MONTANA, Estados Unidos. ─ La hora de la unanimidad es el título de un valiente artículo en defensa de la libertad de expresión publicado en Cuba, en 1960, por Luis Aguilar León. Resultó ser la última defensa de la libertad de expresión en la Cuba de Castro. Dos días después de la publicación del artículo, el periódico fue confiscado y el profesor Aguilar obligado a abandonar la Isla.
En su profético escrito, Lundi ─como le llamaban sus amigos─ nos recuerda que la tolerancia de ideas es esencial para el avance de objetivos nobles, y alerta sobre una impenetrable unanimidad totalitaria en Cuba. Cuando surge la unanimidad de opiniones no hay voces discrepantes, ni posibilidades de crítica o de refutaciones públicas.
Lundi advierte de una unanimidad que silenciará las voces de libertad. Avisa que la unanimidad totalitaria es peor que la censura. “La censura nos obliga a callar nuestra verdad; la unanimidad nos fuerza a repetir la mentira de otros”.
Poco después del aviso de Lundi fue promulgada la política de sanciones económicas de EE.UU. hacia Cuba. El Presidente John F Kennedy emitía una orden ejecutiva en respuesta a las expropiaciones de activos americanos sin compensación por parte del gobierno de Cuba. Casi seis décadas después, el conflicto permanece sin resolverse y ese tema todavía domina la retórica alrededor de las relaciones entre ambos países.
Hoy, la unanimidad totalitaria en Cuba prohíbe una prensa libre. La administración Obama promovió un levantamiento incondicional del embargo y quienes estábamos comprometidos con los ideales de libertad fuimos etiquetados como intransigentes por no apoyar ese nuevo camino de reconciliación con el régimen.
El expresidente creía que la diplomacia y el incremento del comercio debían ser las nuevas luces orientadoras. Ese enfoque en las relaciones EE.UU.-Cuba dejó claro que la libertad del pueblo cubano ya no era el objetivo primario o la brújula moral de la administración. La consecuencia natural hubiese sido la legitimación, y quizás la perpetuación, de la tiranía cubana. Así, la unanimidad totalitaria permanecería intacta.
La administración Obama y quienes le apoyaban no le pidieron al gobierno cubano que cambiara sus métodos. En ese sentido, concordaron con el General Castro en que a Cuba no se le debe exigir que abrace valores democráticos ni que cambie su estructura de partido político único o su sistema de economía centralmente planificada. Yo discrepé.
Pero ambas partes coincidíamos en que los cubanos deben decidir su propio futuro, y apoyamos ideas que busquen mejorar el bienestar del pueblo.
Coincidíamos también en que la información es un bien de elevado valor económico que mejora nuestras vidas. La información crea valor, y juega un papel clave en la toma de decisiones y el desarrollo económico. Un bien maravilloso que no merma cuando se utiliza, y no quita nada a nadie. Obviamente, no hay mejor vía de mejorar el bienestar del pueblo cubano que mejorando su acceso a la información.
Entonces, en beneficio de la discusión, propuse un compromiso de acuerdo que hubiese mejorado el bienestar del pueblo cubano: ofrecer el levantamiento del embargo a cambio de una prensa totalmente independiente y libre en Cuba y acceso a Internet sin censura.
No se le pedía al General Castro que dimitiese o cambiase el sistema político y económico escogido. Nada se le exigiría al régimen. Además, hubiesen sido invertidos millones en la infraestructura para una prensa libre, y miles de nuevos trabajos se hubiesen creado en concordancia con los objetivos pretendidos por la nueva política
¿Qué mejor vía para ayudar a los cubanos a decidir su futuro que una prensa libre? ¿Bajo qué brújula moral puede alguien exigir tolerancia y prensa libre en un punto cardinal, y dejar de exigirlo en otro?
Sí, ya lo sé, el General Castro nunca hubiese permitido, ni permitirá, una prensa libre. ¿Y decían que el intransigente era yo?
Esta es precisamente la pregunta planteada por el Profesor Aguilar en su histórico artículo: “¿O es que para defender la justicia de nuestra causa hay que hacer causa común con la injusticia de los métodos totalitarios?”.
Sería mucho más hermoso y digno, escribió Lundi, ofrecer el ejemplo de un pueblo que se apresta a defender su libertad sin menoscabar la libertad de nadie.
El último libro del Dr. Azel es “Libertad para novatos”.
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