LA HABANA, Cuba -El semanario Trabajadores, en su edición del lunes 30 de junio, dedica su sección de Economía al tema de la planificación. Entre las ideas expuestas me llamó la atención una, que sintetiza una de las contradicciones en que se debate la economía cubana: “La planificación constituye un proceso político-ideológico que expresa la voluntad de priorizar el aporte a la sociedad por encima de cualquier interés colectivo o individual”.
O sea, que uno de los pilares de la actualización del modelo económico, la autonomía de las empresas, que supone la puesta en primer plano del interés material de los colectivos empresariales, debe de subordinarse a las directivas de la planificación centralizada, que responde a la voluntad del aparato de poder.
Para colmo no nos hallamos aún en presencia de una planificación financiera, portadora de un control indirecto sobre las empresas, sino que seguimos anclados en la planificación material, la que preconizaba el Che Guevara en los años 60, y que no dista mucho de esa especie de “economía de guerra”, en la que los niveles superiores dejan poco margen de maniobra a las entidades de base.
Otra de las incongruencias de la planificación es que, a pesar de presentarse como un mecanismo que tiende al ahorro de recursos, deviene con frecuencia en un episodio de despilfarro, unas veces por desconocimiento de los planificadores, y otras por acciones premeditadas.
Esto último lo podemos constatar, entre otros casos, en la labor de los planificadores de las empresas. Ellos, con tal de asegurar los recursos que permitan cumplir las metas asignadas, y quizás considerando los muchos imponderables que puedan aparecer— falta de medios de transporte, incumplimiento en las contrataciones, etc.—, informan sus necesidades sobredimensionadas.
Precisamente, en la más reciente reunión del Consejo de Ministros, la contralora general de la República, Gladys Bejerano, incluyó esa deficiencia entre los hechos de indisciplina, ilegalidad y corrupción administrativa. Bejerano indicó que al no partirse de una base objetiva para la planificación, “se propicia la sobreestimación de la demanda de insumos y materias primas, la que en un inadecuado ambiente de control favorece la creación de productos excedentes que nutren el desvío de recursos y la apropiación indebida”. Y aunque no lo dijo, es muy probable que la Contralora estuviese pensando en el hipotético desvío de esos recursos estatales para el trabajo por cuenta propia, una de las acusaciones de las autoridades a ese sector emergente de la economía.
Uno de los mitos referidos a la planificación, y que se desinfla año tras año, es la participación de los trabajadores en la confección de los planes de las entidades. Ellos participan en asambleas y sugieren cifras en las distintas categorías del plan; cifras que casi nunca son tomadas en cuenta cuando los organismos superiores les bajan los planes directivos a las empresas.
A propósito, la edición extraordinaria no. 21 de la Gaceta Oficial de la República de Cuba, de reciente aparición, contempla siete indicadores directivos que las empresas deben cumplir en lo adelante: las ventas netas totales, las utilidades del período, el encargo estatal, las ventas para la exportación, el aporte por el rendimiento de la inversión estatal, la rotación del capital de trabajo, y el aporte en divisas. Como puede apreciarse, lo esencial del trabajo de una empresa se resume en estas metas que provienen “de arriba”
Al parecer, los gobernantes cubanos no quieren aprender la lección china o vietnamita. Esas naciones han demostrado que para acceder al bienestar económico, en el binomio planificación-mercado, es menester que el segundo elemento lleve la mejor parte.