LA HABANA, Cuba.- Cuando leo en los titulares de la prensa oficialista que “ha sido rápida la respuesta a los daños ocasionados por la tormenta subtropical Alberto” –el ministro de la Construcción, René Mesa Villafaña, señaló que la cifra de daños totales en la vivienda ha disminuido a 5218 y en techos se contabilizan 926, y manifestó que constantemente se buscan soluciones puntuales a las afectaciones–, no puedo evitar pensar en Emma, una maestra jubilada de 84 años que vive en Santos Suárez, en una centenaria casa de viga y loza que desde hace años anuncia su inexorable derrumbe cubriendo muebles, pisos y cama con el polvillo rojizo que cae del techo.
En más de una ocasión me ha confesado que después de jubilarse –con 200 pesos de pensión– no ha podido pagarle a un albañil que contenga el deterioro del techo, aunque hoy ya es inútil, como inútiles han sido las gestiones por repararla: me comentó que hace algo más de cuatro años la arquitecta de Vivienda le dictaminó un cambio de cubierta, pero con sus bajos ingresos no puede costearlo, pues tanto los materiales como la mano de obra son muy caros.
Hace dos años se le derrumbó gran parte del portal y el revuelo ocasionado fue grande: vinieron los bomberos, la Policía, del policlínico y otra comitiva que no sabe ni quiénes eran. Prometieron que al otro día vendrían a apuntalar, pero no cumplieron. Emma se cansó de acudir y llamar a las instancias correspondientes, pero nunca consiguió ayuda alguna.
El 26 de mayo de este año, con las abundantes lluvias de la tormenta Alberto, el techo chorreaba por todas partes y se derrumbó el comedor. Y otra vez el mismo alboroto. La pobre Emma se puso muy nerviosa, y para tranquilizarla le prometieron llevarla a “un lugar” donde tendría cama, comida y un médico. Según me explicó un antiguo funcionario de Vivienda, seguramente se referían a un asilo, luego se apropiarían de la casa, que sería reparada para algún “afortunado” empleado de alguna de las instituciones involucradas.
Transcurrido casi un mes, el techo seguía sin apuntalar, así que Emma decidió escuchar consejos y se presentó en el Gobierno Municipal, donde, después de varias horas de espera, logró ser atendida por el vicepresidente Madam. Cuando le explicó que no habían ido a apuntalar y ella tenía programada una operación de cataratas para el día 26 de junio, este le aseguró: “Váyase tranquila, que esto yo lo voy a resolver”. Sin embargo, la anciana se quedó esperando y no se pudo operar. No fue hasta la semana pasada que se presentó el jefe de la brigada de apuntalamiento, Víctor Menéndez, con sus hombres y los materiales. Apuntalaron un cuarto, luego recogieron las tablas restantes y se fueron.
En más de una ocasión, los medios publican la recuperación de viviendas afectadas con la participación de determinadas Empresas. Según se dice este programa es muy efectivo. ¿Por qué entonces no se aplica en el caso de ancianos como Emma, que no tiene recursos ni el dinamismo necesario para emprender dicha tarea, y que en cualquier momento podría morir aplastada por el derrumbe del techo? Así se pondría en práctica la atención al adulto mayor, de la que tanto se habla, pero tan poco se hace.