LA HABANA.- No es jerga beisbolera. Es la frase con que un enfermero del hospital Emergencias, en el municipio de Centro Habana, describió su forma de tratar a los pacientes que acuden a la consulta del Otorrino. “Si no es así, te pasan por arriba (…) aunque se pongan bravos, yo tengo que ser el pesado de la puerta”.
Lo que motivó la reacción del sujeto fue una paciente que, habiendo soportado un agudo dolor de oídos durante cuatro días, fue a la consulta para que le hicieran un enjuague. Llevaba una remisión del Cuerpo de Guardia del hospital Calixto García, el cual, a causa de una extraña segmentación regional, solo ofrece ese tratamiento a pacientes de Habana Vieja y Habana del Este.
Como la mujer en cuestión es residente del municipio de Centro Habana, el médico que la atendió en el Calixto García la remitió, con un diagnóstico ilegible, al hospital Emergencias. Allí la recibió el enfermero de marras, con tal nivel de hartazgo que, en un país normal, le habrían prohibido interactuar con público.
En el incidente se conjugaron serios problemas de carácter y todos los defectos de un sistema que se empeña en subsidiar la salud pública sin tener con qué. El enfermero, además de negarse a practicarle el lavado de oídos a la paciente con el argumento de que primero hay que sacar un turno, rompió la remisión escrita por el facultativo del hospital Calixto García, dejando a la mujer sin ninguna prueba de todo el “peloteo” que había sufrido entre ambos hospitales, mientras paliaba las punzadas en el oído con gotas tibias de aceite de cocina, porque en las farmacias cubanas no hay medicamentos ni remedios naturales para el caso.
Al romper el diagnóstico, el enfermero no solo faltó a su código profesional y abusó de su autoridad como trabajador de una institución del sistema de salud; también incurrió en violencia de género al confrontar, agresivamente, a una mujer aquejada por un dolor constante. Lo hizo con la impunidad de quien está acostumbrado a tratar de esa forma a los pacientes y que estos acepten el vapuleo sin replicar, pero esa mañana sobrepasó los límites.
La señora venía acompañada por su hija, quien de inmediato puso el incidente en conocimiento de la dirección del hospital. Lo que había comenzado como un desacuerdo se convirtió en una discusión callejera en la que ninguno de los implicados tenía la culpa, pero tampoco tenían el coraje de reconocer de quién es la responsabilidad por el mal funcionamiento, el descontrol y la precariedad del sistema cubano de salud.
La respuesta de la Dirección al desagradable suceso fue que se le hiciera el lavado de oídos a la paciente ese mismo día, y otro “regaño” para ese enfermero tristemente conocido por su actitud abusiva. La mujer resolvió su problema, ¿pero cuántas personas han tenido que soportar que se les trate así de mal, solo para regresar a casa humilladas y sin haber encontrado mejoría?
En los policlínicos y hospitales cubanos el maltrato a los pacientes se ha vuelto una norma. No todos los médicos pueden ser acusados de proceder irrespetuosamente; pero algunos, y sobre todo el cuerpo de enfermería, muestran un nivel de brusquedad que raya en la mala educación.
En este caso específico el enfermero es, según la opinión de colegas y superiores, muy bueno en su trabajo, con 32 años de experiencia en el sector. Toda una carrera profesional no es suficiente para aplacar el ánimo quebrantado por un salario de porquería, la obligación de viajar desde Guanabacoa hasta Centro Habana dentro de un ómnibus dantesco, y la lamentable circunstancia de no disponer del mínimo instrumental para atender a los pacientes.
Por eso él no cree que tenga la culpa, y su prolongada frustración no le permite ver que el paciente tampoco la tiene. La crisis del sistema mina continuamente la humanidad de quienes deberían tener por premisa el cuidado y la amabilidad hacia quienes, atormentados por el dolor, acuden a buscar alivio.
No son justificables el proceder del enfermero ni la indolente respuesta de la dirección; pero las circunstancias en que permanecen las instituciones cubanas de salud, carentes de personal capacitado y recursos de todo tipo, obliga a sus empleados a menguar el nivel de exigencia, dejar pasar los exabruptos y no darle demasiadas vueltas a cuestiones de ética.
Siempre será preferible un enfermero de experiencia, aunque reciba a los pacientes con el bate en la mano, que un egresado de la escuela de enfermería sin saber siquiera multiplicar.