LA HABANA, Cuba.- Notable controversia ha generado la reciente presentación de la Letra del Año, emitida por la Asociación Yoruba de Cuba, institución que reconoce y agrupa de forma “oficial” a los sacerdotes de Ifá, encargados de divulgar las predicciones de los orishas para cada año que comienza.
El 2018 se revela cargado de tensión y cierta expectativa, sobre todo en lo concerniente al proceso electoral que culminará con la designación de un nuevo mandatario, el cual, según “lo que está estructurado en Ifá”, deberá promover nuevas reformas. La polémica, sin embargo, ha sido un fuego cruzado entre los sacerdotes oficialistas, los independientes dentro de la Isla, y aquellos que ejercen su ministerio allende los mares.
Estos dos últimos grupos niegan las predicciones defendidas por los babalawos estatales, argumentando que se trata de una manipulación para apoyar la permanencia del régimen en el poder. Un postulado resulta especialmente conflictivo: “El hijo sigue el camino del padre”, lo cual ha suscitado enorme disgusto por encerrar lo que muchos consideran un intento para predisponer al pueblo en favor de la prolongación de la dinastía Castro al frente del país.
La enunciación es inquietante per se, pero más aún lo es el hecho de que el Noticiero Estelar de la Televisión Cubana se hiciera eco de los preceptos de la Letra del Año. En un país donde los medios de comunicación fueron secuestrados por el Gobierno hace casi sesenta años, donde durante muchas décadas fue condenada toda práctica religiosa, y donde en los últimos años se le ha otorgado una incomprensible prevalencia a la santería por encima de cualquier otra religión, ese inopinado proceder levanta, cuando menos, sospecha.
Parece que el gobierno renqueante intenta cobrar, en el año decisivo, los muchos favores que la comunidad religiosa afrocubana le debe. Es una movida lógica, y teniendo en cuenta la situación actual de la sociedad, podría catalogarse de magistral.
La Regla de Ocha —o santería— ha gozado de una apreciable legitimación en la historia social reciente. Distinguida por el Gobierno con la apertura de la Asociación Yoruba de Cuba, reconocida en todas las manifestaciones artísticas y culturales, devenida en actividad económica del sector privado —remunerable en ambas monedas— y revindicada como la práctica religiosa más popular en Cuba, la santería bien podría considerarse el brazo plebeyo de la Seguridad del Estado.
Está en todas partes, jerarquizada sobre la amplia gama de sectas religiosas vinculadas al cristianismo y el judaísmo. El aumento de personas vistiendo el blanco contrasta violentamente con un momento histórico, social y económico que demanda objetividad. El miedo, la sugestión, la incertidumbre y ofrecer garantías improbables de que la prosperidad llegará con solo nombrarla, constituyen la mejor arma del Gobierno cubano para asegurarse la mansedumbre de un pueblo masivamente dopado por la retórica, la mismidad y la desesperación.
No es de extrañar que cada enunciado de la Letra del Año 2018 llame a la pasividad y la obediencia. En ello radica el aporte de los llamados sacerdotes de Ifá, sus edecanes y los miles de fanáticos, a cambio del permiso oficial para poner en cada esquina animales degollados y otras ofrendas que se pudren bajo el sol, apestando la ciudad e hiriendo la vista de cada cubano civilizado, amante del orden, la limpieza y la vida.
Todas las religiones —desde el catolicismo hasta la última variante express del protestantismo— tienen su grado de compromiso con la cúpula del poder y actúan como pacificadores de una sociedad igualmente maltratada e irascible. Pero solo la santería mueve grandes cantidades de dinero y especies; por ende, el número de implicados tiende a aumentar.
Es un negocio redondo para demasiada gente que vive de la estafa y el engaño con la aquiescencia del Gobierno, mientras a éste se le garantice un diezmo y las numerosas conversiones que se realizan cada año, contribuyan a mantener el pulso de la vida política del país. En este sentido, la relación comercial ha sido un éxito: cada cubano que viste el blanco, es un rebelde menos.