MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -Las relaciones entre las sociedades han tenido una gran utilidad no solo a nivel político o económico sino, además, a nivel cultural. La cultura no es patrimonio exclusivo de ninguna sociedad, etnia o ideología. Un intercambio entre las culturas aumenta la capacidad de aprendizaje de los pueblos así como la comprensión y aceptación de sus diferencias. Las culturas, cuando se aíslan, se desvanecen y solo quedan de ellas, si acaso, fragmentos y anécdotas. La globalización de la economía trae aparejada la globalización de la cultura.
Desde la antigüedad el ser humano experimentó la necesidad de interrelacionarse con sus semejantes. Primero a través del intercambio de bienes de uso y consumo y con el paso de los siglos esa elemental necesidad dio origen a los grandes intercambios científicos y tecnológicos. Hay quienes afirman que la originalidad científica y tecnológica es pura ficción pues en cada descubrimiento, cada innovación o cada invento están presentes experiencias ajenas.
Las recientes iniciativas promovidas a ambos lados del Estrecho de la Florida con el propósito de fomentar los intercambios culturales entre Estados Unidos y Cuba plantean, desde mi punto de vista, una gran contradicción. Los diseñadores de ese proyecto se basan en la necesidad de acercar a ambos pueblos, obviamente distanciados por barreras ideológicas y políticas. Desde esa perspectiva podría pensarse que los emigrados cubanos renunciaron definitivamente a su cultura y adoptaron otras formas de manifestación en su lenguaje, costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestimenta, religión, rituales, criterios de comportamiento y sistemas de creencias. Es decir, dejaron de ser cubanos. Dejaron de venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, de escuchar a Benny More, Celia Cruz, Olga Guillot o la Sonora Matancera. Dejaron de deleitarse con su gastronomía y de conmoverse cuando escuchan su himno nacional o emocionarse al distinguir entre otras la bandera de la estrella solitaria. Su bandera.
Se nota una gran distancia conceptual, humana y espiritual entre quienes fomentan esos intercambios.
El cubano íntegro y consecuente con su historia y sus costumbres mantiene un arraigo inamovible con sus valores y no es necesario que ningún “promotor” le lleve su cultura al ámbito del mercado, sujeta a las leyes de la oferta y la demanda.
La idea de que los artistas e intelectuales residentes en Cuba – muchos de ellos abiertamente admiradores de la dictadura e incluso firmantes de fatídicos documentos de respaldo a los fusilamientos – conseguirían un espacio en la conciencia del exilio cubano, resulta una imperdonable infamia.
Hay una gran distancia entre un intercambio cultural honesto y aquel donde predominan sórdidos intereses comerciales, económicos y propagandísticos.
El exilio cubano no ha perdido su identidad nacional pues mantenemos vivo nuestro sentimiento de pertenencia a la Patria añorada, unidos por la historia y las tradiciones, y más recientemente por nuestros fusilados, nuestros desaparecidos y nuestros encarcelados. Para nosotros la Patria no es un ente extraño, lejano ni olvidado y no necesitamos que nadie nos enseñe a acercarnos a ella ni a amarla. Nadie puede manipular nuestros sentimientos. Los valores de la cultura están íntimamente unidos a los valores de la libertad.
Si las autoridades estadounidenses sienten la necesidad de brindar a la tiranía cubana un trato excepcional para defenderse del peligro de un éxodo masivo, los cubanos del exilio tenemos la responsabilidad histórica y moral de hacer prevalecer nuestra cultura y nuestros valores y, sobre todas las cosas, tener bien claro que la autentica integración entre los cubanos no dependen de un trovador, un poeta, un humorista o un cineasta.
No podemos permitir que una elite cultural, divorciada del más mínimo compromiso con su pueblo y amparada en cuestionables principios constitucionales y jurídicos, pretenda imponernos sus dogmaticos argumentos.
La estrategia de los “promotores culturales” carece de una visión integral del papel y del lugar que ocupa la cultura y de su conexión con la libertad y la democracia.