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Moralejas que ofrece el derrumbe de un autócrata

MIAMI, Florida, enero, 173.203.82.38 -El primero de enero la prensa cubana dedicó un espacio particular para destacar el saludo oficial que enviara el presidente de Túnez El Abidine Ben Alí, en ocasión del aniversario 52 del triunfo de la Revolución. El mensaje del mandatario tunecino fue resaltado por los medios noticiosos de la Isla, entre los numerosos que por la efeméride hacen llegar numerosos gobiernos amigos o que mantienen relaciones con Cuba. En el caso del mandatario del país norafricano la rutina diplomática tenía un detalle digno de destacar. Se trataba del apoyo solidario hacia cinco agentes cubanos condenados en Estados Unidos por actos de espionaje, que el presidente de Túnez hacía patente al gobernante Raúl Castro.

Ben Ali se pronunció en la misiva a favor de fortalecer aún más las relaciones de amistad y cooperación con Cuba, e hizo hincapié en el deseo de llevar a cabo acciones conjuntas al servicio de los intereses de los dos pueblos amigos. La representación de la embajada cubana en Túnez organizó de inmediato una intensa campaña divulgativa dando a conocer este gesto amistoso de un aliado poco conocido en los ámbitos caribeños.

Mal le debe ir ahora a los funcionarios de la cancillería destacados por La Habana en la  legación diplomática tunecina, que en su euforia no supieron barruntar los malos aires que soplaban en el ambiente socio político del país donde estaban, y que traían presagios de un vendaval que acabó en apenas unas semanas con el amistoso presidente. Las primeras rachas habían sido anunciadas por el periodista Rasha Moumneh. En un trabajo publicado en los primeros días de enero, el reportero de Human Rights Watch narraba el acto de desesperación cometido en diciembre del 2010 por Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años que se prendió fuego cuando la policía le confiscó la licencia para vender vegetales. La muerte del graduado universitario originó fuertes protestas.  No fueron las únicas. El 22 de diciembre, las fuerzas represivas mataron a una muchacha de 18 años que se manifestaba por la muerte Neiji Felhi, otra joven de 24 años, quien se electrocutó en plena vía púbica,  mientras gritaba contra la miseria y el desempleo imperantes.

Ninguno de estos hechos ocupó la atención de la prensa oficial cubana. Tal vez los personeros de la embajada en Túnez prefirieron ignorarlos, pensando que el hombre fuerte sortearía la tormenta, combinando represión y  la demagogia.

El 10 de enero el presidente Ben Alí, casi a punto de ser derrocado por las revueltas populares, cargó contra las manifestaciones como “acciones terroristas imperdonables cometidas por bandas de delincuentes.” También acusó a ciertos intereses extranjeros de instigar a los grupos internos para manipular la realidad y perjudicar la integridad nacional. Un discurso que suena familiar en Cuba, donde otra dictadura lleva casi el doble de tiempo en el poder que lo que pudo contabilizar su socio africano. Pero esta vez la receta  añeja que apela a ingredientes conspirativos, planes desestabilizadores, dosificación de arrestos, control de la libre expresión y  un puñado de violencia represiva, no surtió el efecto esperado.

Facebook y los medios masivos de comunicación llevaron al mundo la verdad que intentaba  desfigurar el régimen tunecino.  La sociedad civil se encargó del resto. Fueron los periodistas, blogueros, abogados, opositores y ciudadanos comunes, los supuestos delincuentes y agentes manipuladores, que en vez de prenderse candela o lanzarse a un cable de 300 000 mega watts, prefirieron vender sus vidas a un precio mayor.

Es llamativo que en momentos en que el amigo solidario con los Cinco haya puesto kilómetros entre su persona y la gente enardecida, Juventud Rebelde diera cuenta de los hechos que terminaron con 23 años en el poder del gobernante norafricano. En uno de sus párrafos,  el escrito del diario de la organización juvenil comunista expresa que “Las protestas populares contra la corrupción, el desempleo y la carestía de la vida en Túnez comenzaron en diciembre pasado pero adquirieron un sesgo dramático a comienzos de esta semana (10 de enero) y se extendieron a la capital del país, a pesar de las fuertes medidas de contención empleadas por la policía y el Ejército.”

Ni la represión, que es a lo que se refiere el artículo cuando habla de disposiciones contentivas,  o las promesas de crear centenares de miles de puestos de trabajo, rebajar los precios de la canasta básica e investigar las denuncias sobre corrupción, de convocar elecciones legislativas emergentes y la abstención a una nueva candidatura para prolongarse en la presidencia, lograron apaciguar a una población que vio la oportunidad de acabar con la ambición ilimitada  del autócrata que los ahogaba. Buena razón para que saquen conclusiones en La Habana y emprendan de una vez la andadura por el camino correcto.