LA HABANA, Cuba. – Este 28 de enero conmemoramos otro aniversario del natalicio de José Martí con gastadas citas de su extensa obra, a veces sacadas de contexto para servir a fines políticos relacionados con dogmas totalitarios muy ajenos al fecundo pensamiento del Apóstol.
Ahora más que nunca, que la familia ha sido desvirtuada y forzada a la emigración durante decenios, los cubanos deberíamos recordar las relaciones familiares de José Martí, que se conocen poco y han sido tergiversadas.
En medio de estrecheces económicas, en 1878 el Apóstol cubano costeó el regreso de sus padres y hermanas a La Habana desde México y manifestó: “Quisiera yo arrancar súbitamente a mi familia de la situación ―si no miserable ― trabajosa en que hoy la veo”. Luego, continuó priorizando el envío de dinero a sus seres queridos hasta su caída en combate.
Posiblemente, su madre, doña Leonor Pérez, y su hijo sean los miembros de su familia más recordados en su obra gracias, sobre todo, al libro Ismaelillo y a la carta “A la madre”, la primera escrita por Martí en la finca Hanábana, en 1862. Por su parte, Carmen, la esposa de cuna adinerada, ha salido mal parada por haberlo abandonado en Nueva York, sin comprender que su actividad revolucionaria sometía a ella y su hijo a penuria.
Por otro lado, su relación con Carmen Millares de Mantilla y su adorada hija María se han omitido. Durante la guerra en Cuba, desde los campamentos, él les escribía intensamente. Al morir llevaba la foto de la niña en el bolsillo sobre el corazón.
Mariano Martí, el padre, es a veces mostrado como un español explotador y dictatorial, criterios alejados de la realidad. Indudablemente, resultaba difícil para un hombre de baja instrucción, cargado de una numerosa familia y con pocos ingresos y altos principios morales aceptar que su único hijo varón no cumpliera el deber de aportar un salario, sino que continuara sus estudios y, para colmo, se complicara en hechos independentistas.
Pero el rudo Mariano llevaba a Pepe a sus lugares de trabajo en Hanábana, con 10 años de edad, no solo para que lo ayudara en los escritos y contables, sino para que lo acompañara y aprendiera, como cuando viajaron a la Honduras Británica, luego de perder el empleo por no plegarse al contrabando de esclavos. Don Mariano sufrió al ver a Pepe con una cadena en la cintura y una bola de hierro en la pierna, que tendría que llevar durante los seis años de prisión por infidencia. Con su gestión ante el arrendatario de la cantera, él propició el desarrollo del intelectual revolucionario que hoy deberíamos estudiar más.
Las estrecheces económicas llevaron a la familia a México, donde se dedicaron a la sastrería. Allí Mariano recibió a su hijo llegado de España en febrero de 1875, junto al alto funcionario Manuel Mercado, quien recién había propiciado el panteón para enterrar a su querida hermana Ana, y se convirtió en amigo y confidente hasta la muerte del Apóstol en Dos Ríos.
En 1878, Martí escribió: “Mi pobre padre, el menos penetrante de todos, es el que más justicia ha hecho a mi corazón. La verdad es que yo he cometido un gran delito: no nacer con alma de tendero”. En 1883, teniéndolo en Nueva York, opinó: “Papá alegra mi vida, de verlo sano de alma, y puro, al fin en reposo”. El falleció en 1887.
Sobre doña Leonor escribió: “Mi madre tiene grandeza, y se las estimo, y la amo (…) honradamente, pero no me perdona mi salvaje independencia, mi brusca inflexibilidad, ni mis opiniones sobre Cuba. Lo que tengo de mejor es juzgado como malo. Me aflige, pero no tuerce mi camino”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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