MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Un perrito y una chaqueta sobre los hombros. Tal es el poder de la imagen que para muchos el recién fallecido Alfredo Guevara se resume a un contraste: Quentin Crisp en un entorno verde olivo. ¿Subversión? No. Sus afectaciones y excentricidades teatrales en épocas del UMAP y las depuraciones eran privilegios correspondientes a su cargo y nexos con la cúpula. Lenin en conversación con Lunacharskii llegó a afirmar que el cine era “el arte más importante para nosotros”.
Sergio Eisenstein en cada escena de ¡Huelga! llega a comunicar con pasión dramática la cara humana de la desigualdad, injusticia y explotación, elementos que llevan a la lucha de clases. Con la expresión directa de actores sin adiestramiento formal, una fotografía sin par, el corte, edición y montaje nos hacemos parte del fervor proletario. La Unión Soviética contaba con el talento de Eisenstein, genio que cambió la cinematografía occidental. Dziga Vertov transformó los noti-documentales llamados Kino-pravda. Pudovkin, otro gigante del cine, estrenó en el 1926 la gran producción Madre. Los afiches de estas películas y la actividad visual de los maestros del Constructivismo Soviético se estudian aún en los programas serios de historia de arte. Cuba no contó con esos colosos creativos. Se colocó en el mapa gracias a un acoplamiento favorable de fuerzas culturales durante los años sesenta. Alfredo Guevara supo aprovechar ese marco histórico para su auto-promoción y la estructuración mediante el cine de la mitología y retórica revolucionarias.
José Goebels, dramaturgo, graduado de Heidelberg (no de la Universidad de La Habana en el período caótico de Grau), utilizó para esparcir la ideología Nazi todo un imaginario estudiado. Para plasmarlo al cine contaba con la visión de Leni Riefenstahl, creadora de Triunfo de la fe y las laureadas Olympia y Triunfo de la voluntad. Sin una tradición de música seria (salvo los heroicos esfuerzos de María Teresa García Montes en Pro Arte Musical), Guevara así como las instituciones culturales de la isla tuvieron que echar mano a la Nueva Trova. No había un Wagner en Cuba. Para un occidente que se rebelaba contra la Guerra de Vietnam, creaba la cultura “hippie”, organizaba las manifestaciones del ’68, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés así como las producciones del ICAIC adquirieron grandiosa estatura.
Dentro de un proceso que al mejor estilo Savonarola hacía piras de libros (vienen a la mente Jorge Mañach, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Lidia Cabrera, el aislamiento de la poetisa Dulce María Loynaz, la censura de Cundo Bermúdez), Alfredo Guevara se erigió como figura intelectual en París. Desde su puesto en la UNESCO protegió a sus protegidos. Hizo oídos sordos a las quejas de Lou Lam sobre la producción y exportación de obra falsa de Wifredo Lam en Cuba. Aprovechó el intercambio cultural con Estados Unidos para publicar un exagerado ensayo en Cernuda Arte. De forma ofensiva a los estudiantes de historia de arte comparó chez Cernuda a un pintor formulario e inconsistente de la habanera Galería Acacia al veneciano Canaletto. Se quiso (en gastadas palabritas) “abrir un espacio”. Nunca sin embargo abrió las puertas de su país a los artistas de importancia que viven en Estados Unidos. Acacia nunca ha mostrado a Julio Larraz, Emilio Sánchez, Miguel Padura, la parisina Gina Pellón, ni al propio cubano-afroamericano Emilio Cruz.
Recientemente se analizó en Francia (“Cuba, l’art de la propagande”) la producción de ICAIC y los noticieros cubanos como propaganda. Para muchos cubanos en el exilio, la oferta de esta Reichsfilmkammer antillana todavía se ve como una gran cosecha de triunfos cinematográficos. Todavía el Miami-Dade College y hasta estaciones de televisión ofrecen como cine serio o quizás artístico lo que en Francia ya se exhibe como propaganda. Una ciudad con más rigor intelectual examinaría este producto dentro de “media studies” (estudios mediáticos): el ICAIC al servicio de los vaivenes en la política oficial, la institución como feudo, el festival y la escuela de cinematografía como entes de legitimación política a nivel internacional. Esta presencia del cine ICAIC en Miami responde a la necesidad de autovalidación de mucho personal de esa institución ahora residente en la Florida. Con una reevaluación de su pasado, lo verían quizás cancelado. Mostrar “los logros” del ICAIC y mantener su validez con estrenos en el corazón del exilio les otorga una sensación de permanencia y relevancia. El tiempo y los expertos dirán cuál es el magnum opus cubano, cuál de sus directores será considerado un Reifenstahl o el Eisenstein caribeño.
La misión propagandística (afín con la etimología del vocablo) no consiste sólo en propagar o difundir un proyecto ideológico sino en perpetuarlo. Mediante la repetición de consignas, imágenes, entretenimiento manipulado, el suministro de información parcializada se establece una coerción a la población subyugada mediáticamente. El esquema hegemónico no se cuestiona, es ya axiomático.
Sobre el difunto Guevara, su labor como ingeniero propagandista asume siempre un segundo lugar a su presunta orientación sexual. Al hacer un estudio bibliográfico de Guevara, aparece hasta en una pregunta dirigida al Máximo Líder por Vanity Fair: “¿Alfredo Guevara es gay?” Dado el historial homofóbico revolucionario, la pregunta era válida. Castro reconoció sus errores y recitó el “Yo confieso” en una entrevista para el periódico La Jornada de México. Su sobrina es ahora la mariliendra en jefe.
Un “outing” resulta difícil porque la evidencia se ciñe a chismes de pasillo en la ICAIC y especulaciones sobre amoríos. Más que “queer theory” (estudios gáis) que darían fruto si tuviéramos frente a nosotros una figura artística de importancia -no un burócrata- es mejor oírle hablar, repasar sus discursos, ver sus fotos. El perrito, la chaqueta y el desafío público al machismo fueron premios por lealtad al poder y sus labores como traductor y difusor de ideología y apologista en el extranjero. Alfredo Guevara fue el complemento cinematográfico de Alicia Alonso, que hizo del ballet un deporte nacional. Encarnó la decadencia decimonónica del esteta amanerado. Vivió en el poder absoluto la contradicción de ser Oscar Wilde en tierra de los Van Van.
Justo J. Sánchez ha sido un galardonado periodista en Nueva York que recientemente ha publicado en EL LISTIN DIARIO. Aparece con frecuencia entrevistado en programas de televisión nacional y ha sido consultado por THE WALL STREET JOURNAL y NBC Nightly News. Sánchez ha ofrecido conferencias en importantes ferias de arte como Art Palm Beach y ha escrito ensayos en galerías como Pan American Art Projects y Cernuda Arte.