MIAMI, Florida, junio, www.cubanet.org – A punto de terminar la estación primaveral el germen de las revueltas populares irrumpe casi al unísono en dos regiones del planeta. Coincidiendo con la época en que se iniciaran aquellos eventos de Túnez, transmitidos por ósmosis a Egipto, Libia o Yemen, las explosiones cívicas en Brasil y Turquía suceden bajo el signo que identificara a las revoluciones primaverales árabes donde tras el reclamo económico se producía el rechazo contra prolongadas tiranías.
Ahora el escenario de las protestas tiene lugar en ambientes democráticos. En el caso turco bajo el pretexto ecologista de salvar los arboles de un céntrico parque en Estambul. En Brasil la chispa se desata por el aumento del cobro en el trasporte público. En el gigante sudamericano miles de manifestantes salieron a las calles en protesta por la medida. Pero tras las motivaciones primarias se destapan otras de mayor peso. Una perturbación que tiene como fondo la dura realidad de una mayoría enajenada del desarrollo, que se siente apartada o excluida de los beneficios que debe otorgar una mejor calidad de vida.
Las manifestaciones brasileñas, cuyas demandas expresan profundas inquietudes de corte social, roban el escenario a la Copa Confederaciones de Futbol. La inversión hecha para este evento es una de las razones que impulsa a los descontentos contra lo que consideran un gasto innecesario hecho a su costa. El alcance de la crítica llega a la Copa Mundial y pudiera incluso hacer diana en los Jugos Olímpicos que tendrán su sede el país carioca.
No iré a la Copa del Mundo, un video difundido a través de las redes sociales, justifica la razón de una censura convertida en eslogan por los manifestantes: el rechazo a la Copa de Confederaciones y al campeonato del 2014. Una joven identificada como Carla Dauden exhorta a sus compatriotas a que no participen del Mundial. Ofrece una amplia lista de argumentos para ello. Por el costo de 25 billones, equivalente al de las tres copas anteriores en su conjunto, la destrucción de edificaciones sin que las personas desplazadas reciban una justa compensación, la obtención de terrenos para las futuras instalaciones que ha afectado incluso a comunidades indígenas, el saneamiento del orden público en zonas críticas sin que ello suponga verdadera regeneración de la realidad miserable existente en las favelas. Son las cuestiones principales pero no las únicas de las que habla este material.
Al llamamiento que pide una respuesta positiva para el boicot, se añade el reclamo de mejoras entre las que se destaca la alimentación en un país donde a pesar de lo mucho que se ha avanzado sigue presentando un cuadro de contrastante pobreza junto al desarrollo galopante. Se trata de comenzar a pensar en las propias prioridades y en lo que realmente debe importar a la sociedad. Salud, trabajo, asistencia social. Son las necesidades básicas que la gente pide. Junto a ello el cese de la corruptela política. Mejor que nuevas instalaciones deportivas y celebraciones mundiales.
Para Brasil, considerada la primera potencia económica de Latinoamérica y la sexta a nivel mundial, la inversión de cifras millonarias que supone acoger competiciones internacionales de altura es un lujo que la nación no debe permitirse. Así lo expresa la voz de una sociedad emergente de la que la presidenta Dilma Rouseeff ha expresado con orgullo ingresó 40 millones de ciudadanos a la clase media en estos últimos años. Una clase social que piensa en grande y no les basta que le den futbol. Postura desconcertante para aquellos que desde su frivolidad primer mundista tienen la imagen estereotipada de otros pueblos a los que consideran inferiores. Para ellos Brasil sigue siendo sinónimo de samba, carnavales, chicas bellas y ¡como no! futbol Pero los brasileños se miran con mucho más respeto. Futbolistas incluidos.
Una de las alegaciones de aquellos que desde su protesta cívica incitan contra la participación en la Copa de futbol, algo que de todas formas será difícil para los millones que no podrán pagar el costo de las entradas, es que una vez concluidos los juegos esos estadio quedarán como fríos testigos de la grandeza de un instante. Obsoletas e inútiles las estructuras languidecerán como ocurre con tantas otras en diferentes países que una vez fueron sedes de eventos similares en Grecia, Sudáfrica y hasta en la misma China. Podríamos agregar el ejemplo en la cercana Cuba cuyo gobierno se empeñó en celebrar unos jugos Panamericanos a las mismas puertas de una crisis que llevó al pueblo a vivir una de las peores etapas de su historia. Allí quedan las huellas de tanto sacrificio inútil derrochado en la mole de un estadio semi abandonado y una fuente luminosa de factura norcoreana, casi siempre sin agua y sin luz. Un conjunto carcomido por el destructor aliento corrosivo del cercano mar y la soledad del desuso.
Ahora el turno primaveral de las protestas- también conocidas como la de los indignados- tocó a Brasil. En Cuba la noticia de estos hechos transcurre tranquilamente por las páginas de su prensa. Sin mucho énfasis y nunca en primera plana. Tal vez con el temor de que la próxima crisis primaveral tome por sorpresa alguna plaza o calle de la isla donde la gente abrumada bajo el peso de tantos sacrificios y privaciones tiene mucho que exigir.