LA HABANA, Cuba.- Mientras el NTV cubano muestra —con su cotidiana dosis de indiferencia hacia los problemas internos— imágenes gozosas de la Casa Blanca, y cuestiona la reciente declaración de Donald Trump sobre prohibir qué se publica en las redes sociales que pudiera afectar su mandato tras el suicidio del corrupto adinerado, y socio suyo, Jeffrey Epstein, algunos opinantes, presuntamente bien asentados, denuncian en sus muros el descontento creciente en el país con las medidas aprobadas por el Ministerio de Telecomunicaciones para una isla tan inconexa en inmediatez como rápida en absolutismos.
La emisión abrupta de los decretos 98 y 99 del imperio castrense coarta la libertad de expresión y de palabra, y el acceso a la información que debería garantizar a ciudadanos la constitución vigente. La misma fue repudiada pacíficamente el sábado anterior ante las puertas de esas instancias.
Frank Garcés, Yaíma Pardo y Eduardo Gómez, entre muchos, vertieron criterios cuales administradores de nodos y sitios en la alternativa red que hasta ayer fuera ilegal pero tolerada. Porque prohibía, entre rígidos estatutos, iniciar polémica, diatriba o siquiera regañar al verdugo que al cabo la decapitaría.
El trovador Raúl Marchena ha publicado una opinión en su página de Facebook, la cual reproduzco:
“Hace tres años era buena SNet, ahora es mala. Di tú. Por su incapacidad la burocracia no ve ninguna utilidad en una comunidad como esta, así que lejos de aprovechar su existencia e incorporarla a la informatización de la sociedad, la desmantela con total tranquilidad. Allá va el sofá por la ventana…”
Y refiere el compositor, diseñador e informático de la UNEAC, perteneciente a la Trovuntivitis villaclareña de la cual es fundador, un artículo a propósito de esa suerte de genialidades creativas del criollo empírico, desprovisto de asistencia ancestral, cuyo contenido aparece disponible en la página de Cubadebate desde septiembre del 2016 bajo coautoría de Óscar Figueredo Reinaldo y L. Eduardo Domínguez, un texto que exuda cantos laudatorios a tales menesteres: “SNet: La Primera Comunidad Inalámbrica de Cuba”.
Se puede constatar en el sitio que han sido borrados los comentarios.
Lo inquietante es que se mueve la usualmente quieta sociedad civil, cada vez con más frecuencia, en pos del reconocimiento a lo que consideran lógico e impostergable sus jóvenes miembros. Pues aún confían, a punto de la decepción, en las órdenes semitransparentes del reinado, en los estatutos prescritos de sus instituciones vacías, así como en los edictos dables de derogarse, porque creen que llegue a proceder darles cabida a auténticos reclamos populares, y porque son portadores en semejante universo conceptual de la razón pura, por ambigua que nos parezca.
Igual circunstancia asistía a algunos activistas LGBTI —honestos o ingenuos—cuando el pasado 11 de mayo se movilizaran en dirección al parque central habanero —previa convocatoria a través de medios homólogos—, terminando interceptados, detenidos, presos unos, otros golpeados, desprestigiados todos en esa misma televisión que cacofónicamente denigra al resto del universo, excepto a acólitos ideológicos. Y, además, ensaya su “estelar mesa redonda” en justificar el abuso, con el mismo Cenesex al que acataron, en plan de seguidores ciegos, semanas antes a las prohibiciones, convertidos de un plumazo en blanco de la ojeriza oficial, al cual el centro debiera, siempre alerta y desconfiado frente a la espontaneidad civil, dar lugar, acallar o explicitar protestas suscitadas contra las procacidades del aparato policial.
Este sábado, el parquecito frente al MINCOM podría incendiarse. Actores y curiosos concurrentes pudieran acabar acusados de ser manipulados por el indocto enemigo. El cual quiere lo mismo que sus apresadores: confiscarles independencia como ellos aparatos, aditivos y conectivos conseguidos con esfuerzo personal y familiar para mantenerse organizados, prestos, y dejarles un vacío de difícil recuperación.
Porque ninguno de esos logros en disputa fue robado ni introducido ilegalmente al país, en tanto no debían de aplastarse. Competir con la aplanadora miamense.
De hecho, las proclamas reales prohíben —sin haberlas consultado nadie— el uso “inadecuado” de esas redes inalámbricas que alguna vez fueron exultadas y señaladas como “válidas por su capacidad cultural diseminadora”. Nada dicen los legajos sobre adquisiciones indebidas o transgresiones desestabilizadoras.
Pero como casi todo lo que funciona bien despierta rabia y envidia en personajillos y personajes de oscura apoyatura que pierden de repente el control y la manipulación del ente liberado de cierta honrosa manera, pues hacen valer su talante sin talento de cercenadores de libertades, siempre ajenas, lo cual resulta óptimo para la falsa imagen de apertura y modernidad que pretenden dar a la otra porción del mundo, que no ha atestiguado en su pellejo los avatares e interioridades de la otra Cuba, la estática y profunda.
Si ya lo hicieron el pasado mayo, no vacilarán en intentarlo este sábado. Porque se trata de la supervivencia individual de los represores, la estabilidad mantenida del partido que militan y el sosiego para el gobierno al que tributan, que son un mismo cuerpo. Pero ahora es de vida o muerte ideológica el asunto. Y más: de cuestionamiento moral si reincidieran en la estupidez.