LA HABANA, Cuba. – El tornado que azotó a varios de los barrios más pobres de la capital en la noche del domingo 27 de enero dejó en su breve recorrido miles de casas destruidas, con derrumbes totales y parciales, techos y tanques de agua arrancados, así como el sistema eléctrico, hidráulico y telefónico colapsado. Sin embargo, llama la atención que los derrumbes se reportan casi únicamente en las zonas donde el fondo habitacional estaba más depauperado: en casas pobres, antiguas, de techo de tejas de barro o fibrocemento, muchas con barbacoas y otros agregados de madera. Casas que, en muchos casos, no habían sido reparadas durante décadas debido a las incesantes prohibiciones gubernamentales, la continua falta de materiales y la escasez de recursos de sus habitantes.
Desde las primeras horas del lunes, ante el llamado del gobierno para que la población participara en las labores de recuperación, no fueron pocos los que se dispusieron a prestar ayuda aun sin estar capacitados para ello y sin reparar en el peligro potencial, como le sucedió al joven Yerandy, residente en la calle Mangos, municipio Diez de Octubre, quien murió electrocutado al tocar un cable de alta tensión mientras cooperaba en la limpieza.
De igual manera, muchos acudieron con la mayor rapidez posible y sin ningún interés de lucro o propaganda a socorrer a los damnificados llevándoles comida, ropa y productos de aseo personal. Un gran ejemplo de solidaridad han dado los cubanos, pues de todo el país ha llegado la ayuda. También de cuentapropistas de la ciudad y hasta de otras provincias: me decía una vecina de Luyanó que han comido en estos días gracias a una “paladar” del Vedado que desde el primer día les trae comida gratis todas las noches.
Y es que la desgracia une a las personas, pero la unión del pueblo es peligrosa para la dictadura, que no está dispuesta a permitir bajo ningún concepto que se desarrollen vínculos fraternales de solidaridad y gratitud entre los cubanos, larga y sistemáticamente desunidos. De ahí que el gobierno frenara rápidamente esas manifestaciones altruistas individuales –que no constituyen delito–, para lo cual utiliza a los órganos represivos (Policía, CDR, FMC, PCC), aplicando su táctica habitual, “divide y vencerás”. Del mismo modo que no está dispuesto a dejarse arrebatar el mérito absoluto por la ayuda brindada: “No dejemos que nos quiten lo que es nuestro”, fueron las elocuentes palabras de Luis Antonio Torres Iríbar, primer secretario del PCC en La Habana.
A raíz de esta medida, la vicepresidenta de la Asamblea Provincial del Poder Popular (APPP), Tatiana Viera Hernández, informó que se les había dado instrucciones a los secretarios de las Asambleas Municipales –los únicos autorizados para recibir la ayuda– de anotar el nombre de cada donante y su contribución, para luego decidir cuánto y a quién será entregado, según las necesidades de cada damnificado. Afirmó, además, que los donantes pueden participar (o no) en el acto de entrega, según su deseo. Ese ofrecimiento de “comprobación” posiblemente se debe a la desconfianza de los ciudadanos en la correcta –y honesta– administración de la ayuda humanitaria, pues no pocas veces hemos visto cómo el propio gobierno vende las donaciones recibidas.
Por esa razón, no pocos consideran el procedimiento cínico, además de arbitrario e insensible, pues las necesidades de los afectados son inaplazables –más apremiante que recoger los escombros es tener comida, agua y abrigo–. Téngase en cuenta que la mayoría lo perdió todo (muebles, electrodomésticos, ropa, cobijas) primero con el tornado, y luego con las intensas lluvias que acabaron de destruir lo poco que les había quedado.
Asimismo, muchos consideran incorrecto que el gobierno venda alimentos en las zonas de desastre sin tener en cuenta la extrema pobreza en que han quedado sumidas esas familias. Además, según el criterio de los que la han comprado, como permanece cierto tiempo sin venderse y las cajitas no están bien tapadas ni refrigeradas, esa comida de dudosa calidad se descompone con facilidad, sobre todo la mortadela que, según afirman testigos, ya estaba verde.
La venta de alimentos y la prohibición de que los ciudadanos brinden ayuda de forma directa y segura a las víctimas de esta catástrofe irrita a la población, que se cuestiona cómo es posible que el gobierno no tenga recursos para darle ayuda gratuita a estas personas, y sí para que la mujer de Díaz-Canel, que no es funcionaria ni primera dama, acompañe a su marido por el mundo.
Han transcurrido ya más de siete días y los afectados aún no han recibido la mayor parte de la ayuda donada. No sería raro ver pronto en los medios los actos de entrega de la misma, para, como han hecho en otras ocasiones, especular con nuestras desgracias.