LA HABANA, Cuba.- El pasado 22 de octubre, alrededor de las 3:30 de la tarde, experimenté muy de cerca lo que es una desaparición forzosa.
El incidente ocurrió en una céntrica calle del municipio Plaza, en la capital, justamente en el portal de una popular dulcería ubicada en la calle J, entre 25 y 27.
Mi esposa, Nancy Alfaya, fue requerida por un agente uniformado de la policía, quien le pidió que se identificara y acto seguido la condujo a la patrulla sin ofrecer explicaciones. Le dije que iría con ella. Abordamos el automóvil y a unos 3 kilómetros el gendarme me sacó, a la fuerza, del mismo.
Un oficial de la policía política de Cuba dirigía desde una motocicleta la operación. Fue el que ordenó, vía telefónica, que me separaran de mi cónyuge. Nancy siguió hacia un rumbo desconocido.
Después de transcurridas 27 horas, supe que estuvo encerrada en un calabozo de la unidad policial del municipio Regla, ubicado en uno de los litorales de la bahía habanera y que sus secuestradores de la seguridad del Estado le habían entregado su teléfono roto.
Eso me lo contó tras recuperar la siempre precaria libertad dentro de los límites de una dictadura donde se practica la impunidad con el mismo entusiasmo y constancia de los deportistas de alto rendimiento.
El día 23 en la mañana entregué una petición de Habeas Corpus en el Tribunal Provincial. Forcejeaba con la incertidumbre como un luchador profesional. No sabía en qué sitio tenían a la mujer que me acompaña hace 23 años. Temía por su integridad física y psicológica. Pensaba en extenuantes interrogatorios, en una golpiza y en todo el arsenal de métodos a disposición de los verdugos para quebrar la voluntad de quienes se han atrevido a saltarse los muros de la censura y la doble moral.
Afortunadamente, el calvario de permanecer tantas horas dentro de una mazmorra no incluyó ese tipo de abusos. Durante el encierro, no hubo contacto alguno con los máximos responsables del atropello.
Por otro lado, en el auto del Habeas Corpus entregado por el Tribunal, días después del episodio represivo, aparecía la imposición de una multa por alteración del orden, una imputación totalmente falsa. Mi esposa no ha recibido, hasta hoy día, notificación alguna de esa penalidad.
En el momento de la detención nos encontrábamos a pocos pasos del mostrador del local antes referido. Y en el trayecto hasta la patrulla, la única anormalidad estuvo dada en lo arbitrario del procedimiento. No estábamos preparando una protesta pública en Cuba, ni nada parecido, solo éramos un par de cubanos con deseos de degustar unos dulces.
Estamos conscientes de que este comportamiento de tintes mafiosos puede repetirse. Ellos son la ley y por tanto hacen y deshacen a sus antojos. Queda claro que, en la tiranía de Cuba, el papel sanitario tiene mucho más valor que la nueva Carta Magna, en vigor desde el mes de abril del año en curso.
Las detenciones arbitrarias, los secuestros, los juicios sin las debidas garantías, las confiscaciones y allanamientos sin respaldo legal, son parte de una rutina que explica la pasividad del cubano promedio. De la desprotección jurídica ante el continuo reciclamiento de la perversidad por parte de los agentes del Ministerio del Interior, encargados de eliminar cualquier atisbo de discrepancia con el dogma oficial, se desprenden los acomodos que facilitan la continuidad del socialismo de hambre y porrazos que nos vendieron como una catapulta para volar hacia la gloria.
Ya aprendimos lo que es una desaparición forzosa en Cuba. Nancy en carne propia y yo desde la perspectiva de un esposo que agota los pocos recursos disponibles para descubrir el lugar del secuestro, y denunciar ante el mundo estos hechos que muestran las evidencias de que el terrorismo de Estado no es una hipótesis, se trata de la maldad convertida en un hábito, por medio de un decreto firmado por los mandamases.
Cada día salimos a la calle en Cuba con la idea de que podemos terminar en un calabozo, tras un inesperado arresto y por tiempo indefinido.
No es una preocupación que nos robe la calma. Lo más importante es acopiar fuerzas para cuando la injusticia aparece por cualquier pasillo de la cotidianidad.
En estos escenarios, hay que estar preparado para las contingencias. El odio que habita en la mente de los represores en Cuba es un animal que apenas duerme.
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