MIAMI, Florida, febrero, 173.203.82.38 -Nada que ver el encabezamiento con Dürrenmatt, aunque el visitante posiblemente hubiera dado la vida porque así fuese; hablo de la visita de Miguel Barnet al Bildner Center de City University of New York. Maravillas de esa libertad que tanto asusta al visitante cuando preside su tribu de fieles intelectuales en la mayor de las Antillas.
Creo firmemente que debemos ser consecuentes con la libertad de movimiento, expresión y otras lindezas garantizadas en nuestra Constitución. Negar esos derechos es dejar al descubierto aquel “fidelito” que, según nos alertó René Ariza, todos los cubanos llevamos dentro.
Trago en seco y sigo… porque esa libertad que disfruta ahora el visitante la tengo también garantizada como ciudadano y anfitrión.
Según Reinaldo Arenas, Miguel “Barniz” es de lo peorcito que nos ha tocado para convivir y compartir el oxígeno en este planeta. Totalmente de acuerdo, pero los hay peores y no creo que tenga que mencionar otros nombres.
Finales de los 60’s o principio de los 70’s, el “loquerío habanero” donde se movía el visitante y este servidor. Salir de la Cinemateca y la obligada cola en Coppelia, donde nuestro ahora visitante ya jugaba a las disertaciones enjundiosas, como aquella cuando vimos una de las primeras películas cubanas silentes, La Virgen de la Caridad del Cobre, con intertítulos ¡en alemán! Oportunidad nada despreciable del visitante para ilustrarnos sobre su estadía (?) en Viena y lo adecuado que era ver aquel filme en ese idioma que, de tanto alabar, le ganó el apodo de Loca de Opereta. Es justo recordar que ya la Fornés había democratizado el género con sus insufribles repeticiones de La Viuda Alegre.
Todo esto lo debe tener convenientemente olvidado el visitante, aquel que calificaba como “dioses nubios” a los apuestos negrones que, de tanto desearlos y no atreverse a conquistar, pasaron a su imaginario como literatura. Ya después vino la época que lo alejó del loquerío de al duro y sin careta; salió aquel libro y pasó a ser “Madame Cimarrone” en nuestro mundillo.
Nunca más apareció el ahora visitante entre nosotros, se libró de la policía y las diarias “recogidas” de homosexuales. Ahora era un distinguido escritor de la Colección Cocuyo al que ni el gobierno lo pudo tildar de loca; nadie le conoció una aventura ni un desliz entre los deseados brazos de un dios nubio.
Vida triste la del visitante.