LA HABANA, Cuba -Si el periódico Granma lo afirma, deber estar prohibido dudar que la biografía de Hugo Chávez (Hugo Chávez, mi primera vida, Debate, 2013), escrita por el soporífero Ignacio Ramonet, fuera el libro más vendido este verano en Cuba. Lo imposible de aceptar, ni aun cuando nos obligaran a creerlo, es que también este libro haya sido el más leído entre nosotros.
En un país donde el hábito de la lectura ha descendido a ras del suelo, y donde, por demás, se conoce que Chávez no fue nunca santo de la devoción popular, sino apenas de algún que otro jerarca mañoso y de la intelectualidad adocenada, resulta imposible creer que la gente se haya lanzado a las librerías ansiosa por adentrarse en las burradas y en el pueril histrionismo de este tipo de caudillo subdesarrollado, del cual ya estaban hartos nuestros padres y abuelos mucho antes de que él naciera, mediante sujetos como Fulgencio Batista.
Hace apenas dos años, Chávez fue también protagonista del mayor éxito editorial del verano, en aquella ocasión con “Cuentos del Arañero”, una especie de recopilatorio de anécdotas sobre su vida y su desbordante densidad bolivariana. Definitivamente, es lo que nos toca, y tal vez haya que conformarse, en tanto la policía no apruebe la publicación de los chistes de Álvarez Guedes.
Con respecto a los récords de venta, Granma no tuvo que haber mentido necesariamente. No hay por qué dudar que varios batallones conformados por miembros del PCC, UJC, FEU, FMC, CDR y otras hierbas hayan atacado en masa las librerías con la misión de ganar una nueva batalla para el socialismo del siglo XXI, comprando todos los ejemplares del insufrible macarrón lírico de Ramonet.
Claro que una cosa es que lo compren y otra bien distinta es que lo lean, con todo y que la orden haya venido de arriba, incluso, por más que juren haberlo leído. Ya sabemos que en las encuestas sobre lectura, al igual que en las relativas al sexo, la gente no confiesa sino lo que quisiera hacer, pero siempre pospone. Y para más inri, debemos aceptar lo que digan como verdad científica.
Pero ni aun así nuestros caciques se atrevieron, en decenios, a realizar este tipo de encuestas (sobre lectura quiero decir), lo cual no impidió que sus amigotes del exterior le tirasen la siempre graciosa toalla. Por ejemplo, el colombiano Fernando Zapata, Director del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, sin haber recibido estadísticas oficiales, tuvo a bien declarar que “en Cuba hay una enorme cantidad de lectores, pero no está medido”.
Luego, no es tan ridículo lo que dijo aquel despistado colombiano como que lo haya dicho cuando hasta el propio régimen se ha visto obligado a reconocer (a través de la prensa oficial y de instituciones culturales) los escandalosos bajos índices que hoy padece nuestra población en lo concerniente al hábito de lectura.
No hace mucho, durante el IV Encuentro de Promoción de la Lectura, organizado por la Asociación Cubana de Bibliotecarios, trascendió que la falta de este hábito está afectando seriamente el fomento de la cultura, el desarrollo del pensamiento y el enriquecimiento espiritual en el país. También se dijo que el fenómeno se observa especialmente en los jóvenes, y muy en particular en los estudiantes de todos los niveles, una conclusión a la que llegaron mediante investigaciones realizadas en bibliotecas públicas, escolares, universitarias y especializadas.
El colmo es que ni siquiera la mayoría de los maestros, académicos, periodistas y aun los propios escritores leen lo suficiente para ejercer sus profesiones. Y eso es algo que, aunque no se haya dicho en el IV Encuentro de Promoción de la Lectura, se percibe a través del quehacer habitual de cada uno de ellos.
Resulta descorazonador comprobar, in situ, en la concreta, lo poco que se lee en nuestra isla, cada vez menos. Y no podemos apelar ni siquiera al consuelo (tan socorrido en otras partes del mundo) de que los medios de Internet acaparan la atención de la gente, robando potenciales lectores, puesto que aquí resulta infinitamente más fácil y barato acceder a un libro que a Facebook o Twitter.
Entonces, ¿qué uso podrían darle a un libro, y más a un libro como el de Chávez-Ramonet, las personas que no leen? Cada cual que saque sus propias conclusiones, aunque me temo que muchos tendremos que coincidir en la respuesta.
Lo extraño en todo caso es que el Granma haya perdido la oportunidad de encajar un titular de verdadero interés para sus lectores. Basta con que escribiera: “Ignacio Ramonet resuelve este verano el déficit de papel sanitario en Cuba”.
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