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García Márquez: Coartadas para desastres

Asención de Remedios la Bella (recreación de la imagen literaria)_tomada de internet
Asención de Remedios la Bella (recreación de la imagen literaria)_tomada de internet

LA HABANA, Cuba.- En Latinoamérica, después de Cien años de soledad, se esfumó el límite entre realidad y fantasía. Eso, si es que alguna vez, entre tanto encantamiento, mezcolanza y confusión de estirpes malditas, lo hubo.

Luego de la ascensión al cielo de Remedios la Bella, de los avatares del Coronel Aureliano Buendía, de la lluvia interminable sobre Macondo y del paso del tren rumbo al Caribe con los cadáveres de miles de huelguistas de las bananeras masacrados, Gabriel García Márquez curó al mundo del mal de los asombros. Y lo que es más importante para los que habitamos en este continente: nos dio las coartadas para nuestros desastres. La esperanza y la posibilidad de tener una segunda oportunidad…

No sé qué sería de nosotros sin estas coartadas casi imbatibles que nos dio el Gabo. Por insólitas, resultaron más bellas y estimulantes que las de los politicastros al uso y los gobernantes en desuso. Nos han consolado en nuestro desamparo y ayudado a soportar a tantos milagreros de la desilusión, criminales con prestigio y medallas, iluminados de pesadilla e idiotas quijotescos que cabalgan siempre a la zurda en un continente donde la derecha parece no lograr tener nunca la razón, ni siquiera cuando efectivamente la tiene.

Hubiese sido demasiado pedirle a Gabo el exorcismo que nos librase de los demasiados demonios con los que cargamos. ¡Si él mismo, caribe al fin, como ciertas mariposas ante la luz, sucumbió en algún momento a su fascinación fatal!

Pero, luego de Cien años de soledad, que definitivamente convirtió la fabulación y la hipérbole en nuestra cotidianidad, ¿qué no íbamos a disculparle al Gabo?

García Márquez siempre jugó limpio con sus lectores. Excepto cuando nos hipnotizaba con su técnica narrativa para que no pudiésemos soltar sus libros antes de la última página. Aunque, por ejemplo, la muerte de Santiago Nasar estuviese anunciada desde el primer capítulo…

García Márquez no se cansaba de repetir que no había inventado nada, que se había limitado a observar atentamente la realidad y contarla luego a su modo. Que lo más importante no es cómo fue la vida, sino del modo en que la recordamos. ¿Qué importa -mejor aun- si no coincide exactamente con la verdad?
Decía que escritores como Faulkner sacaron a flote todo lo que llevaba dentro de él. Así, tan creíble y necesaria resulta Macondo como Yoknapatawpha, y lidiamos con los Buendía como antes lo hicimos con los Sartori.

Siempre tendremos que agradecer a García Márquez por contarnos las cosas que nos rodeaban y en las que no reparábamos: la lluvia interminable, los amores en época de epidemia, los burdeles trashumantes, las hembras insaciables que parecen escapadas de un bolero de ensueño, las putas de candidez letal.

Por suerte para nosotros, sus lectores, García Márquez no tuvo suerte con el cine. Así, ningún director nos robará las fisonomías, colores y hasta olores que imaginamos cuando leemos.