LA HABANA.- Después de las “Palabras del Cardumen” —declaración de jóvenes cineastas que dio continuidad a la polémica comenzada entre las instituciones gubernamentales y los creadores y organizadores de la 17 Muestra de cine—, se han sucedido varias críticas de funcionarios y comisarios culturales y muchas muestras de apoyo por parte de especialistas y personas relacionadas con el cine.
El crítico y bloguero Juan Antonio García Borrero no tuvo reparos en confesar su emoción ante ese texto y su respaldo “con las dos manos en alto, porque nos habla del gran capital cívico acumulado en quienes lo suscribieron”.
Después de aquel primer enfrentamiento a partir de la censura contra Quiero hacer una película, el Cardumen vuelve a declararse ahora partiendo de que “nuestro cine se opone al de la falsa esperanza” y de que “no aceptamos zonas de silencio en nuestra historia ni obstáculos para el conocimiento y la representación artística de esta, aun de aquellos sucesos más cuestionables”, pues “el dolor acallado solo genera represión, odio e hipocresía social”.
Después de oponerse a la censura arbitraria, la actuación institucional caprichosa e impositiva, la difamación contra críticos y realizadores, el secuestro de los espacios públicos, la intolerancia ideológica, aseguran que tienen “derecho a participar con nuestra visión en la toma de decisiones” y que “se impone construir un diálogo con las instituciones y sus representantes” pero “a partir de una lógica no autoritaria, patriarcal y paranoide”.
Terminan prometiendo que “encontraremos palabras nuevas, frases nuevas, lenguajes nuevos para contarnos. Pero nunca guardaremos silencio”, y cierran subrayando que dicen estas palabras “a 50 años de los sucesos del Mayo francés y a 5 de la Asamblea de Cineastas Cubanos que daría origen al ya extinto g-20”.
Este último grupo sentó las bases para refundar la institucionalidad del cine cubano, exigiendo una ley de cine, la legalización de la producción independiente y varios reclamos capitales que se han hecho imprescindibles para la salud del arte y la industria cinematográficos.
El Cardumen actualiza ahora esas exigencias, y así sigue ganando apoyo en el mundo del cine y más allá, aunque algunos se preocupan porque esta situación puede prestarse a la irrupción de “injerencias nocivas” y, en definitiva, los vigilantes han dado la alarma por tal conato de revuelta y los inquisidores tratan de imponer lo que algunos dan en llamar la Contrarreforma.
Lo primero es identificar las posibles cabezas de la asonada, y cortarlas, de ser posible. O acallarlas por medio de la descalificación. El muy conocido “asesinato de reputación” no es intentado contra Gustavo Arcos —y otros especialistas que apoyan a los “sediciosos”— por primera vez, pero ahora hacen más evidente aún la sordidez autoritaria.
Tampoco es la primera vez que se ataca a Dean Luis Reyes, pero ahora, por ejemplo, la directora de Programas Culturales del Ministerio de Cultura, Bárbara Betancourt Martínez —tan disgustada por lo que dice el Cardumen— ha declarado a La Jiribilla que aquí “los creadores realizan sus obras en la más completa libertad” y que nadie ha difamado al mencionado crítico de cine.
Claro, según ella, lo que pasa no es que se quiera desacreditar a Reyes. No es que se quiera matar al mensajero por el mensaje que trae. No. Es que el mensajero se lo ha buscado por las malas compañías que se busca: “el vínculo de Dean Luis Reyes con Tania Bruguera, verificado con todas las evidencias”, dice Betancourt Martínez.
Ah, resulta que Reyes y Bruguera colaboraron en “Cine cubano bajo censura”, la muestra del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en marzo, que recogió filmes prohibidos a lo largo de más de 50 años, desde PM, de Jiménez Leal y Sabá Cabrera, hasta Nadie, de Miguel Coyula. Eso no es colaboración artística, sino complot político, pues, como decretó la Seguridad del Estado, Bruguera no es artista, sino contrarrevolucionaria, como todo el que se le acerque.
