LA HABANA, Cuba. – Lo que queda de la revolución castrista es poca cosa: el casco y la mala idea de Raúl, el hermano menor del “Comandante en Jefe”.
Es posible que desde el Período Especial, tras la caída de la URSS, ya se hubieran marchitado para siempre las flores que intentó cultivar Fidel en la Ciénaga de Zapata, junto con el arroz y los frijoles.
También queda el hambre, decretada mediante la “libreta de racionamiento”, que todavía nos sugiere cuánto deberíamos comer. Los cubanos quedamos convertidos en mendigos, obligados a hacer largas colas para comprar una mirringa de pollo una vez al mes y un puñado de picadillo de no se sabe qué: lo mismo que ofrecía el rico al menesteroso, cuando este tocaba a su puerta pidiendo una limosna.
Pues bien, tanta es el hambre en Cuba que los cubanos sueñan más con la langosta enchilada, el camarón en salsa, el emperador o el bonito, que con vivir en el “imperio”. Esos animales que habitan en el mar están prohibidos en Cuba: ni el bolsillo ni la libreta de racionamiento los cubren.
Pero de la Revolución de los dos hermanos Castro queda, eso sí, una millonaria deuda externa con la fenecida URSS, el recuerdo de las experimentaciones genéticas bovinas, el ensayo fracasado de un cinturón de cultivos en los alrededores de La Habana, siembras de arroz en zonas salobres, plantaciones de viñedos en tierras impermeables, granjas gigantes para cabras y cocodrilos; y leyes, muchas leyes para hacer más mísero el país.
El 16 de febrero de 1959 Fidel Castro dijo que el estándar de vida del cubano en pocos años sería más elevado que el de los residentes en Estados Unidos. En el 64 aseguró que Cuba tendría 5 000 expertos en industria ganadera y alrededor de ocho millones de vacas y terneras, y que habrá tanta leche que se podría llenar la bahía de La Habana.
Y dijo también, en el 65, que los cubanos podrían contar con “60 millones de huevos cada mes”.
¿Qué hubo, qué hay de todo eso?
Lo que legaron los Castro es un pueblo desposeído de todo derecho, una masa obrera improductiva, indefensa, sin el amparo de sindicatos que luchen por las garantías laborales. Eso es lo que queda de esta Revolución que un día fue.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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