LA HABANA, Cuba – Es necesario seguir aclarando que, tal como se dice en libros, en la prensa nacional y sus demás órganos de comunicación, siempre la balanza ha estado a favor del régimen castrista. No hay revolucionario caído en la lucha de aquellos casi siete años, que no se considere mártir, víctima de la dictadura anterior.
Como nada bueno se dice de los otros, los que lucharon contra quienes trataban de alterar el orden público, contra los que lanzaban piedras, bombas, ejecutaban policías y atacaban cuarteles, hoy les toca a ellos.
Son los que luchaban contra el terrorismo, a los que acusan de asesinar y torturar, de utilizar al máximo la violencia, de luchar hasta el último minuto, obedientes de sus funciones. Cumplían con su deber como combatientes de una guerra en las calles y se enfrentaban no al pueblo, sino a aquellos que luchaban contra ellos.
Para los que triunfaron, aquellos otros no eran padres de familia, hijos, hermanos, amigos de nadie.
Ni siquiera sabemos cuántos cayeron en la lucha armada, cuantos fueron asesinados sorpresivamente a manos de revolucionarios fanáticos.
Con frecuencia y entre líneas, la prensa gubernamental nos deja conocer detalles de hechos que, a conveniencia de los ganadores en el poder, siempre se narran a su favor.
En días pasados, el colega Pedro Antonio García escribió en el periódico Juventud Rebelde una extensa biografía sobre Manolito Aguilar, un revolucionario de 18 años, que murió el 1ro de noviembre de 1958. Narra este periodista cómo Manolito, sentado en una cafetería de un barrio habanero, desenfundó el arma que llevaba, cuando vio que se bajaban de un auto tres hombres que él reconoció como enemigos.
El primero en disparar no fue Manolito. ¿Podría decirse, sin duda alguna, que los policías dispararon primero en defensa propia?
La misión de Manolito, como la de todos los que no querían a Batista en el poder, era sabotear las elecciones, a través de huelgas estudiantiles que él organizaba. Ese día que murió, esperaba a su contacto para recibir orientaciones de la Dirección del Movimiento 26 de Julio, organización dirigida por Fidel Castro que en pueblos y ciudades se dedicaba a acciones terroristas.
Termina aclarando la información que los tres hombres que llegaron aquel día a la cafetería, “más tarde pagaron con sus vidas aquel asesinato”. Uno de ellos, que al parecer carece de nombre y apellidos, simplemente nombrado Riverito, fue ejecutado días después en la vía pública por un comando del Movimiento 26 de julio.
Ariel Lima, calificado de traidor, pero sin explicar las terribles razones que tuvo para abandonar el Movimiento, fue asesinado-fusilado en la Fortaleza de La Cabaña, los primeros meses de 1959, cuando apenas tenía 18 años, en un juicio que no pasó de varios minutos. Y Ramón Calviño, quien pese a jurar que no había matado a Manolito Aguiar, fue capturado durante la invasión de Playa Girón y sancionado a la pena capital.
Recuerdo perfectamente cómo muchos periodistas de los primeros años de Revolución conocían que la cifra de las veinte mil víctimas de Batista era una invención de Enrique de la Osa, plasmada en la Revista Bohemia en 1959. Una cifra que jamás ha podido comprobarse y que por falsa, ha dejado de citarse en la prensa gubernamental.
Las víctimas de aquella lucha frontal no pasaron de cien terroristas, más otros que murieron por el mal manejo de las bombas que fabricaban ellos mismos.
Como aquella fue la guerra de Fidel Castro y los derrotados y capturados eran sus enemigos, cientos de hombres fueron fusilados en la Fortaleza de La Cabaña y otros muchos fueron condenados a largos años de prisión.
No hay proporción entre los asesinados a manos de la policía y los fusilados en La Cabaña, durante los primeros meses del triunfo de la dictadura castrista.
Es evidente que estamos ante una sangrienta venganza política, que la Historia ha de castigar.