LA HABANA, Cuba. – Ante su incompetencia para lograr paliar la enorme escasez de artículos personales y para el hogar, las autoridades castristas autorizaron las llamadas “ventas de garaje”.
Estas ventas se realizan los sábados y domingos, con bienes supuestamente de segunda mano. Pero en realidad, muchas de las mercancías que se venden son traídas a Cuba por personas que viajan al exterior, o son enviadas desde otros países por sus familiares.
Dichas ventas no siempre se realizan en garajes particulares. También se efectúan en portales, jardines, patios e incluso hasta en salas de viviendas.
Los vendedores, para atraer clientes, exhiben sus productos en pequeñas mesas, colgados en percheros o puestos en repisas.
Los precios son espeluznantemente altos, pues cada cual valora su mercancía de acuerdo a las circunstancias actuales de inflación y no por su valor real.
En las ventas de garaje se encuentran productos como ropa, zapatos, artículos de aseo y otros, que no hay en la red de tiendas estatales, excepto en las que venden en moneda libremente convertible (MLC).
Las ventas en garaje están proliferando con rapidez. En el tramo de 200 metros de calle 19 entre 44 y 48, en Marianao, vi siete de estas vendutas o timbiriches. Todas con una variada oferta, a diferencia de las tiendas estatales en moneda nacional.
Escuché a una vendedora, en uno de estos lugares situado en la calle 41, en Nuevo Vedado, pedir 50 pesos por un par de sandalias. Se sobreentendía que era en dólares, o sea, el equivalente a 1 250 pesos al cambio oficial. Pero si tenemos en cuenta que el cambio en el mercado negro es a 70 pesos por dólar, entonces el valor de aquellas sandalias ascendía a 3 500 pesos, que equivalen casi al salario mensual promedio de un trabajador cubano.
Antes de la Revolución y hasta la Ofensiva Revolucionaria de 1968 que acabó con los negocios privados, existían las quincallas, locales pequeños atendidos casi siempre por sus propietarios, quienes hacían ciertas compras mayoristas limitadas que permitían la reventa a precios justos.
A partir de la década de 1990 aparecieron personas que vendían diferentes mercancías en portales públicos, puertas, escaleras de edificios u otros lugares. De modo casi clandestino, ofertaban sus mercaderías en tableros o mesas pequeñas que se podían desmontar con rapidez si les avisaban que venía la Policía.
La persecución policial a estos vendedores ha sido constante. Pueden ser detenidos, multados y perder su mercancía aunque porten licencia autorizada por el Estado bajo la acusación de vender “mercancía ilícita”.
En cierta ocasión, en Centro Habana, vi como agentes de la Policía golpeaban a un vendedor ciego al que habían arrestado y que se negaba a montar en el carro patrullero.
Desde hace años, hay algunas ferias donde los particulares participan junto a entidades estatales en fechas y sitios designados por las autoridades.
La primera gran feria netamente privada fue de artesanos y se hizo en la década de 1980, con la venia del desaparecido historiador Eusebio Leal, en la Plaza de la Catedral de La Habana. Pero aquella feria terminó como la famosa fiesta del Guatao, pues la Seguridad del Estado hizo una redada como parte de la llamada “Operación Pitirre en el alambre”. Decomisaron todo, impusieron fuertes multas y algunos de los artesanos fueron a prisión.
Como su actividad se restringe a solo dos días de la semana, los que se dedican a las ventas de garaje no pagan licencia por el momento. Sin embargo, hay muchos cuentapropistas con negocios similares que trabajan a diario y que sí pagan impuestos, por lo que están en desventaja y sin derecho a protestar.
El régimen cree que inventó el agua tibia con las ventas de garaje, que existen desde hace muchos años en otros países. Pero con estas vendutas no conseguirá solucionar la caótica situación de escasez existente en el país ni el insoportable agobio que esta provoca en la población.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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