MIAMI, Florida, septiembre, 173.203.82.38 -Cuando leí la carta de Pablo Milanés dirigida a Edmundo García y las confesiones de Silvio Rodríguez en su blog, inmediatamente comprendí que la nave del castrismo zozobra.
¿Qué reflejan esos dardos envenenados lanzados a diestra y siniestra? Reflejan que entre Pablo, Edmundo y Silvio hay más de resentimientos personales que de discrepancias ideológicas.
Las razones de esos resentimientos – en el caso de Pablo Milanés – son múltiples y complejas. En primer lugar expresan la clásica voluntad de los “intelectuales comprometidos” de distanciarse en momentos de crisis y de borrar las huellas de sus complicidades con los crímenes. Las declaraciones de Milanés no constituyen, de hecho, el reconocimiento de las atrocidades del castrismo. Es algo así como la confesión de un verdugo que intenta cubrir y enmascarar sus complicidades dentro del tradicional esquema de los partidos comunistas: la “crítica constructiva”
Milanés intenta ofrecer unas declaraciones cargadas de crudeza cuando señala “defectos y errores” del sistema y al mismo tiempo transmite el deseo de escapar de toda responsabilidad. Pero lo hace preservando al hombre por quien profesa devoción y lealtad: Fidel Castro
No importan los crímenes ni las injusticias; no importan los atropellos ni los encarcelamientos. Lo importante es ofrecer una paradójica imagen de disidencia política salvaguardando la credencial de militante.
Cuando un “intelectual comprometido” no consigue ocultar alguna verdad – fusilamientos, espionaje sistemático sobre los ciudadanos, chantajes emocionales – entonces se las arregla maquillándose de reformista. Después de haber convivido con los crímenes pretende erigirse en un símbolo de la disidencia política.
¿Cuándo se enteró Pablo Milanés de los fusilamientos, de los campos de concentración, de los pueblos cautivos? ¿Dónde estaba este trovador del castrismo cuando Pedro Luis Boitel agonizaba en una mazmorra? ¿Dónde estaba este poeta de la infamia cuando un grupo de valientes cubanos de la Brigada 2506 fueron encerrados en un camión con el propósito de que murieran asfixiados para así “ahorrarse las balas”, según manifestó el asesino Osmany Cienfuegos?
No hay sustanciales diferencias éticas entre Pablo Milanés, Edmundo García y Silvio Rodríguez. A todos los une un pasado y un presente cargados de oportunismo y miserias morales.
No podemos cegarnos ante la sutileza del lenguaje ni la teatralidad de las emociones. Porque esa ceguera nos puede conducir por un camino equivocado haciéndonos creer que estamos en presencia de alguien que ha enarbolado la antorcha de la libertad, apelando a una emancipación humana y la felicidad. Detrás de esas frases cargadas de sentimientos patrióticos puede haber – ciertamente la hay – una intención tenebrosa.
Y no es que los exiliados cubanos tengamos el corazón de piedra o nos dejemos arrastrar por la irracionalidad y las pasiones. Por el contrario, en innumerables ocasiones hemos expresado nuestro respaldo a iniciativas promovidas dentro de la Isla, incluso hacia aquellas diseñadas por antiguos funcionarios del régimen, y fraguado con ellos relaciones de solidaridad y combate.
Sin embargo, estos demasiados largos años de destierro nos han capacitado para percibir donde hay franqueza y donde falsedad. Ya no nos extasían los cantos de sirenas.
Y es oportuno recordar que el castrismo no nos ha envenenado la conciencia. Estas décadas de hierro y sangre, de luto y lágrimas, de dolor compartido y esperanzas comunes han servido para mantener encendida la pasión por la libertad.
¿Qué pretenden los analistas de la inteligencia cubana y los cabecillas del Departamento Ideológico del Comité Central? ¿Pretenden, acaso, dividirnos o hacernos callar? ¿Cuál ha de ser, entonces, nuestra actitud y nuestra aportación al definitivo derrocamiento del castrismo?
Nuestras acciones han de responder a un ineludible deber histórico. Todos los temas concernientes a Cuba debemos analizarlos y discutirlos, vengan de donde vengan y promuévanlo quien los promueva. No podemos interpretar la tragedia cubana a partir de un intercambio epistolar entre camaradas resentidos ni tampoco desde una empalagosa Carta Pastoral o un ambiguo comunicado del ejecutivo estadounidense.
Si el partido comunista de Cuba ya no puede controlar a sus militantes, si el muro de la unanimidad se llena de fisuras y amenaza con derrumbarse en mil pedazos, si las alimañas salen de sus madrigueras con banderas blancas entre las pezuñas ensangrentadas, pongamos en funcionamiento nuestro arsenal moral y preparémonos para el combate final.