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Navalny vs. Putin & Co.

Alexéi Navalny, Vladimir Putin, Rusia
Alexéi Navalny y Valdimir Putin (Collage: Internet)

LA HABANA, Cuba. – Hace un par de meses fue noticia de primera plana el envenenamiento de Alexéi Navalny, prominente líder opositor de Rusia. Gracias a la solidaridad de la Alemania libre, que envió a Siberia un avión-hospital, fue atendido en Berlín, donde lograron salvarle la vida. Con el paso de las semanas, cuatro análisis distintos, realizados por científicos de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas y de tres prestigiosísimos países europeos, dictaminaron que el político ruso fue envenenado mediante un arma biológica surgida en la antigua URSS: el “Novichok”.

En aquella ocasión yo me hacía eco de lo declarado por don Alexéi: “Afirmo que Putin está detrás de este acto; no veo otra explicación”. Se necesitaba valor para expresar algo así, máxime cuando el líder prodemocrático ruso ha manifestado su voluntad de retornar a su Patria. Lo que no se requería era imaginación: un acto de terrorismo de Estado es la explicación más razonable del cobarde envenenamiento realizado con una sustancia que no está al alcance de cualquiera.

Pero lo que en octubre era un alegato no exento de especulación se ha convertido ahora en una certeza. En un documental disponible en YouTube y en un larguísimo escrito, Navalny afirma que, gracias a una investigación realizada por sus amigos, ahora cuenta con pruebas y datos de la conjura para asesinarlo. Pude acceder a esos materiales gracias a mi conocimiento del idioma ruso; espero que pronto ellos cuenten con traducción al inglés y —¿por qué no?— al castellano.

Las pruebas esgrimidas por el denunciante incluyen nombres y seudónimos, resúmenes biográficos y fotos de los acusados por él. Sus rostros —a fuer de sincero— más que a un equipo de individuos con conocimientos científicos y motivaciones supuestamente políticas, parecen pertenecer a una galería de antisociales comunes de la peor especie. Tanto el video como el texto tienen características de un thriller hollywoodense. Material para filmar una buena película hay de sobra en lo publicado hasta ahora.

Según don Alexéi, todos esos datos los consiguió gracias al trabajo de organizaciones y personas solidarias que se limitaron a usar la lógica para analizar las informaciones que lograron obtener. En sus alegatos, el político ruso insiste en el papel esencial desempeñado en las indagaciones por la corrupción imperante, heredada de la era soviética, pero que ha alcanzado su máximo esplendor en estos dos decenios de Putin.

Concretamente, se hace hincapié en la total falta de respeto que los transportistas rusos muestran por la privacidad de sus clientes. Las listas de pasajeros ofrecen gran interés para cónyuges celosos. Con el fin de detectar posibles infidelidades, estos se desviven por conocer los nombres de los compañeros de viaje de su mujer o marido. Lo mismo es válido para las llamadas desde teléfonos móviles. Esto ha propiciado el surgimiento de un floreciente mercado de esos datos personales que son —se supone— confidenciales. Como reza el refrán, “por dinero baila el mono”.

Navalny alega que fue de ese modo que él y sus amigos lograron detectar a un grupo de personajes que, contra lo que sugiere el cálculo de probabilidades, coincidían con él mismo en sus desplazamientos por ciudades poco visitadas del inmenso país. Y que, además, utilizaban para ello los medios de transporte público; no vuelos especiales (lo cual indicaría el grado de desintegración alcanzado hoy por Rusia y sus fuerzas represivas). 

En la mayor parte de los casos, esos sujeto utilizaban su propio nombre; en otros, seudónimos. Pero el primitivismo de los datos personales ficticios consignados en los falsos documentos de identidad nos invitan a dudar del término “inteligencia” que suele utilizarse en ese contexto. Con el presumible propósito de evitar confusiones, empleaban su mismo nombre, un patronímico que comenzaba con la misma letra que el verdadero, así como el apellido de su pareja. El día y mes de nacimiento eran los reales, y en el año se introducía una pequeña diferencia. Fue de este modo —dice Navalny— que los alias fueron descubiertos con facilidad.

No sé si creer a pie juntillas en el enfoque dado a este espinoso asunto por el dirigente prodemocrático ruso. Tal vez a lo averiguado usando la corrupción y la lógica, sería apropiado sumarle datos aportados por agencias de inteligencia extranjeras. O quizás información clasificada suministrada directamente a los opositores por algún “seguroso” ruso, asqueado al ver que la “ciencia patria” se ha convertido en un medio para eliminar a quienes discrepan; y el “aparato de inteligencia” del país, en una banda de vulgares asesinos. ¡Y bien chapuceros, para colmo!

En cualquier caso, lo que no cabe poner en dudas es que la denuncia se ha hecho pública. La pelota está ahora en el terreno de Putin y su policía política, conocida hoy por sus iniciales rusas FSB. Se trata del más reciente avatar de una larga lista de siglas y acrónimos macabros que desde 1917 han aterrorizado al gran país euroasiático: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, MVD, KGB… Pandillas caracterizadas por los tiros en la nuca, los campos de concentración con millones de huéspedes, y el asesinato hasta de niños (¿no recuerdan la familia del depuesto zar Nicolás II?).

El dictador Vladímir Putin tiene ahora la palabra.

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