LA HABANA, Cuba.- Casi me pongo a llorar cuando encontré a Fidel Castro en mi refrigerador, en su parte más alta, en esa a la que nosotros llamamos: “el congelador”, esa parte que enfría con un poco más de fuerza. Y fueron el congelador y su vacío enorme los que me provocaran tantas ganas de llorar, y hasta de gritar. Confieso que lloré, lloré en serio y sin recato, y alto, tan alto que no dudo que pudiera escucharme algún vecino; lo mismo el de los bajos que los que están a ambos lados, incluso el patrullero parqueado en los bajos de mi casa.
Y la verdadera causa del llanto tuvo que ver con unas huellas de sangre en el congelador, de esas que deja el pollo cuando se congela y se descongela luego, y se congela y se vuelve a descongelar, y así hasta el infinito. Y es que la sangre es muy persistente, sobre todo cuando pasa por esos procesos de congelación y de helado desangramiento. Y también nadaban en agua unos papelitos que a veces recorto y en los que escribo nombres que meto luego en una vasijita con agua para congelarlos, los nombres que están en los papelitos, las personas que responden a esos nombres que están en los papelitos.
Así que aparecieron esos papelitos nadando en el agua que antes fuera hielo, gracias al apagón larguísimo. Y allí flotaba, ensangrentado, el nombre de Fidel Castro. Bien claro que se leía aún. Resulta que acostumbro a congelar a quienes hacen daño. Acostumbro a congelar a Fidel Castro, mi madre me enseñó y yo lo sigo haciendo, aunque esté muerto y cremado, aunque esté encerrado en Santa Ifigenia. Aun así, yo hago lo mío, y lo congelo, porque conozco al diablo y también sus fuerzas, y por eso también entumezco dentro del hielo a Raúl Castro y a Díaz-Canel, incluso a otros, porque supongo que así, congeladitos, podría ponerlos a mis pies, a los pies de casi todos los cubanos. Así es que yo congelo, pero los comunistas descongelan con sus perpetuos apagones.
Resulta que este país es mucho más que un “eterno Baraguá”, como ellos aseguran. Lo que ciertamente es este país es un eterno proceso de congelación seguido por otro de descongelación, de alumbrones y apagones, de inestabilidades. Yo los congelo y los apagones los descongelan. Y confieso que todo este rollo que armo me hace creer a veces que los tendremos a nuestros pies, sin que entienda yo, por caprichoso, que en un país como el nuestro los apagones les favorecen. Yo los congelo y los apagones los descongelan. Y quizá todo ese rollo que armo me mantiene entretenido, y congelando.
Confieso que tras cada apagón, tras cada proceso de descongelación, agarro el papelito con sus nombres y los increpo, y les hago exigencias, y hasta les dedico algunos improperios. Y el colmo de todo, al menos mi colmo, es que me ha dado por llamar Fidel Castro a mi congelador. La idea no creo que sea tan novedosa y tiene antecedentes en esa manía cubana y comunista de verlo en todas partes, incluso en estos días del desastre en Matanzas. Quizá por eso me puse a hacerle fotos a mi congelador descongelado y vacío, y aseguré que allí estaba Fidel, ese ubicuo Fidel que aparece en todas partes, pero más en los grandes episodios de miseria, en los desastres, en las grandes escaseces, incluso en los vacíos totales, como el de mi refrigerador. Solo que Castro no nos llega como el salvador. Nos llega como el gran culpable de todos los desastres.
Si los “comunistas” consiguen, caprichosamente, verlo junto a los rescatistas en Matanzas, yo lo miro en mi despensa vacía, en mis toallas raídas, deshilachadas, en las sábanas agujereadas, en los heridos taparrabos con los que me he visto obligado a lidiar. Fidel está, aunque no de cuerpo presente, en la sauna a la que llamamos guagua, y también lo miro en los deshechos filamentos de mi cepillo dental, y luego en las caries, en la amalgama que no consigue rellenar las caries, restaurar las piezas dentales destrozadas, en todo el dinero que debo desembolsar si es que quiero reparar mi “cajeta de dientes”.
Y sí, lo veo en esas caries dentales y en los raídos filamentos de los cepillos que limpian a los dientes, cuando hay dientes. Yo veo a Fidel en las gingivitis que podrían desencadenar una piorrea. Y lo veo en los taparrabos que se corren, que van cayendo para dejarnos desprotegidas esas partes pudendas. Yo veo a Fidel Castro en las toallas deshiladas, tan deshilachadas que me hacen pensar en esas telillas que recubren a las cebollas.
Y es por eso que congelo a Fidel Castro, para que permanezca muerto y lejos, para que no aparezca en Matanzas ni en La Habana, en ningún sitio. Y también congelo a Raúl Castro, a Díaz-Canel, de la misma forma en la que congelo los pedazos de pollo que compro a precios altos. Preferiría congelar otras cosas, pero siempre termino poniendo esas tirillas de papel en las que antes escribí el nombre de Fidel, de Raúl…, y de algunos otros, solo que no hay vasijas para tanta gente, y el agua escasea, pero confieso que me encantaría tener allí a toda la nómina del Comité Central del PCC, y a cada uno de los que se sienta en las sesiones de la Asamblea Nacional.
Mi refrigerador está vacío, y hasta se me antoja que, como yo, está muy expectante y en espera de que se abra la puerta y caiga algo, quizá unas postas de pollo, algo de cerdo y de pescado. Mi refrigerador está vacío y yo expectante, deseoso. Y quizá también por eso congelo a Fidel y a Raúl, a Miguel DC, quien, por supuesto no es, como Washington, Distrito Capital. En fin, mi refrigerador está vacío. Mi refrigerador solo tiene a Díaz-Canel, a Raúl Castro, incluso a Fidel Castro, en plan congelación.
Y quizá yo sea un ingenuo, pero no me mortifica, porque la ingenuidad es una especie de “sinceridad natural” que puedo contraponer a los fingimientos de esos a quienes tengo congelados. Quizá soy muy ingenuo, pero eso no es tan malo, porque Schiller me enseñó, hace ya mucho tiempo, que la ingenuidad es una especie de representación de la infancia perdida, aunque confieso que desde muy niño anduve en esos procesos de congelación, en aquel refrigerador viejo y enorme. En aquel Westinghouse hice mis primeras congelaciones, entre las que estuvo la primera de Fidel Castro, que siempre me estuvo machacando.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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