LA HABANA, Cuba. – La mayoría del pueblo cubano no se ha enterado de que Nicolás Maduro, además de exchofer de ómnibus y actual presidente de Venezuela por voluntad del fallecido líder bolivariano, Hugo Chávez, es un malabarista que se las ingenia para no perder equilibrio sobre la cuerda floja.
Nada más atinado para ilustrar su difícil situación frente al arrojo del joven asambleísta Juan Guaidó y sus miles de seguidores, que buscan ponerle fin a dos décadas de populismo, racionamiento y flagrantes abusos contra los derechos humanos de un régimen apoyado fervientemente por La Habana y el Kremlin.
El actual inquilino del palacio de Miraflores, sede del gobierno venezolano, no parece dispuesto a abandonar el puesto que conserva, gracias al respaldo del alto mando del ejército, la policía política, los destacamentos parapoliciales y algunos sectores de la población, que por adoctrinamiento o temores a ser objeto de represalias, siguen las pautas trazadas por el oficialismo.
Todos los medios de prensa en Cuba están volcados en la tergiversación de la realidad, mediante el ocultamiento de información, la difusión de medias verdades y el ensalzamiento del desempeño de Maduro en medio de una crisis que se agrava.
Sin embargo, valdría la pena preguntarse: ¿son señales categóricas del fin de un régimen empeñado en consolidar su autoritarismo?
Parece que sí, no obstante, vale la pena añadir otras interrogantes para una mejor comprensión del contexto: ¿Se mantendrán incólumes las presiones internacionales y la masividad y vigencia de las manifestaciones populares al interior del país?, ¿Cómo valorar el amparo de Vladimir Putin y decenas de intelectuales izquierdistas, algunos de renombre, al gobierno de Maduro?
Ya una vez el mandatario venezolano se salió con las suyas, tras enfrentar más de tres meses de protestas en las calles y segar la vida de más de 200 civiles por medio del perverso protagonismo de las tropas antimotines y pistoleros a sueldo.
Los vaivenes de la política obligan a moderar las expectativas en relación a dar por segura la caída abrupta del chavismo con la estampida de Maduro y sus más cercanos colaboradores.
Quien quita el uso de una maniobra dilatoria de última hora, que termine de alguna manera enajenando los esfuerzos de los venezolanos que quieren un retorno de la democracia y de los países que apoyan sus objetivos.
Rusia ya ha tomado cartas en el asunto, y de una forma bastante explícita, lo que determina una mayor complejidad del escenario.
Por su parte, los cubanos de a pie apenas tienen una vaga idea de lo que ocurre en el país sudamericano. No es menos cierto que con las discretas oportunidades de acceder a Internet pueden burlar el cerco informativo, pero, por otro lado, el poder emplea a fondo sus herramientas propagandísticas para manipular la realidad. Esto sin dejar de mencionar, la apatía sobre estos temas potencialmente conflictivos y los altos precios, a pagar, para conectarse.
De vuelta al tema en cuestión, Venezuela es una pieza de gran importancia en el ajedrez político mundial. El control de sus inmensas reservas de hidrocarburos, acercan las probabilidades de una escalada con implicaciones extra regionales. En ese sentido, las autoridades rusas parecen dispuestas a emplearse a fondo por mantener uno de sus bastiones estratégicos.
La dictadura cubana tampoco quiere perder las facilidades en la obtención de petróleo barato, por tal motivo hace todo lo posible porque no se pudran las intenciones de Maduro de continuar como el líder, cuasi dictador, de Venezuela.
No pocos cubanos consideran que el fin de la revolución bolivariana obligaría a la dictadura insular a poner en práctica un proceso democratizador. Mientras, el resto sigue inmerso en su guerra por la supervivencia, sin detenerse a pensar mucho en las noticias sobre este episodio. Su prioridad es tratar de comer tres veces al día, tener un jabón para bañarse, ron para olvidar las penas, un ventilador que los ayude a aliviar las tórridas temperaturas y una oportunidad, aunque sea remota, de irse a vivir a otras latitudes.
Veremos si, definitivamente, Guaidó asume todos los poderes como presidente y se cumplen los augurios de esos cubanos que ven posible la democratización en la Isla si llegara a caer el heredero de Chávez.