MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -La posibilidad de que en Cuba se puedan comprar casas y propiedades inmobiliarias, ha provocado numerosas reacciones en el sur de la Florida. Sorprende que una parte considerable de las manifestaciones estuviera desmarcada del escepticismo que una noticia de esa índole pudiera causar justificadamente en una comunidad exiliada que ha sufrido las consecuencias del sistema vigente en su país. Aunque no faltaron opiniones críticas, en esta ocasión ellas estuvieron acompañadas por valoraciones en las que se destaca satisfacción y alentadoras expectativas.
En un programa de televisión pagado por abogados, uno de los miembros del grupo se refirió encomiásticamente al paso aperturista del General Castro. Además de analizar el contenido positivo de esa medida, el panelista manifestó abiertamente su disposición para invertir en bienes inmobiliarios ofertados en un futuro próximo en el territorio cubano. Los criterios no tardaron en dispararse ante un cuestionamiento inobjetable basado en el respaldo legal en que se sustentarían las posibles inversiones.
En el mismo contexto del show televisivo, de bastante teleaudiencia, surgió otro aspecto llamativo que evidencia el punto de interrelación alcanzado entre las dos orillas tras cincuenta años de conflicto político y movidas migratorias, demostrando que al final son estas las que se imponen a pesar de razonamientos antagónicos o cuestiones de ideología. Resulta que de verificarse la propuesta sobre la libertad para adquirir inmuebles, terrenos y condominios, una gran parte de los potenciales compradores acudirían desde la misma Florida.
El flujo inversionista afectaría los intereses de un mercado sumido en aguda crisis en La Florida, según aseveró el principal especialista del programa de marras, quien no dejó de reconocer que existe una inobjetable parte ventajosa en el asunto. Se trata del estímulo ante mejores precios y posibilidades de ganancias prontas, que prometen ser abundantes, en un terreno casi virgen en el que se disponen a aventurarse cubanos y residentes de otras nacionalidades, venezolanos incluidos que han llegado recientemente huyendo del proyecto bolivariano chavista. Los vaticinios de una hipotética corriente inversionista hacia la cercana Cuba no dejarían de traer beneficios para la economía floridana en renglones correspondientes a viajes, transportes, instalaciones portuarias, almacenes y alguna que otra industria de producción.
La propuesta a aplicarse en los meses venideros por el gobierno cubano sería un acicate para el crecimiento del sector turístico, lo cual puede afectar a los vecinos del área caribeña que sacan ganancias de este rubro. Con mayor extensión insular y por ende más opciones, las propuestas cubanas pondrían una presión competitiva difícil de superar.
Otro programa muy popular de la televisión hispana de Estados Unidos puso el tema en escena y lo sucedido puede servir de termómetro para comprobar el grado de temperatura marcado por la situación. Dos hermanas acudieron a dilucidar un conflicto, ficticio o real, debido a que una de las supuestas querellantes quería tomar la parte de la venta de su negocio para invertirla en Cuba, acción a la que se oponía la contraparte alegando razones éticas. Las litigantes emigraron a Miami en etapas diferentes. Curiosamente la más renuente lo hizo durante la estampida de 1994 y su hermana, abierta a la novedad, en la década de los 80.
La reacción del público espectador puso en evidencia la confusión y los sentimientos contradictorios que están despertando los dudosos movimientos “aperturistas” de Castro, el menor. Los aplausos se escuchaban con igual intensidad para apoyar los alegatos de las partes en pugna. La exposición de la mujer opuesta a invertir mientras exista el castrismo y por lo inmoral de implantar un sistema de explotación doble, donde gobierno e inversores unan esfuerzos para aplastar a los isleños, recibió la misma fuerza de palmas que la dispensada a la defensa del derecho de los emigrados a ser los primeros inversores en su tierra de origen. No hubo diferencias en las aclamaciones ante ambas posturas.
Hace pocos días escuché una aseveración que pudiera ser inventada pero no anda alejada de la realidad. En cierta reunión alguien manifestó al auditorio presente que en estos momentos la mitad de Guanabo pertenece a Hialeah. Una manera de decir que muchos de los negocios que ya se está abriendo en esa zona habanera, populosa por sus playas situadas al este de la capital, se deben al aporte monetario que envían a sus familiares los emigrados cubanos dispersos en una diáspora planetaria pero que sigue teniendo en Miami su asiento principal.
Paralelo a estas elucubraciones, anuncios y expectativas aumentan los puentes aéreos que unen a ciudades norteamericanas y cubanas. En la isla se suman a las que ya lo tienen Santa Clara y Manzanillo y en territorio del Norte abren sus pistas los aeropuertos de Tampa, Fort Lauderdale, Baltimore, Chicago. Dallas, New Orleans, Houston y Puerto Rico. Un indicativo del despliegue de la comunidad cubana en el vecino país y que preludia la avalancha que un día puede lanzar hacia Cuba la mejor de sus inversiones en todos estos años de sufrimiento. Se trata de la fuerza humana que puede rescatar lo que todavía resulta rescatable en su patria. Para ello se precisa mucho más que dinero y deseos de invertir con provecho personal. El tiempo dirá si la disposición existe porque de ser solo esas las intenciones tendrá razón el difunto José Enrique Puente, quien avizorando esa posibilidad dejaba escapar con aire fatalista una sentencia quejosa que pronunciaba invariablemente cuando del tema se trataba: -¡Pobre Cuba y pobres cubanos!