LA HABANA, Cuba.- Cualquier persona amante de la democracia acepta que la separación de poderes es uno de los mecanismos fundamentales para el exitoso desenvolvimiento de la sociedad. Siempre estaremos en deuda con el pensador francés Charles de Montesquieu, quien en su ensayo El espíritu de las leyes, escrito en 1748, estableció lo adecuado de lograr un equilibrio entre los distintos poderes en aras de garantizar los derechos y las libertades individuales.
En ese sentido, y si hurgamos en nuestra historia, los cubanos podemos sentirnos satisfechos. Porque aún antes de lograr la independencia del colonialismo español, y en plena manigua, nuestros mambises se dotaron de una Constitución que reconocía ese principio democrático.
En efecto, este 10 de abril arribamos al aniversario 148 de que los representantes de la República en Armas se reunieran en el poblado camagüeyano de Guáimaro para darle forma constitucional a la contienda bélica. Allí, además de elegirse un poder ejecutivo encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, emergió un poder legislativo, la Cámara de Representantes, que sería garante del sentimiento anticaudillista que animaba a la mayoría de nuestros libertadores.
Un sentimiento que según cuenta Manuel Sanguily en su texto Oradores de Cuba, llevó a uno de los redactores de la Constitución, Antonio Zambrana, a expresar que “seamos primero republicanos que patriotas, y antes enemigos de la tiranía que enemigos de los españoles”.
Y no hay dudas de que la acción más audaz de aquella Cámara de Representantes fue la destitución del presidente Céspedes en 1873, cuando algunas actitudes dictatoriales asomaban en el comportamiento del hombre de La Demajagua.
La historiografía castrista y muchos de los intelectuales oficialistas, haciendo válido aquello de que “la Historia es una visión del pasado con ojos del presente”, no cesan de criticar la acción de aquella Cámara, la que califican de “traición”, “golpe de estado”, y otros epítetos por el estilo.
Sin embargo, para un observador que simpatice con la democracia y el Estado de Derecho, aun reconociendo el quiebre de la unidad que semejante hecho produjo en las filas insurrectas, la deposición del Presidente fue la prueba de que la separación de poderes funcionaba realmente en la República en Armas.
La exaltación de la separación de poderes cobra importancia en los días que corren debido a dos realidades que desconocen o amenazan con destruir, respectivamente, ese pilar de la convivencia democrática.
Por ironías de la vida, este nuevo aniversario de la Constitución de Guáimaro coincide con las asambleas de circunscripción del Poder Popular en Cuba. Un proceso que concluye con las sesiones de la Asamblea Nacional, donde los gobernantes se mezclan con el resto de los diputados para “gobernar” y “legislar” al mismo tiempo. ¿Separación de poderes en esas circunstancias? Por supuesto que ninguna. Semeja más bien una función de circo, donde los domadores trabajan con los animalitos amaestrados.
La otra realidad la apreciamos en Venezuela. Allí el poder legislativo soporta las presiones de un poder ejecutivo que quiere imponer su voluntad a toda costa. En ese contexto nadie duda de que lo poco que resta de democracia en la Venezuela chavista vaya de la mano del destino que finalmente encuentre la Asamblea Nacional de esa república.