LA HABANA, Cuba. ─ Advertía hace unos años Carlos Alberto Montaner que “en América Latina nadie jamás desaparece del todo, haga lo que haga, ni siquiera tras la muerte”. Para corroborarlo, ahí están las sucesivas reencarnaciones del peronismo, el sandinismo y el aprismo, entre otros.
Las políticas de los líderes que más daño hicieron a sus naciones, como las de Juan Domingo Perón en Argentina, son las más persistentes en sus retornos. Ahora, en Perú, pudiera retornar el fujimorismo. Si no lo hace en la persona de Alberto Fujimori, es porque el expresidente ─que, secundado por su lugarteniente Vladimiro Montesino, resultó un dictador─ está imposibilitado de presentar su candidatura a la presidencia por estar en prisión. Pero a la contienda electoral irá su hija Keiko, de 46 años.
Si Keiko Fujimori no logra la presidencia será porque habrá sido derrotada por Pedro Castillo. Y eso sería lo peor que le pudiera pasar a Perú.
Pedro Castillo, un ensombrerado maestro rural y sindicalista que no parece tener límites en cuanto a ridiculeces, es un obnubilado por el llamado “socialismo del siglo XXI” y no oculta sus intenciones, si llega a la presidencia, de reformar la constitución e instaurar una “democracia popular y participativa”.
Debido a las agudas desigualdades sociales existentes en el país y al hartazgo de los peruanos con los políticos corruptos que han padecido en los últimos años, es muy probable que se dejen seducir por las promesas populistas de Castillo y, perdonándole sus bufonerías y barrabasadas, voten mayoritariamente por él, dándole la presidencia. Luego, ya sabemos lo que vendrá.
Ojalá que los peruanos comprendan a tiempo que elegir a Keiko Fujimori, aun si significara la restauración de un fujimorismo light, cosa que no necesariamente tiene que ocurrir, sería un mal menor si se compara con lo que les espera bajo un gobierno de Castillo.
De Keiko Fujimori podrían salir dentro de cuatro años, en las próximas elecciones. O antes, como salieron hace poco de Vizcarra. Pero Castillo, luego que esté en la presidencia, como sus mentores Nicolás Maduro, Evo Morales y Daniel Ortega, hará todas las trampas posibles para perpetuarse en el poder.
En el año 2011, Keiko Fujimori perdió en la segunda vuelta una elección frente a Ollanta Humala. Por suerte para los peruanos, en contra de los pronósticos de muchos, Ollanta Humala, aunque corrupto, no resultó como su hermano Antauro, el asaltador de cuarteles cuyo propósito declarado era “limpiar Perú a sangre y fuego de la oligarquía blanca” y, bajo la bandera del cóndor y la cruz negra sobre fondo rojo, recomponer el imperio incaico del Tahuantinsuyo.
Hace diez años, cuando los peruanos tuvieron que escoger entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala, el escritor Mario Vargas Llosa sentenció que era como “elegir entre el cáncer y el SIDA”.
En aquella ocasión, Vargas Llosa, que había sido derrotado por Alberto Fujimori en las elecciones presidenciales de 1990, finalmente, aunque sin entusiasmo, se decidió a votar por Ollanta Humala.
Pero ahora, cuando es peor el dilema, puesto a elegir entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, o lo que es lo mismo, entre la democracia liberal y el socialismo del siglo XXI, Vargas Llosa dio su apoyo a Keiko, la hija de su archienemigo político.
Vargas Llosa es un hombre que no suele equivocarse. Luego de presenciar las dictaduras militares de Odría y Velasco Alvarado, el terrorismo de Sendero Luminoso, el fujimorismo y la plaga de gobernantes corruptos que le siguió, suele preguntarse, con amargura, “cuando fue que se jodió Perú”. Y no quiere Don Mario que con el populismo socialista de Pedro Castillo Perú se siga jodiendo más de lo que está.
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