LA HABANA, Cuba. ─ Por estos días finales de febrero, pero hace 58 años, en 1963, se inició el rodaje de la película Soy Cuba, de Mijaíl Kalatózov.
El director georgiano, que seis años antes había realizado Cuando vuelan las cigüeñas, premiada en Cannes, había llegado unos meses antes a La Habana al frente de un equipo de realización soviético para hacer una película sobre la revolución de Fidel Castro, cuando aún no se calmaban los temores que habían provocado la Crisis de los Misiles.
Para la que sería la primera coproducción entre Mosfilm y el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), Kalatózov contó con la colaboración como guionistas del poeta Yevgueni Yevtushenko y del realizador cubano Enrique Pineda Barnet.
La filmación de Soy Cuba ─que terminó en abril de 1964─ fue una de las más largas de la historia del cine: duró un año y dos meses.
El resultado fue un engendro artificioso y esperpéntico. No podía salir otra cosa de la relación contra natura entre Cuba y la Unión Soviética, con la Guerra Fría como telón de fondo.
La cinta dio una visión “a lo bolo” de Cuba, destinada a apparatchiks del PCUS, obreros destacados de la emulación stajanovista y vanguardias del Konsomol leninista.
Con demasiado pseudo-folklore y un exceso de utopía revolucionaria, Cuba era presentada, luego de la destrucción de los casinos de la burguesía y de la nacionalización de las compañías norteamericanas, como una inmensa cuartería habitada por felices y valerosos milicianos y macheteros. Buenos salvajes que, entre danzas y cantos exóticos, amenazados por el imperialismo yanqui, construían la sociedad socialista.
La imagen que daba Kalatózov de Cuba era tan estereotipada que no agradó a los comisarios culturales castristas, que se apresuraron a declarar que esa no era Cuba; tampoco a los del Kremlin, que le hallaron “debilidades ideológicas”.
La película, pese a las innovaciones técnicas de Kalatózov y su equipo de realización, fue un fracaso en su momento. Pero casi 30 años después, en 2005, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese la redescubrieron en los archivos de Mosfilm y quedaron impresionados por su calidad artística. Luego, la llevaron a Estados Unidos, donde llegaron a catalogarla como una obra maestra de la cinematografía mundial y la incluyeron en la lista de los más importantes filmes del siglo XX, solo un poco por debajo de El acorazado Potemkin y Ciudadano Kane.
Paradojas del academicismo liberal posmoderno que, con una sapiencia abrumadora basada en cánones inescrutables ─y siempre teniendo en cuenta lo políticamente correcto─ decide, de modo inapelable, qué es o no una obra maestra.
El largamente postergado e inesperado éxito de Soy Cuba, más allá de las proezas técnicas de Kalatózov y su audaz y controvertida estética, se debió a una mezcla de esnobismo, desconocimiento y oportunismo político de ciertos medios intelectuales liberales e izquierdistas norteamericanos y europeos. La imagen romántica de Cuba que daba la película de Kalatózov, aunque totalmente irreal, era la que les convenía y resultaba más cómoda para adelanto de sus agendas políticas y alivio de sus escrúpulos, al allanar el camino para los tratos apaciguadores con la dictadura más antigua del Hemisferio Occidental.
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