LA HABANA, Cuba.- A juzgar por su reportaje “La Habana nueva ya está aquí”, aparecido el pasado 19 de enero en el diario español El País, el periodista Mauricio Vicent está fascinado por la nueva fisonomía que está adquiriendo la capital cubana gracias a algunos bastante caros y exclusivos establecimientos de propiedad privada.
Vicent, que durante años fue corresponsal acreditado en La Habana y tuvo sus encontronazos con las autoridades, ahora regresó como visitante y se deslumbró con lo que vio: “la nueva Cuba que sale del cascarón”.
Parece que el tiempo de ausencia, aunque no fue tanto, bastó para hacerle perder la perspectiva y ver maravillas donde lo que hay no es mucho más que maquillaje e ilusionismo, cebos para pescar los euros y dólares de los turistas extranjeros.
El periodista habla de paseos en niquelados carros americanos de los años 50, galerías de arte, lujosos salones de masaje, degradadas cuarterías convertidas en sofisticadas cafeterías-restaurantes, hostales con muebles de caoba y tiendas que venden almohadas en cuyas fundas de hilo hay estampados billetes de 100 dólares y pasaportes.
A Vicent se le fue la mano con el optimismo protocapitalista cuando quiso ver la Plaza Vieja como “símbolo del empuje de los negocios particulares y también un laboratorio de la Cuba futura”.
Refiere Vicent: “Hace dos años, todas las cafeterías, bares y tiendas que había en esta plaza eran del Estado”. Vicent parece ignorar que ahora, prácticamente, es como si todavía lo fuesen. En la Plaza Vieja cualquier hijo de vecino no puede montar su negocio. Los propietarios de esos establecimientos son paniaguados del régimen, gente con relaciones en las altas esferas, la parentela de la elite, sus protegidos, la grey que se encarga de la piñata estatal… No es el Estado socialista, sino sus pirañas.
¿Creerá Vicent que cualquier habanero sin buenas relaciones o pedigrí revolucionario puede acometer un “proyecto comunitario” con el apoyo de la Oficina del Historiador Eusebio Leal? Solo unos pocos emprendedores privados tienen la suerte de ser estatalmente propulsados, como la dueña del Café Bohemia, Diana Sáenz, la hija de Ricardo Sáenz, uno de los fundadores de Prensa Latina, o de Gilberto “Papito” Valdés, el creador de la escuela de peluquería de la calle Aguiar. Para los demás, por mucha iniciativa que tengan, solo hay trabas y prohibiciones, altos impuestos, multas y extorsionadores con disfraz de inspector. Si no tienen quien los apadrine, están condenados al timbiriche y las fritangas, y a ganar apenas lo necesario para que no naufraguen sus negocios…
Vicent, que se las da de saber mirar, explica que “no hay una sola Habana, sino varias”: la colonial, la ecléctica, la decó, la de los años 50, la carpenteriana de las columnas, la de las grandes calzadas, la marinera (Regla y Casa Blanca), la señorial del Vedado, la de las mansiones de Miramar y el Country Club que la nueva clase confiscó a la burguesía derrotada. Pero habla solo desde el punto de vista arquitectónico. Y para referirse a la ciudad que de tanto abandono y desidia, se cae a pedazos y que sigue engrosando la lista de albergados y fallecidos en derrumbes, se limita a mencionar “las fachadas de edificios de Centro Habana y la Habana Vieja que siguen en estática milagrosa, esa increíble categoría creada por los arquitectos cubanos para designar las construcciones que uno ve a punto de desmoronarse pero que ahí continúan”. No vio o no quiso ver las cuarterías apuntaladas a solo unos pocos cientos de metros de las restauraciones de Eusebio Leal, y los llega y pon, las villas miseria que cercan la capital de miseria, insalubridad y marginalismo.
Le sucedió a Vicent con esa parte fea de la ciudad como con el atún a la caña de azúcar de La Guarida, esa famosa paladar donde han estado la reina Sofía, Jack Nicholson, Pedro Almodóvar, Beyoncé, Rihanna y otros famosos, o los garbanzos con langosta de la Casa Pilar, en Miramar, que de tan exquisitos, le hicieron olvidar el hambre casi sudanesa que pasa la mayoría de los cubanos, que con sus míseros ingresos tienen que hacer milagros para poder pagar los cada vez más altos precios de los alimentos en los mercados.
Vicent eludió escribir de temas deprimentes. Prefirió ver, antes que los tugurios y la pobreza de la mayoría, los micro-paraísos artificiales de los privilegiados, los oasis de utilería para adinerados. Pero que no nos quiera convencer de que esa es La Habana que viene y que ya casi está aquí. Si de exagerar se trata, que no sea demasiado…