NUEVA YORK, Estados Unidos. – La angustiosa espera de que algo cambie es la espina clavada en los venezolanos que añoran democracia en la sufrida nación bolivariana.
Más aún, la desesperación cunde en el pueblo luego de que se desmoronara el plan para derrocar a Nicolás Maduro y de que Juan Guaidó reconociera que la oposición erró en el cálculo del apoyo de los militares.
“La situación actual es como si estuviéramos en las diabólicas mandíbulas de un perro rabioso, que no quiere soltar prenda…”, me comenta adolorida Marta, en las pocas oportunidades en que podemos establecer comunicación con Caracas.
Agrega: “No sabes la angustia en que vivimos (…) luchamos desde hace casi dos años, todos los días. Todos los días estamos pendientes y acudimos a todas las llamadas que nos hacen, tomando parte en marchas, pese al hambre que sentimos y los dolores por la falta absoluta de medicinas”.
El clamor de Marta es el de cada mujer y hombre de Venezuela que quiere cambios y no soporta más la vida que está llevando desde hace 16 años, acrecentada desde que tomó el poder Nicolás Maduro.
“Los jóvenes son los que han llevado la peor parte, siendo asesinados por miembros de los colectivos que recorren el país diezmando a los opositores al régimen por orden expresa de Maduro. (…) “¿Hasta cuándo?, solo Dios lo sabe”, me dice con tristeza mi colega Marcos, desde Maracaibo.
“Es que los chavistas y los militares todavía piensan que hay riqueza que explotar y mientras haya un gramo de oro y una gota de petróleo, seguirán excavando, extrayendo, chupando y robando el erario nacional”, manifiesta indignada María, una estudiante caraqueña que acude a las concentraciones, pese a que se está recuperando de un perdigón en la espalda.
“Hay tanto interés de terceros en lo que nos sucede que será difícil salir de la dictadura, a menos que haya una intervención de afuera”, comenta Luisa, otra caraqueña que sueña salir de la pesadilla de los chavistas.
“No sé el porqué de este castigo ni cuánto durará…”, se lamenta Juan, un portugués arruinado que tenía una bodega en Quinta Crespo, Caracas, y que, según cuenta, lleva “media vida” en Venezuela. Su establecimiento prosperó hasta que llegó Hugo Chávez al poder y comenzó a expropiar los negocios.
Hoy Venezuela espera.