LA HABANA, Cuba.- Un elemento recurrente en el discurso del castrismo es la supuesta debacle en que se hallaba el sector educacional cubano antes de 1959. Se aduce la falta de escuelas, la cantidad de maestros que no tenían aulas para impartir sus conocimientos, así como el alto índice de analfabetismo que se observaba en el país. Todo ello habría justificado la Ley de Nacionalización General y Gratuita de la Enseñanza, promulgada en junio de 1961, hace ahora sesenta años.
Sin embargo, una lectura del tomo X del texto Historia de la Nación Cubana, publicada en 1952 con motivo del cincuentenario de la República, nos brinda un panorama que se aleja del apocalíptico punto de vista de las actuales autoridades de la isla.
Solo en la enseñanza primaria había en el curso 1951-1952 un total de 8 327 escuelas públicas, que contaban con 16 668 aulas y donde estudiaban 550 000 alumnos. En el sector privado, hacia 1949, había 580 escuelas de este nivel, con 2 690 aulas y un total de 79 645 alumnos. De igual manera, se contaban 128 colegios católicos en el país.
Además, una red de Institutos de Segunda Enseñanza, Escuelas Normales para Maestros, Escuelas del Hogar, Escuelas de Comercio, Escuelas de Artes y Oficios, Escuelas Técnicas Industriales, así como cuatro Universidades (una de ellas católica) se añadían a la lista de instituciones educativas en todo el país.
Mas, lo cierto fue que tras la salida del gobierno del presidente Manuel Urrutia Lleó, y el encarcelamiento de Huber Matos en el propio año 1959, el castrismo fue perfilando el propósito de radicalizar su revolución.
Primero sobrevino la radicalización económica, con las masivas expropiaciones de empresas nacionales y foráneas en el segundo semestre de 1960. Después asistimos a la radicalización política en abril de 1961, cuando se declaró el carácter marxista-leninista del gobierno castrista, y finalmente arribamos a la radicalización en el terreno de la cultura tras las famosas Palabras a los Intelectuales pronunciadas por Fidel Castro, las que fijaban las reglas del juego que debían seguirse para permanecer “dentro de la revolución”.
Pero el máximo líder sentía que le faltaba algo para completar su control totalitario sobre la sociedad. Y ese algo consistía en trabajar sobre la mente de los cubanos desde edades tempranas con vistas a su adoctrinamiento. Ello fue la causa fundamental de la referida Ley de Nacionalización de la Enseñanza, la que suprimió todos los colegios privados y católicos que existían en el país.
En lo adelante la educación quedaba a merced de un Estado sumamente ideologizado, con la consiguiente pérdida del derecho que les asistía a padres y familiares para seleccionar el tipo de formación que preferían para sus hijos. De un modo paulatino, los educandos tendrían que manifestar adhesión al régimen -si no real, al menos fingida- con tal de conservar sus matrículas. Un fenómeno más visible en la educación superior con aquella terrible máxima de que “la Universidad es solo para los revolucionarios”
Hay que decir que este estricto control gubernamental sobre la educación no ha variado ni un centímetro a lo largo de estas seis décadas del castrismo. Los gobernantes cubanos han tenido oídos sordos ante los reclamos de la Iglesia Católica por recuperar sus colegios. Al propio tiempo, han declarado que el sector educacional quedaba excluido de cualquier tipo de inversión extranjera o colaboración de agentes foráneos.
No obstante, y aunque les pese a los representantes de la dictadura, la vida indica que una vez que los jóvenes lograr abrir sus ojos a la realidad, todo el mensaje ideológico del castrismo se desvanece como un castillo de naipes.
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