MIAMI, Florida, septiembre, www.cubanet.org -El miércoles 21 de agosto la guerra civil en Siria entró en una fase candente. El clímax del conflicto lo supuso la utilización de armas químicas- ya se sabe que se trató de el mortífero gas sarín- en el bombardeo de un suburbio cercano a Damasco que en apenas horas quitó la vida a mil personas, una gran parte de ellas niños. Las imágenes de esa masacre recorrieron el mundo preparando la escena para una internacionalización de las hostilidades.
El ataque se produjo casi al cumplirse la fecha funesta del inicio de la Segunda Guerra Mundial, marcada por la invasión hitleriana a Polonia. Un desenlace ante el que los aliados de Varsovia se cruzaron de brazos buscando evitar un coste que finalmente tuvieron que pagar a un precio mucho más elevado en pérdidas materiales y humanas. Algo parecido a lo ocurrido al régimen estalinista con un pacto que aparentemente permitiría evadir el enfrentamiento con las tropas nazis y que además les abrió las puertas al efímero sabor del botín báltico.
El macabro hecho ocurrido en las cercanías de Damasco el pasado agosto imprimió un giro a la expectación internacional que hasta ese momento contemplaba impasible lo que ocurría dentro de las fronteras del país árabe. La acción criminal que apuntaba hacia las fuerzas de Bashar al Assad hacía presagiar la inminencia de una intervención militar encabezada por Estados Unidos. Una respuesta que el presidente norteamericano Barack Obama había adelantado como ineludible en caso de conocerse el uso del arma química en el conflicto.
La lógica del dictador sirio argumentando una provocación que precipitara la entrada de las potencias occidentales en ayuda de la parte rebelde, cayó en terreno propicio. Es sabido que las fuerzas anti Assad están permeadas por elementos extremistas que en el futuro pueden significar un peligro mayor en la región. Basta con los motivos de preocupación que han dejado las declaraciones y actitudes de los elementos de Al Qaida que combaten con las fuerzas antigubernamentales. Un elemento que sirve de peso a quienes quieren evitar la caída del régimen sirio y le apoyan.
Pero en el capitulo de guerra siria existen aspectos mucho más críticos que la entrada o no de fuerzas extranjeras o la decisión de Obama sobre una acción de guerra que pocos quieren. Mucho más que el ataque bárbaro con gas venenoso. Se trata de más de dos años de enfrentamientos que acumula un monto que sobrepasa las 100 000 muertes, un número mayor de heridos y seis millones de desplazados. Entre estos cabe mencionar la escalofriante cifra de dos millones de niños. Todo sin que ello parezca importar más allá del impacto noticioso en reseñas y datos. Violencia a la que nadie le importa poner fin porque se trata de un conflicto ajeno que no interfiere con nuestra tranquila vida. Si acaso nos escandalizamos con las imágenes exhibidas por los noticieros. Mientras esperamos por la comida caliente de cada día, nos conmueve el rostro desesperado de los que apenas pueden llevarse algún alimento a la boca tras días de espera viviendo en las duras condiciones de un refugio improvisado.
No se trata de que Estados Unidos y algunos de sus aliados decidan terminar con un conflicto determinado porque en este se ha pasado cierta línea roja. Línea que se acota con la fuerza de las armas pero donde la parte preocupante se encuentra en el silencio cómplice, la pasividad de los gobiernos reunidos en las Naciones Unidas y el hecho de que esos mismos regímenes que ahora son condenados por genocidio sigan formando parte del organismo internacional, donde incluso llegan a ocupar cargos de responsabilidad moral en algún momento, sin que su carácter tiránico haya sido un impedimento.
En Siria estamos ante una realidad cruda que ya ha supuesto muchas inútiles líneas rojas en la historia reciente de la Humanidad. Fue la misma frontera que se pasó en Kampuchea, Bosnia Herzegovina, Ruanda o Irak donde en un solo día fueron gaseados cinco mil kurdos por las tropas de Sadam Hussein. Acciones que requerían una pronta respuesta antes de que la situación llegase al punto de no retorno. Algo que no admite comparación con una infeliz bronca callejera protagonizada por niños bravucones que miden fortaleza ante una línea en el asfalto de una calle cualquiera en cualquier ciudad. Imagen usada con nostalgia por el periodista ¿exiliado? en Miami Lázaro Fariñas en su escrito publicado por Juventud Rebelde para explicar la encrucijada del presidente Obama.
En el caso sirio, como en tantos otros, se trata del horror de la guerra entre hombres que acuden a la violencia para dirimir diferencias o imponer su poder. Unos para reprimir a quienes salieron en protestas pacíficas pidiendo el cese del despotismo o los que responden al terror represivo buscando terminar de una vez con el estatus que lo genera. Ocurre que la peor parte siempre se la llevan las víctimas inocentes que reciben el mayor peso de muerte y destrucción. Duele sobre todo cuando se trata de niños que ven tronchadas sus vidas y que en caso de sobrevivir quedarán marcados por una tragedia que los dejó huérfanos de padres y recuerdos. Una niñez en la que no hubo espacio para la experiencia de un juego de atrévete y verás, ingenua pulsa infantil de traspasar una simple raya trazada con carbón o yeso en las calles de cualquier ciudad enloquecida por el fragor de las bombas y la metralla.