LAS TUNAS, Cuba.- El 30 de noviembre de 1956, hará la friolera de 64 años, la Agrupación Católica Universitaria (ACU) comenzó por toda el área rural de Cuba un trabajo de campo para la investigación sociológica que llamó Por qué reforma agraria. Más de medio siglo después, y luego del 17 de mayo de 1959 aprobarse la Ley de Reforma Agraria, en lugar de solucionarse las carencias alimentarias detectadas en los habitantes de las zonas rurales esas privaciones se han multiplicado desde hace años y, hasta el día de hoy, son padecidas por los cubanos en mayoría abrumadora.
Según la investigación de la ACU, prolongada hasta 1957, en las zonas rurales de Cuba sólo el 4% de los entrevistados mencionó la carne como parte integrante de su ración habitual; el pescado fue reportado por menos del 1% de los encuestados; nada más el 2.12% dijo consumir huevos y sólo el 11.22% mencionó la leche en su dieta.
“¿Cómo subsiste el campesino con tan deficiente aporte de carnes, leche y huevos?”, se preguntaron los investigadores de la ACU.
La respuesta la encontraron en el propio campo cubano.
“Existe un hecho providencial y salvador: el frijol, elemento básico de la dieta campesina, por excepción, un vegetal rico en proteínas”, afirmaron los encuestadores, anotando en las conclusiones de su investigación:
“En otros países (de América) donde el maíz representa el papel de los frijoles en Cuba, las enfermedades carenciales son más frecuentes. Podemos asegurar sin temor a error que el campesino cubano no sufre más enfermedades carenciales gracias a los frijoles.”
Pero ahora en Cuba no hay frijoles. Y si según la ACU en la primera mitad del siglo pasado nuestra población rural no sufrió “más enfermedades carenciales gracias a los frijoles”, ahora, en pleno siglo 21, toda Cuba, no sólo los campesinos pobres, sin consumir suficiente carne, leche, huevos, pescado… ¡ni frijoles!, ¿cómo a las puertas de una epidemia de coronavirus de impredecibles consecuencias los cubanos se nutrirán debidamente para mantener un sistema inmunológico medianamente aceptable…?
Según fuentes oficiales, Cuba importa anualmente unos 2 mil millones de dólares en alimentos, lo que corresponde a algo así como al 80% del consumo nacional. Pero ni las empresas estatales que poseen el monopolio de la importación de alimentos tienen dinero para traer comida a Cuba, ni la agricultura en Cuba, con métodos de dirección estatista con “planes de entrega” de producciones al Estado, hoy produce lo que los cubanos deben llevar a la mesa.
Alarmados por la escasez de alimentos para sostenerse ante la pandemia de la COVID-19, los cubanos están pidiendo a las autoridades incluir alimentos deficitarios en la cartilla de racionamiento, que recién cumplió 58 años y quizás sea la libreta de su tipo más longeva del mundo, pues está vigente desde el 12 de marzo de 1962, cuando fue promulgada por el entonces primer ministro Fidel Castro la Ley No. 1015.
Pero si al establecerse el racionamiento la cartilla estipulaba comestibles e insumos para hacer tolerable la existencia en tiempos de crisis, el suministro racionado fue menguando y deteriorándose cada día más, hasta convertirse la carne de res en picadillo mezclado con soya, y, hacer confesar la pasada semana a Díaz-Canel que productos que la población pide racionar sencillamente no pueden integrar la cartilla de racionamiento porque no tienen cómo adquirirlos.
Cuando es posible adquirirlo, un paquete de dos libras de frijoles negros importados de México en las Tiendas Recaudadoras de Divisas estatales cuesta 2.40 CUC (dólares), esto es 60 pesos. La libra de frijol entre particulares costaba 15 pesos, ahora cuesta 25. El arroz con frijoles que para nuestros campesinos pobres allá por los años 50 del pasado siglo era el plato del día a día, salvándolos de la inanición, hoy en Cuba constituye un lujo.
Cual asado a la barbacoa, los cubanos están puestos a la mesa para un banquete caribeño del coronavirus por una razón sencilla: además de una población envejecida, luego vulnerable, si el contagio se expande en Cuba penetrará en una población deficientemente nutrida, porque en Cuba no hay modo de seguir una dieta balanceada; salchichas y croquetas son meros tentempiés; las proteínas de origen animal son escasas y caras, como también ya lo son las proteínas no cárnicas e, incluso, los carbohidratos; una libra de harina de maíz, que de unos pocos centavos llegó a costar uno o dos pesos en la crisis de los años 90 eufemísticamente llamado “período especial”, hoy cuesta seis pesos… cuando usted tiene la buena suerte de encontrarla.
Y de productos marinos ni hablar: rodeada de mar, quizás Cuba es la única isla del mundo donde consumir ciertas especies puede constituir toda una odisea por estar en manos del Estado su captura. Y en ese contexto de mal nutrición, el nuevo coronavirus bien puede hacer arder en sus fiebres a los cubanos.
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