Para colmo, en Miami se organizó una muestra, “Rebeldes con causa”, que se inspiró en aquella del MoMA donde Reyes hizo la curaduría, pero que recogió ejemplos de cine independiente, intentando una mirada más amplia, más representativa e inclusiva, con criterio temático más que cronológico, que tampoco gustó en los aposentos de la política cultural.
Ya Dean Luis Reyes venía sufriendo “escarmientos” desde hace rato por cometer la pesadísima e inoportuna fechoría de pensar con su propia cabeza y, luego, escribir lo que pensó para por fin, colmo de agresividad, atreverse a publicar lo escrito. Ya el Viceministro de Cultura Fernando Rojas le había advertido que sus opiniones eran muy molestas.
De hecho, en 2016, Rojas decretó que “cuando se arremete en nombre de confusas nociones ultrademocráticas contra los principios, es fácil equivocar el rumbo. Desde la verborrea anarquizante pudiera darse el paso siguiente: otorgarle al capitalismo un potencial emancipador que por naturaleza es incapaz de tener”.
Ante las críticas de Reyes a los burócratas culturales, Rojas afirmó que “a ellos y a mí nos anima una vocación de servicio, inspirada en un claro compromiso con la Revolución y sus valores. Tenemos criterios, los ejercemos y los defendemos”. Y se atreve el Viceministro: “Dedicamos mucho tiempo a pensar con cabeza propia y nos ufanamos de ello”. Así mismo.
Entre otros, ahora el fustigador es Alexis Triana, también alto funcionario cultural, que ha expuesto nada menos que sus “20 razones para desmontar a Dean Luis Reyes”, entre las cuales hay de todo. Con el tramposo sonsonete de apariencia límpida de Bruno Rodríguez, repitiendo “Falta a la verdad Dean Luis Reyes”… una y otra vez, lo acusa, por ejemplo, de mentir “cuando acusa a La Jiribilla y El Caimán Barbudo de hacer campaña contra los intelectuales cubanos”. Ah.
Hay que ver, en fin, qué sorpresas se trae ahora la política policíaca cultural del gobierno, si, como se comenta, hubiera cambios en la dirección del instituto cubano de cine, que, por desgracia, no será para bien del cine cubano ni de los cineastas, de acuerdo con el principio sagrado de “cambiar lo que deba ser cambiado” para que nada cambie.
Puede parecer que esos funcionarios y burócratas olvidan que tienen un puesto porque hay artistas generando para ellos un trabajo, que debiera ser el de apoyarlos, porque se supone que esas instituciones están para respaldar y difundir la obra de los creadores. Los hechos demuestran cada vez más una realidad muy distinta.
Los oficiales de la policía política —cultural— no pueden publicar textos atacando a Gustavo Arcos o a Reyes firmando “Camilo”, “Michel” o algún otro seudónimo. Sería anacrónico. Por eso existen libelos como los de estos funcionarios. Lo mismo si se los piden sus superiores que si los escriben por propia voluntad, el hecho es que son un brazo represor de ese cuerpo de acoso y derribo de todo lo que signifique, según ellos, el menor peligro para el gobierno.
Como los que apoyen a esos jóvenes cineastas revoltosos. Como esas cartas abiertas y esas irritantes declaraciones colectivas exigiendo algo. “Hasta que no consiga exhibir en La Habana Santa y Andrés no podré decir si los tiempos cambiaron o no”, dice el director Carlos Lechuga. ¿Qué responderán los jefes a esa esperanza de cambios?
La reacción del Tiburón contra los que apoyan al Cardumen da una idea. El autoritarismo terminal que tiene miedo de cualquier mínima transformación real, de la voz propia de los jóvenes y, en fin, de los ciudadanos, nunca busca dialogar de veras, sino solo ganar tiempo en el poder. Lo que vemos ahora es la prepotencia que se hace una con su pánico.