadoras en cuanto a esta posibilidad de una nueva constitución. Ya coincidieron antes al aprobar que se emprendiesen aquí reformas netamente económicas para evitar o demorar los cambios políticos. Y la verdad, no me parece que haya resultado demasiado halagüeña la actitud de los críticos al respecto.
Por otro lado, creo sinceramente que el régimen cubano no va a necesitar cambiar lo que no quiere cambiar en la constitución para que tarde o temprano sea levantado el embargo estadounidense. Creo que también la corte de Raúl lo considera así. Incluso, creo que no les apremia para nada el levantamiento del embargo. Lo que quieren los últimos caciques de la revolución fidelista, lo quieren para sí mismos, no para el pueblo. Y para lo que les queda en el convento, el embargo les beneficia más que perjudicarles.
A través de uno de los mencionados blog neo-oficialistas que han estado dando trigo al tema de la nueva constitución, una profesora de Derecho Constitucional (nada menos) de la Universidad de La Habana, opinaba que se debe “agregar mayor posibilidad de participación ciudadana en la generación legislativa” de cubanos. Pues, muy bien, casi bastaría con eso.
Toda vez que en Cuba lo que la gente necesita en materia de participación ciudadana es justo lo que están demandando casi todos los opositores, no estaría mal que la nueva constitución aboliera el precepto según el cual el partido comunista es el único que puede conducir los destinos del país. Que se contemple el pluripartidismo. No sería la solución de todos nuestros problemas, ni siquiera la solución de todos los problemas legislativos. Tampoco eso va a garantizar por sí solo el fin de la dictadura. Pero al menos justificaría las expectativas que ahora están creando.
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