LAS TUNAS, Cuba. ─ La muerte de José Martí todavía es un misterio al cumplirse este miércoles 19 de mayo 126 años de aquel arrebato ocurrido en Dos Ríos. Escribí arrebato, ¿qué si no? ¿Y qué es sino frenesí, coraje, furor, fogosidad de soldado bisoño lo que llevó a Martí a la muerte? Montado en Baconao, ─un caballo níveo─, con pantalón claro, chaqueta negra, sombrero de castor y revólver en mano, el Apóstol se convirtió en lo que los tiradores llaman “un blanco perfecto”.
Sólo la imprudencia, la temeridad manifiesta o el estado de depresión mental hacen que alguien enfrente un combate que produce lesiones así, mortales por necesidad. “Herida de bala penetrante de pecho (…) herida de bala en el cuello (…) herida de bala en el tercio inferior del muslo derecho”, rezaba el acta de necropsia hecha por el doctor Pablo A. de Valencia.
La batalla en Dos Ríos terminó en retirada por “la flojera y poco brío de la gente”, a decir del generalísimo Máximo Gómez. La noche del 19 de mayo de 1895 el viejo general dominicano escribió en su diario de campaña: “Martí habló con verdadero ardor y espíritu guerrero, ignorando que el enemigo venía marchando por mi rastro y que la desgracia preparaba a nosotros y a Martí la más grande desgracia”.
De las circunstancias concurrentes que condujeron a la muerte de Martí, Gómez apuntó: “Cuando Martí cayó me había abandonado y se encontraba solo con un niño que jamás se había batido, Miguel (Ángel) de la Guardia. Y esto no obstante que cuando ya íbamos a enfrentarnos con el enemigo, le ordené que se quedara detrás; pero no quiso obedecer mi orden y no pudiendo yo hacer otra cosa, que marchar adelante para arrastrar a la gente, no pude ocuparme de Martí”.
Se sabe que la tarea de un general en campaña es dirigir soldados para ganar una batalla tras otra con las menores pérdidas posibles en hombres, armas y recursos. Así se gana una guerra. Once años antes, allá en Nueva York, en el hotelito de Madame Griffou, así se lo había dicho con pocas palabras, como era su costumbre, Gómez a Martí: “Vea, Martí, limítese usted a lo que digan las instrucciones, y lo demás el general Maceo hará lo que deba hacerse.”
En 1884, Gómez y Maceo planeaban una guerra para liberar a Cuba del colonialismo español. Ellos diseñaban una estrategia, no la constitución de una república. Para los próceres, el gobierno representativo vendría luego. Esa urgencia del mando militar, embrión de una cuasi dictadura, olvidadizo de Céspedes y Agramonte ─porque Gómez y Maceo recordaban más las taras de los hombres que hicieron sucumbir la República en Armas que la futura República de Cuba─ hizo que Martí escribiera a Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
El martirio de Martí, un republicano, tenía más angustia en el “Vea, Martí, limítese usted a lo que digan las instrucciones”, dicho por Gómez en el hotelito de Madame Griffou, que en los grilletes que le habían hecho preso político siendo un adolescente, con sólo 16 años, en la cantera de San Lázaro. Y en mayo de 1895, en el ingenio La Mejorana, otra vez ocurrió el mismo escarnio que en el hostal de Madame Griffou, y por los mismos motivos: la preponderancia de lo militar sobre lo civil en la fundación de la nación.
Lo ocurrido en La Mejorana califica como uno de los momentos más trascendentales en la historia de Cuba. En aquella reunión no sólo se debatieron los métodos para dirigir la guerra y un programa político, sino que pugnas anteriores, aparentemente olvidadas, resurgieron. Esos conflictos se evidenciaron en el último discurso del mártir de Dos Ríos, pronunciado sobre Baconao, su caballo blanco, dos horas antes de morir el 19 de mayo de 1895, cuando, ante los soldados del general Bartolomé Masó, dijo: “Por la causa de Cuba me dejaré clavar en la cruz”. ¿Y cuál era la cruz? El general Loynaz del Castillo, apropósito del último discurso de Martí escribió:
“Desde el principio surgían de aquel desbordamiento de elocuencia las palabras nerviosas, indicadoras del combate interior que sufría la existencia de José Martí: las primeras, absurdas contrariedades de La Mejorana, ante las ideas, apocadoras de la guerra, vertidas por el vencedor de Jobito (Maceo, el 13 de mayo de 1895) y luego ─en consecuencia injustificable de aquellas ideas─ la frialdad creciente del general Gómez, al parecer empeñado en ganarse la subordinación del general Maceo quien irritado todavía por las precarias condiciones de su expedición (la de la goleta Honor bajo el mando del general Flor Crombet), no le pedía instrucciones, y órdenes mucho menos”.
En la carta del 18 de mayo a su amigo Manuel Mercado, Martí dijo: “Sé desaparecer”. Y… misteriosamente, pocas horas después de escribir esa suerte de epitafio, “Sé desaparecer”, y a sólo dos horas de afirmar, “Por la causa de Cuba me dejaré clavar en la cruz”, cabalgando inerme frente a fusileros bien situados, sin más compañía que la de un soldado bisoño, Martí moría, virtualmente crucificado por las balas españolas.
A 126 años del martirio, en circunstancias hoy similares a aquellas, la del predominio de los generales, es útil preguntar: ¿Martí murió por “la causa de Cuba” o a causa de la conducta de algunos cubanos? No lo sabemos. Y probablemente no lo sepamos nunca, porque las cuatro páginas de su diario, correspondiente al 6 de mayo, día siguiente de la reunión de La Mejorana, fueron arrancadas.
El del diario es otro misterio. Al respecto, cabe preguntarse: ¿Por qué Gómez, quien recibió el diario “completo”, según el coronel Garriga ─que dijo ponerlo en sus manos─, hizo desaparecer esas páginas? ¿Qué testimonio tan acusador escribió Martí en aquellas cuatro páginas que Gómez, tan apegado a la disciplina, la moral y lo bien hecho, optó por secuestrarlas?
Pero si la muerte de Martí es un misterio, el robo y tergiversación de sus ideas para lucrar con ellas es un hecho público y notorio. En julio de 1953 ─centenario de su natalicio─, tras el asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro sentenció: Martí fue “el autor intelectual”. Se necesitarían cientos de páginas ─no las cuatro desaparecidas misteriosamente de su diario─ para relatar como el castrocomunismo tergiversó las ideas del Apóstol para amoldarlas a su dictadura, pero no es necesario escribir tanto, basta citar una frase: “Somos continuidad”. Y sí, son continuidad de lucro, del martirio de quien prefirió inmolarse a fundar una nación “como se manda un campamento”, y eso hoy es Cuba: una nación-cuartel.
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