LA HABANA, Cuba.- La noticia de la inminente llegada a la bahía habanera de un ferry de Estados Unidos, que inauguraría una ruta entre ambos países, corre como pólvora entre los habitantes del barrio de Belén en el capitalino municipio de la Habana Vieja.
Parte del convencimiento en el hipotético arribo se asienta sobre las últimas notas relacionadas con los encuentros de alto nivel entre los funcionarios de ambos países como parte del proceso de normalización de relaciones.
En solares y cuarterías cobran auge las estrategias para sacarle el mayor provecho a un evento que en realidad tiene más de ilusión que de posibilidades reales de materializarse, al menos en lo que queda de año. No obstante, los rumores insisten en un atraque antes del 31 de diciembre de 2015.
Como una creencia salvadora, en Cuba se ha propagado la idea de que los turistas norteamericanos son más generosos y pudientes que los europeos.
Sobre esas conjeturas se explican las ilusiones de quienes han aprendido el duro oficio de sobrevivir en la periferia del socialismo durante décadas a base de migajas, promesas a granel y un miedo atroz a ponerle voz y determinación a sus reconcomios. Obreros, estudiantes, vagos habituales, ancianos, amas de casas y profesionales, sueñan con un encuentro que se traduzca en dólares contantes y sonantes.
No importan los procedimientos para obtener tan siquiera una ‘calderilla’ que ayude a aliviar el hambre o cualquiera de las otras necesidades que han echado raíces en todos los nichos del proletariado desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí. El cubano de a pie ha comprendido la inutilidad de los prejuicios en los entretelones de la subsistencia, donde el Partido y sus instituciones afines lo ubicaron por tiempo indefinido.
Venderles a los turistas cajas de tabacos falsificados y botellas de ron barato con la etiqueta de Havana Club, es parte de una cultura que choca con el modelo de ciudadano que se promueve en los medios de comunicación controlados por el Estado. Ni hablar del sexo a precio de saldo y la venta de drogas, actividad que ha ido en aumento y que podría alcanzar cotas inimaginables frente a un potencial crecimiento de visitantes de otras latitudes, sobre todo desde el territorio de la superpotencia.
Muchos de mis vecinos aguardan por los pitazos del ferry en la rada capitalina para poner en marcha sus planes de cautivar a los visitantes a como dé lugar. Andrés, que trabaja hace más de una década en la empresa estatal de comunicaciones, ETECSA, es uno de los que saldrá a probar suerte, si no hay muchos policías.
“Dicen que el ferry es de gays y lesbianas. Ese no es mi mundo, pero veré que se puede hacer. Por lo menos hablo inglés. Podría ganarme algo por traducir”, me dice mientras sonríe.
Con retazos de informaciones que llegan de fuentes extraoficiales e historias que brotan del entusiasmo y la imaginación se tejen los hilos de la esperanza en separarse por algunas horas o días del racionamiento a costa de los gringos que vienen en el anhelado transbordador.