MIAMI, Estados Unidos.- El periodista de origen uruguayo Fernando Ravsberg, quien cubriera noticias para medios de prensa extranjeros en Cuba, mientras contó con la anuencia del régimen, ha ironizado, en los medios sociales sobre un opositor acosado por el aparato represivo de la dictadura:
“En Miami aseguran que Alcántara está recibiendo líquido en vena. Sus familiares dicen que está sentado tomando jugo y leche”
El hecho, traído a colación por la escritora Wendy Guerra, con post de su autoría en Facebook, desencadenó una andanada de opiniones serenas y otras de franco odio, como era de esperarse.
¿Es rara o excepcional esta insolidaridad con los necesitados de toda la ayuda mediática posible ante un aparato represivo impune? No lo creo.
La dictadura cubana, hasta donde yo recuerdo, siempre contó con la colaboración expedita de foráneos que establecieron residencia en la isla, no para cultivar la tierra o acrecentar el ganado, tal vez con la excepción del científico francés Andre Voisin, sino con el fin de participar, festinadamente, en el coro vergonzoso de sus seguidores internacionales.
No pocos de estos fellow travelers del castrismo han vivido chantajeados, mediante comprometedores secretos guardados por la policía política, de las que pudieran ser experiencias sentimentales controversiales.
La mayoría, sin embargo, ha cumplido su cometido a conciencia, como parte de las huestes intelectuales de izquierda, sobre todo, los conocidos odiadores del imperialismo yanqui.
Recuerdo las suspicacias de la argentina Ana María Radaelli quien, a la sazón, era la editora de la revista “Cuba Internacional” cuando le propuse una entrevista con el músico y cantante Carlos Varela que, finalmente, publicó sin mayores cambios. Por esos tiempos el trovador era mirado con ojeriza por los comisarios ideológicos.
La revista era una suerte de vidriera sobre los logros de la dictadura donde, en época anterior a la Radaelli, distinguidos fotógrafos y periodistas habían logrado introducir reportajes con cierta apertura política.
La editora argentina fue, no obstante, una defensora a ultranza del castrismo, e hizo su carrera periodística padeciendo la misma ceguera de otros congéneres ante la represión y la debacle social.
El Instituto del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), por otra parte, fue siempre una suerte de atractivo imán para artistas e intelectuales esperanzados en el socialismo funcional y antiautoritario, quimera poco menos que imposible, como luego fueron descubriendo, a veces con marcada desilusión.
Guionistas, directores de cine, actores, fotógrafos, diletantes, amantes de diversa preferencia sexual, divos y divas de toda índole fueron mantenidos por la boyante burocracia del cine, con más beneficios que los dispensados a sus iguales nacionales, en un club de por sí bastante exclusivo dentro de la nomenclatura cultural.
Alfredo Guevara, así como su sucesor, Julio García Espinosa, alentaban esa corte de los milagros ideológicos, muy beneficiosa en términos publicitarios, encaminada a encubrir los atropellos del régimen además de complacer la celebridad internacional del “comandante”, por el cual manifestaban una devoción enfermiza.
Durante la conferencia de prensa donde el director de cine Daniel Díaz Torres tuvo que afrontar, en persona, la polémica provocada por su película “Alicia en el pueblo de Maravillas”, a principio de los años noventa, las preguntas más agresivas de marcado carácter estalinista provinieron de reporteras estadounidenses que trabajaban para Radio Habana Cuba, la emisora oficial del régimen que transmite en varios idiomas.
Gabriel García Márquez y Mario Benedetti son, tal vez, las cumbres de personalidades intelectuales comprometidas con la dictadura que poco hicieron para terminar con la ignominia en la isla, más allá de alguna que otra escaramuza, ante el propio dictador, para liberar a determinados intelectuales caídos en desgracia.
Ambos tuvieron residencia en La Habana y Benedetti fue, incluso, capaz de soportar desmanes laborales en Casa de las Américas para cumplir con su calvario revolucionario, antes de huir despavorido para España.
No hay apenas periodismo o literatura, de ambos influyentes autores, sobre el maltrato a que fueron sometidos escritores e intelectuales cubanos en las antípodas del régimen desde los años sesenta.
Aunque ese silencio no demerita estéticamente sus obras, los coloca en un grupo maldito que la historia juzgará con rudeza cuando la libertad se abra paso en la isla, luego de ser ignorada, exprofeso, por ellos.
¿De qué le valió tanta erudición y humanismo al escritor uruguayo Daniel Chavarría fallecido en Cuba, donde radicó por más de cuarenta años, luego de secuestrar un avión, si en todo momento dedicó su sapiencia al elogio de la dictadura?
¿Por qué el gran poeta americano Ezra Pound sigue recibiendo recriminaciones por su colaboración con el fascismo italiano, mientras intelectuales como Chavarría, entre otros, son elogiados por su fidelidad a un ideario fracasado y siniestro?
Por suerte, exabruptos como los de Ravsberg van siendo la excepción en un mundo totalmente intercomunicado, donde los crímenes son difíciles de ocultar.
Todavía, sin embargo, el silencio cómplice o la indiferencia ante la fatiga de una dictadura longeva no se ha disipado, como era de esperarse entre noveles intelectuales y artistas internacionales, distantes, cronológicamente, de la aberración castrista.
Cine Cubano en Trance con Alejandro Ríos.
Dilucidar la isla y su cultura a partir del séptimo arte que la denota. La intensa quimera de creadores, tanto nacionales como foráneos, que no cesan de manifestar una solidaria curiosidad por tan compleja realidad, es parte consustancial de esta sección.
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