LA HABANA, Cuba.- El pan siempre ha estado presente en la mesa de los cubanos. Antes de ser “nacionalizadas” (eufemismo empleado por Fidel Castro para despojar a empresarios y comerciantes de sus negocios privados), nuestras panaderías producían variedad de productos de alta calidad, capaces de deleitar el paladar más exigente. Un pan con mantequilla y café con leche era desayuno imprescindible en los hogares cubanos, y un sándwich o una media noche, una exquisita cena de épocas pasadas.
A partir de que el gobierno revolucionario expropió las panaderías, las irregularidades en la producción y calidad del pan han persistido durante años. Junto con la inestabilidad en el suministro, la falta de higiene tanto en las instalaciones como en la manipulación del producto ha estado entre las quejas más frecuentes de la población, si bien parecen haber caído en saco roto, dado que los organismos responsables nunca han emprendido medidas eficaces para erradicarlos.
Aquellas panaderías que la dictadura comunista arrebató a sus dueños para dejarlas destruir, hoy se encuentran en un estado lamentable. En ellas se elabora el pan de la cuota de racionamiento (el que se vende por la libreta), en medio de pésimas condiciones higiénico-sanitarias que durante años han constituido motivo de constantes denuncias, como es el derrame de aguas albañales por tupiciones, además de la presencia de peligrosos vectores tales como ratas, ratones, cucarachas y moscas, que pululan por falta de fumigación.
“Yo dejé de comprar en la panadería de 16 y Concepción”, me confesó al respecto una vecina, “desde que fui testigo de cómo una cucaracha caminaba por encima de un pan. Cuando se lo dijimos a la empleada que despachaba esa inmundicia que venden por la libreta, en vez de botarlo lo que hizo fue cambiarlo de tártara. Estoy segura de que ese le tocó a alguien de más atrás”.
Para vender el pan de la libreta se utilizan también contenedores por lo general mal ubicados en las aceras sin las más elementales medidas higiénicas. Se trata de las llamadas paneras, y quienes tienen ciertas posibilidades económicas evitan comprar en ellas.
Pero a pesar de todos sus defectos, el pan sigue siendo un aliado fundamental para engañar el hambre en la mayoría de nuestros hogares, además de ser el protagonista en la merienda de los escolares. Es por ello que cuando se creó la Cadena Cubana del Pan la idea fue bien recibida por la población, pues permitía la posibilidad de comprar el demandado alimento sin tener que acudir a la bolsa negra, además de que las condiciones higiénicas en esos locales parecían más adecuadas, y ofrecían un producto más o menos variado y mejor elaborado. Pero como siempre sucede en Cuba, aquella calidad y variedad no duraron mucho, lo que fue provocando una creciente insatisfacción con las consiguientes quejas de la población –incluso en las asambleas del Poder Popular–.
A eso se le añade que la demanda va en aumento a la par que disminuye la oferta, y esto obliga a la población a esperar durante horas frente a esas panaderías. A raíz de la creciente crisis evidente desde el 2018 y agudizada en tiempos de COVID-19 (aunque no es totalmente consecuencia de él), la escasez ha hecho implantar el racionamiento aun en la Cubana del Pan. “Esta es una situación muy difícil”, dice Ana Rosa después de pasar toda la mañana en una de esas colas, “hoy no fui a trabajar: necesitaba comprar pan porque no tengo arroz ni frijoles. Y ahora, para colmo, sacan un buchito cada media hora”.
Y es que, si bien la calidad del pan cubano ha sido una utopía durante estos 60 años, en los últimos meses ha estado tan malo que sólo el hambre y la falta de otras alternativas es lo que nos permite comerlo. Se alega que la harina es mala, pero es que además de eso, se ve que a los amasijos les falta el peso requerido y grasa. No basta con que tradicionalmente intenten justificar las deficiencias con las dificultades (reales o ficticias) para importar harina de calidad. Ya el pueblo está harto de pretextos.
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