MIAMI, Estados Unidos.- El llamado “Paquete”, que permite a los cubanos ver lo que acontece en el universo audiovisual internacional, presumo no incluirá el documental Navalny, recién estrenado en la plataforma de streaming HBO Max.
Los productores del “Paquete” han dado a conocer en numerosas oportunidades que no incluyen política y porno en su programación para que los órganos de la Seguridad del Estado les sigan permitiendo sus operaciones.
Navalny es un documental sobre Alexei Navalny, el principal antagonista del déspota Vladimir Putin, estrenado en el Festival Sundance del presente año y realizado por el canadiense Daniel Roher.
Para la oposición cubana y el público general de la isla Navalny es una suerte de manual conocido, tenso y preclaro —cual thriller—, sobre cómo funcionan los aparatos represivos criminales comunistas o post comunistas.
Alexei Navalny es también un influencer que domina plenamente las redes sociales, donde ostenta millones de seguidores, y desde donde denuncia la corrupción que rodea a Putin y su pandilla de poderosos oligarcas.
Confiaba en que la fama lo resguardaría de la muerte hasta que en el año 2020, cuando regresaba de Tomsk (Siberia), donde se había encontrado con sus seguidores, se enfermó súbitamente en el vuelo, que debió hacer un aterrizaje emergente en Omsk antes de llegar a Moscú para tratar de salvarle la vida.
En el hospital, médicos y personal, faltando totalmente a sus principios éticos y profesionales, en componenda con el régimen ruso, lo indujeron a un estado de coma y aseguraron que no era nada grave, incluso impidieron a su esposa el acceso al enfermo.
Gracias a la perseverancia de la valiente mujer, y a la presión internacional, lograron llevarlo finalmente en vuelo especial a una clínica alemana donde se recuperó y en la que revelaron que había sido envenenado por el agente nervioso Novichok, siniestro modus operandi que ha dado al traste con otras víctimas de Putin.
Opositores cubanos agredidos y desafortunadamente fallecidos en atentados similares, como los sufridos por Laura Pollán y Oswaldo Payá, pertenecen a la narrativa vengativa e impune originada en Moscú y ejecutada por sus discípulos aventajados del Caribe.
Peor, sin embargo, son los galenos que se prestan para estos pactos delincuenciales, mintiendo y borrando evidencia al igual que el médico cubano, miembro de la policía política, encargado de aniquilar física y mentalmente al artista y opositor Luis Manuel Otero Alcántara.
El documental expone, mediante profunda investigación periodística, al equipo de sicarios encargado de envenenar al líder progresista ruso, y el propio Alexei Navalny logra conversar largo y tendido con uno de los mismos, haciéndose pasar por cierto representante del régimen, quien debe averiguar dónde falló la operación para informarle a sus superiores.
El asesino hasta le deja saber que el veneno se lo colocaron en la ropa interior, aprovechando su estancia en un hotel durante el evento en Tomsk.
No obstante a la prueba tan contundente, dada a conocer públicamente a los medios de prensa antes de terminar el documental, el Kremlin desconoció las acusaciones y Putin —al igual que acostumbraba Fidel Castro— no pronunció el nombre de su enemigo, y llamó mentiroso a “la persona ingresada en un hospital de Alemania”.
La televisión oficialista de Moscú, donde abundan personajes como el deleznable Humberto López, del noticiero cubano, también la emprendió públicamente contra Navalny, acusándolo de trabajar para el enemigo como agente de la CIA, todo un lugar común de los aparatos represivos comunistas.
El documental no le pierde pie ni pisada a Navalny, quien resulta ser un padre de familia adorable, persona de paz y concordia, enfrentado a un monstruo grande y poderoso, sin piedad para sus potenciales enemigos.
Cuando se recuperó totalmente en Alemania, donde pudo emprender una nueva vida como exiliado, luego de tanto riesgo personal, decidió regresar a Moscú.
Sus partidarios, que lo esperaban en un aeropuerto, fueron violentamente desalojados y detenidos por la policía. El régimen obligó al avión a aterrizar en otro sitio.
La cámara lo sigue hasta la puerta de la aduana donde lo esperan para arrestarlo varios oficiales, quienes le advierten que se entregue pacíficamente porque pueden utilizar la fuerza si fuera necesario.
Navalny desaparece de la vista pública y ahora cumple una condena de nueve años en una prisión de alta seguridad. Recientemente se ha dado a conocer que pudiera ser extendida a 15 años por otras acusaciones de la fiscalía.
Sus partidarios fueron perseguidos y los miembros de la organización anticorrupción que fundó en Rusia han sido acusados de terroristas y escaparon al exilio.
Desde prisión Navalny trata de seguir luchando por sus derechos. Realizó una huelga de hambre, sin resultados, mas allá de poner su salud en peligro.
El justo opositor que presenta el documental Navalny, hombre de buen humor, inteligente, ocurrente, con la prestancia de un actor, quien solo busca la justicia en su patria, se disipa en el olvido de la dinámica noticiosa occidental. Las dictaduras confían en esa omisión y en la impunidad que las sigue protegiendo.
El valor y la permanencia del documental, mediante premios merecidos y participación en festivales, pudiera contribuir de algún modo a la lucha por su liberación.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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