LA HABANA, Cuba.- A partir del 8 de enero de 1959, fue Fidel Castro quien lanzó la primera y todas las piedras restantes contra el capitalismo de nuestros vecinos del norte, el que precisamente había ayudado a desarrollar nuestra economía.
No lo digo yo. Nos lo hace saber el teniente coronel retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, doctor en Ciencias Técnicas Rubén G. Jiménez Gómez (1943), en su reciente libro publicado por Casa Editorial Verde Olivo: “En octubre del 62, cohetes nucleares en el Caribe”.
Es un libro que hay que leer, porque no sólo revela los antecedentes, desarrollo y maquinaciones de la dictadura castrista con el propósito de luchar contra Norteamérica, sino además porque a través de él se pueden valorar documentos, informes de reuniones, notas de prensa, donde se expone “un suceso que puso a la humanidad al borde de una catástrofe, capaz de haberla conducido de regreso a la edad de piedra”.
Todo está más que claro en las diez primera páginas del libro de Jiménez Gómez. Pese a que se inclina a favor de su partido y gobierno, no puede evitar referirse a esas verdades, bien encajadas para siempre en nuestra historia
El teniente coronel no puede dejar de señalar todas las maniobras realizadas de forma oculta por Fidel desde los primeros días de de 1959: compra de armas, expediciones armadas a varios países latinoamericanos, entrevistas con soviéticos a espaldas del pueblo, donde les pedía “tiempo para persuadir a las masas y establecer compromisos con la URSS, ya que todo lo que se decía de ese país era negativo”.
El 13 de enero de 1960, lo aclara Jiménez Gómez, la CIA se decide a crear un proyecto contra la amenaza castrista.
Cinismo y mentira reinaba en el nuevo régimen cubano. También en la URSS.
Baste conocer que, en fecha tan temprana como el 9 de julio de 1960, nos dice el Teniente Coronel que “al intervenir en el Congreso de los Educadores Soviéticos, Nikita Jruschov, planteó por primera vez la posibilidad de apoyar a Cuba con cohetes, si se producía un ataque contra ella”.
El ataque estuvo a punto de ocurrir. Sin embargo, Nikita se llevó sus armas nucleares a tiempo, bajo un pacto con Kennedy y sin contar con la venia del soberano cubano, que hubiera preferido no quedara títere con cabeza, regresar al hacha de piedra.
Todo lo narrado por el autor de este libro, muy bueno para fuente de información en general, nos recuerda que ni la población, ni los militares de nivel superior, conocieron la existencia de los “cabezones”, llamados así los cohetes porque tenían cabezas nucleares.
“Todo lo relacionado con la Crisis de Octubre de 1962 se mantuvo bajo un espeso manto de secreto”, aclara.
Luego señala que “una gran cantidad de compatriotas, participantes de forma directa con aquellos sucesos, aún desconoce en general las causas por las que un contingente soviético se trasladó a Cuba en 1962, ni siquiera estaban al tanto de la composición de aquellas tropas, ni de los lugares donde fueron ubicadas; ni sabían que durante meses trabajaron, amaron y durmieron a poca distancia de los cohetes, capaces de provocar explosiones mayores a las de Hiroshima y Nagasaki”.
La Introducción del libro de Jiménez Gómez, termina con dos preguntas esenciales que él trata de responder, inútilmente, a lo largo de sus páginas: ¿Fue correcta la decisión del gobierno cubano de aceptar semejante armamento en nuestro territorio? ¿Quién dio la orden de derribar un avión U-2 norteamericano?
Todavía hay mucho que conocer sobre una historia tan tenebrosa, incomprensible y malévola, como lo fue la Crisis de Octubre. Para que no se conozca del todo, el filme “Trece días”, del 2000, aún no se ha divulgado lo suficiente en la población cubana. Para Fidel, es sólo “una dramatización, no un documental, que refleja el punto de vista estadounidense”.
Pero, ¿cuál es el suyo, que aún continúa lanzando piedras?