LA HABANA, Cuba. — Hace unos meses, el Instituto La Rosa Blanca publicó la segunda edición de Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua, las memorias del abogado y político cubano Rafael Díaz-Balart (1926-2005), una de las principales figuras del exilio anticastrista.
Rafael Díaz-Balart, quien fuera presidente del comité parlamentario mayoritario en la Cámara de Representantes entre 1954 y 1958, es particularmente conocido por un discurso pronunciado en mayo de 1955, donde, al oponerse a que se le concediera la amnistía a Fidel Castro y demás asaltantes al Cuartel Moncada, advirtió que si Castro llegaba al poder eso implicaría la instauración de una dictadura totalitaria.
En aquella ocasión, Díaz-Balart, refiriéndose a Fidel Castro y sus compañeros, que desde la cárcel no ocultaban sus intenciones de seguir apelando a la lucha armada, dijo: “Ellos no quieren la paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa, el poder, pero el poder total que les permita destruir definitivamente todo vestigio de la Constitución y de la ley en Cuba para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino, que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un sicópata fascista que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra república”.
Y anunció: “Esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días, muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo cubano, aunque ese propio pueblo no lo vea así en estos momentos”.
Resulta pasmosa la clarividencia que tuvo Rafael Díaz-Balart con aquella advertencia que parecía exagerada y a la que nadie hizo caso. Pero es que Díaz-Balart conocía muy bien a Fidel Castro, que había sido su amigo y luego el esposo de su hermana Mirtha.
Castro y Díaz-Balart se conocieron siendo muy jóvenes, cuando estudiaban Derecho en la Universidad de La Habana. Trabaron amistad jugando baloncesto. Juntos participaron en la política estudiantil, que más bien era una guerra de pandillas, por lo que, para poder enfrentarse al Movimiento Socialista Revolucionario que controlaba la Universidad, se hicieron miembros de la Unión Insurreccional Revolucionaria. Fue así que Díaz-Balart descubrió las enfermizas ansias de notoriedad y liderazgo de Fidel Castro y su personalidad violenta.
A todo eso y más se refiere Rafael Díaz-Balart en los inicios de sus memorias, que continúan narrando su carrera política en la década de 1950 y culminan con las actividades que desarrolló en el exilio después de 1959.
Estas memorias resultan muy esclarecedoras para poder entender mejor la historia cubana desde la década de 1940 hasta el presente. Valdría la pena que sean leídas por las muchas personas que no pueden vencer su rechazo a todo lo que tenga algo que ver con el régimen de Fulgencio Batista.
Esas personas se sorprenderán mucho al saber que Fidel Castro, antes de integrarse a la Juventud del Partido Ortodoxo, valoró la posibilidad de unirse al Partido Acción Unitaria (PAU) de Batista si este estaba dispuesto a dar un golpe de Estado. Si no se unió al PAU, fue porque, en uno de sus muchos errores de cálculo, pensó que Batista no se atrevería a derrocar por la fuerza al gobierno de Carlos Prío.
Refiere Díaz-Balart que fue él, en su calidad de líder de la Juventud del PAU, quien llevó a su cuñado Fidel a conocer a Batista en su finca Kuquine. Fidel, que tanteó a Batista y le sugirió que leyera La técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte, salió decepcionado del encuentro. Le dijo a Díaz-Balart: “Mira, Rafael, ese hombre no va a dar un golpe de Estado, así que no me interesa unirme a ustedes. Voy a afiliarme al Partido Ortodoxo, que va a sacar más representantes que el PAU. Y además, en un momento determinado, a Chibás se le puede dar un empujón o lo que sea, mientras que a Batista no”.
Muchos se enterarán por este libro que antes del asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro, que no estaba ejerciendo como abogado, mantenía a su familia gracias al cheque del Ministerio de Gobernación que recibía cada mes a nombre de su esposa Mirtha Díaz-Balart, lo que lo convertía en un botellero del régimen de Batista.
Muchas más cosas sorprendentes hay en las memorias de Díaz-Balart. Por ejemplo, el importante papel en el embargo de armas al régimen de Batista que, en su posición de Director de Asuntos del Caribe y México del Departamento de Estado, jugó William Weyland, hijo de un cubano y una norteamericana, cuyo verdadero nombre era Guillermo Montenegro Weyland, y que había sido miembro de una célula del Partido Comunista cubano en la década de 1930.
El presidente Eisenhower emitió una orden presidencial pidiendo presiones para desembarazarse de Batista, que fue entregada a al secretario de Estado John Foster Dulles, quien la pasó a Roy Rubottom, subsecretario de Estado para Latinoamérica y este a Weyland.
Contrario a lo que dice la narrativa castrista, Estados Unidos, lejos de ser hostil a la revolución de Fidel Castro, en un principio la acogieron favorablemente. En los primeros meses de instaurado el régimen revolucionario, las autoridades norteamericanas hostigaban a los anticastristas exiliados en los Estados Unidos y obstaculizaban sus actividades. De hecho, cuando Díaz-Balart creó en New York La Rosa Blanca, la primera de las organizaciones opuestas al régimen de Fidel Castro, tuvo que funcionar en condiciones de clandestinidad, eludiendo la vigilancia del FBI.
En sus memorias, Díaz-Balart narra lo ocurrido el 28 de enero de 1960, cuando él y varios miembros de La Rosa Blanca fueron arrestados por la policía neoyorquina luego de ser agredidos por una turba de simpatizantes del castrismo que destruyeron la ofrenda floral que habían colocado los anticastristas en el monumento a José Martí en el Central Park.
En 1961, por prejuicios contra los que habían estado vinculados al régimen de Batista, los miembros de La Rosa Blanca fueron excluidos del Frente Democrático Revolucionario y de la invasión de Bahía de Cochinos. Pero no por ello cejaron en su lucha. A todas las exclusiones, reproches e incomprensiones, Rafael Díaz-Balart siempre respondió: “Solo hay dos tipos de cubanos, los que son patriotas y los que no lo son”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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