La mirada es el más perfecto modo de decirlo todo

LA HABANA, Cuba. – Un amigo que conoció el edificio unos cuantos años antes que yo no ha dejado de llamarlo “Diario de la Marina”. Siempre que pasaba cerca dejaba escapar un suspiro para decir luego el nombre: “Diario de la Marina”, y remataba haciendo siempre la misma pregunta: ¿Y cómo es que se llama ahora? Su pregunta tuvo siempre todas las resonancias de la ironía. Ya mi amigo no sale de su casa ni pasa por ese edificio que se enfrenta, cara a cara, con el Capitolio habanero, pero no ha dejado de llamarlo, ni siquiera en su encierro, por el nombre que antes tuvo, ese nombre que él no olvida.
“Diario de la Marina”, dice en medio de un suspiro y hace luego el recuento de algunos nombres que aún recuerda y que tuvieron relación con el Diario, pero el que primero menciona, dada su pasión por ciertos personajes y sus títulos nobiliarios, es al marqués de Pinar del Río, quien formó parte de la junta directiva del Diario de la Marina, y también a José Ignacio Rivero Alonso, quien era más conocido por Pepín, y a su nieto de igual nombre pero de apodo Pepinillo.
El Diario de la Marina desapareció y el edificio pasó a manos de los comunistas. Acogió algunos otros desempeños hasta que se convirtió, una parte, en Tribunal Provincial de Justicia y, la otra, en la Editorial Abril. Los talleres, esos a los que llamaban “la rotativa” se echaron a perder, como sucede con las cosas que no son del alma.
Esta semana pasé por ese edificio y volteé un poco la cabeza para contemplar los hermosos mármoles verdes que cubren las paredes del lobby, pero no pude detenerme en esos tonos, ni en los altos murales porque me asistió “la mala suerte”. Sucedió que como un bólido salió corriendo un hombre joven que se paró delante de mí con una actitud realmente desafiante y, ya enfrentados, se empeñó en saber qué hacía yo caminando por esos portales y mirando hacia adentro. “Me encanta ese tono de verde que luce el mármol…”, le dije e intenté seguir.
Y el hombrecillo, un breve alfeñique, se plantó más cerca y se tornó más petulante, mucho más desafiante, y sobre todo amenazador. El hombrecillo pareció erguirse y me advirtió que “un gusano no tenía por qué mirar a ese sitio donde trabajaba gente revolucionaria”, mientras yo, y aún con cierta calma y mirando el verde mármol, le dije, más bien le canté, a la manera de Rocío Jurado: “Ahora es tarde señor, ahora es tarde, ahora nadie puede apartarlo de mis ojos”. Me refería al mármol y no a él, por supuesto.
El tipo se puso furioso y me gritó gusano, y otras linduras que no reproduzco porque fueron feas, irrespetuosas, agresivas, amenazantes, tanto que podrían agredir a ojos y oídos mansos, y todo porque miré yo hacia el lobby de una editorial que regenta la Unión de Jóvenes Comunistas y que antes fuera la sede del Diario de la Marina. Y el mármol es realmente sugestivo, casi subyugador, es dominante en ese entorno donde se muestran aún los estropicios tras la explosión del hotel Saratoga, y los muchos policías que pululan en la zona, demostrando que tienen miedo, que algo puede pasar…
Sin dudas, el miedo es tanto que hasta suponen que el solo hecho de poner los ojos sobre algo va mucho más allá de la simple mirada, y mucho más si el “mirador” no es un amigo, si es, más bien, un enemigo, aunque vaya desarmado, aunque su única arma sea la palabra, pronunciada o escrita. Transcurren días en los que estos gendarmes vestidos de civil están aterrados, y cualquier cosa puede resultar el indicio, el inicio, de una hecatombe, y si no fuera así, si no tuviera yo la razón, por qué a ese hombre joven le molestaba una simple mirada hacia adentro.
¿Será verdad lo que cantaba Carlos Varela? ¿Será cierto que una mirada lo dice todo? ¿Acaso la percepción visual puede provocar una hecatombe? ¿Será que pretenden que, como Edipo, nos saquemos los ojos? ¿Les asustan nuestras “cosmovisiones”? ¿Nuestra mirada es la razón? ¿Por qué no podía yo mirar hacia adentro, hacia esa editorial de los jóvenes comunistas? ¿Acaso era tan penetrante mi mirada, era tan inquisitiva?
Y yo no soy Edipo, yo no voy a sacarme los ojos, porque la visión advierte los caminos, abre los caminos, penetra todos los caminos. La mirada es un hecho tremendamente misterioso, tanto que es capaz de advertirnos todos los obstáculos, o al menos algunos. Mirar despierta los deseos, las perspectivas, y acorta los caminos. ¿Y si así no fuera, por qué temía aquel impertinente a mi mirada?
La mirada nos aleja de la ingenuidad, porque casi siempre termina en la reflexión, y nos despierta otra mirada más crítica. Y en todo eso estuve pensando tras la impertinencia del hombre joven que me impedía mirar hacia dentro de esa editorial de jóvenes comunistas, esa editorial a la que subordina esa Alma Mater que les hizo pasar un susto hace unos meses. Y yo podía ser un intruso de mirada crítica, de esa que es reflexiva y, sin dudas, la más auténtica, mientras ellos comulgan con la otra, con la mirada quieta y aquiescente.
Y es que a mirar se aprende, y los comunistas nos han impedido mirar, o nos han controlado, nos han guiado las miradas, para que no miremos más allá de lo que les resulta complaciente, para que no les enfrentemos. Y hay que mirar, hay que mirar mucho, y hay que mirar bien, porque se nos puede ir la vida, y nosotros con los ojos cerrados. Quien no quiere que lo miren es porque algo esconde. Y eso nos ha sucedido a los cubanos; nos dijeron a dónde mirar, a quién mirar. Nos guiaron la mirada, nos impidieron la mirada, para que dejáramos de ver el Diario de la Marina, y muchas otras cosas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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