LA HABANA, Cuba.- En días pasados el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez llegó al Estadio Latinoamericano, en La Habana, para encontrarse con los peloteros que entrenaban con vistas a su participación en el Torneo Preolímpico de esta disciplina. Y por supuesto que el mandatario no se contentó con presenciar las prácticas de los atletas, sino que aprovechó la ocasión para arengarlos en pos de una buena actuación en el evento, con sede en el estado norteamericano de Florida. Al final escuchó las palabras de algunos peloteros que se comprometieron a “darlo todo en el terreno”.
El benjamín del poder, al referirse a una hipotética consolidación del béisbol cubano, apuntó que “es un proceso en el cual vamos a seguir todos muy comprometidos y muy involucrados para volver de nuevo a los planos estelares en este deporte que es pasión nacional, y que como conversábamos en la entrada merece ser reconocido como patrimonio de la cultura cubana”.
Cualquiera diría que es auténtica la pasión del gobernante cubano por el deporte de las bolas y los strikes, y que la visita al Latinoamericano respondió en gran medida a su interés por colocar a este deporte en los primeros planos a nivel internacional, e incluso reubicarlo en la preferencia del público cubano.
Sin embargo, para un observador de la realidad nacional queda claro que no son esos los sentimientos reales que mueven al jefe de Estado. Si fueran ciertas sus palabras, la televisión cubana le brindaría al béisbol la cobertura que todo deporte nacional merece, Y, lamentablemente, no sucede así.
Bajo el mandato del señor Díaz-Canel ha continuado la estrategia castrista de mantener una presencia casi nula del béisbol internacional en la pantalla chica de la isla. No se transmiten juegos de la MLB de Estados Unidos, ni de la Liga japonesa, ni de la coreana, ni de cualquier otra liga de nuestra región.
En cambio, el canal Tele Rebelde nos satura de fútbol internacional a toda hora. Los jóvenes cubanos, y también algunos menos jóvenes que han sido arrastrados por semejante maniobra gubernamental, conocen a la perfección las estadísticas de todas las ligas europeas de fútbol, y en cambio desconocen las actuaciones de los peloteros cubanos que brillan internacionalmente, sobre todo si sus actuaciones son al margen de acuerdos en los que mediara la Federación Cubana de Béisbol.
Entonces tendríamos que pensar que la perorata de Díaz-Canel no fue una apuesta sincera por la salud del béisbol, sino que acudió al Latinoamericano a tratar de comprometer a los peloteros con la defensa, en el campo deportivo, del régimen que él representa. Y, sobre todo, para inocularles el mensaje ideológico de que el abandono del equipo sería una traición que no se perdonaría.
Mas, el señor Díaz-Canel pasó por alto las penurias materiales que sufren los peloteros en la isla, la mala atención que reciben en buena parte de las instalaciones durante las series nacionales, la agobiante tutela que soportan de las autoridades de la Federación Cubana de Béisbol a la hora de firmar un contrato internacional, así como de la legítima aspiración de las jóvenes figuras por probar su calidad en las ligas más fuertes del mundo, incluyendo lógicamente a la MLB de Estados Unidos.
Por tales motivos no ha sido tan sorpresiva la decisión del joven César Prieto de abandonar la delegación cubana al llegar a la sede del evento. Él tiene todo el derecho, como lo está haciendo su coterráneo José Dariel (Pito) Abreu, de demostrar -como lo evidenció en la última serie nacional- que es un fuera de serie en el béisbol.
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