MIAMI, Estados Unidos.- A finales de los años ochenta el distinguido fotógrafo brasileño Sebastián Salgado, quien ostenta imágenes épicas sobre los desplazamientos migratorios de los necesitados en el mundo, estuvo en Cuba documentando uno de los últimos oficios artesanales de la humanidad, según rezaba el encargo: la zafra azucarera.
De hecho, Salgado no logró superar lo que ya algunos importantes fotógrafos nacionales habían alcanzado mediante sus inquietas cámaras en revolución. Pienso en ese libro extraordinario de Iván Cañas, El cubano se ofrece.
El artista brasileño, que era muy hábil para revelar la dureza de la vida, no reparó en el hecho de que la tradicional industria azucarera de la isla se disipaba sin remedio por la ineficacia económica del régimen.
En 2004 Alejandro Ramírez Anderson, cineasta de origen guatemalteco, estrenó su documental DeMoler, sobre el desmontaje del central Paraguay en un proceso llamado eufemísticamente reconversión.
Es un filme melancólico y desafiante, sutilmente contestatario, que coloca a sus protagonistas afligidos, los pobladores del batey, delante de las cámaras para tratar de dilucidar la pérdida absurda de su histórico sustento.
La extraordinaria fotografía del documental corre a cargo de mi buen amigo Ángel González, quien cierta vez comentó conmigo su realización en un programa de la televisión de Miami, hecho que Ramírez Anderson consideró una falta de respeto y manipulación aun contando con la presencia del fotógrafo, quien había elegido el camino del exilio.
En su momento Sebastián Salgado no sólo ignoró la circunstancia que DeMoler nos muestra, sino que tampoco se interesó por dos éxodos gloriosos como los del Mariel en 1980 y el de los balseros en 1994.
Afortunadamente, las fugas de la angustia totalitaria cuentan con imágenes y filmografía acrecentadas desde que el llamado “socialismo real” se derrumbara como el muro de Berlín en 1989.
Los grandes desplazamientos migratorios son empujados generalmente por guerras y hambrunas. Las víctimas están conscientes de escapar para salvar sus vidas en lo que los políticos resuelven irracionales diferendos o la naturaleza devastada se recupera, lo cual puede acarrear mucho tiempo.
La sociedad socialista, sin embargo, se presenta como el mejor de los mundos posibles pero sus pobladores se dan cuenta desde temprano que han sido timados en aras del bienestar de la pequeña facción gobernante, quienes dilapidan recursos y arrasan economías productivas para, supuestamente, alcanzar el futuro de prosperidad prometido.
Ahora mismo hay un “Mariel” de cubanos abocados en la frontera sur de los Estados Unidos, listos para ingresar cuando se presente la oportunidad. Ninguna medida gubernamental ha podido disuadirlos de su empeño.
La muerte ha rondado el cruce del legendario río Bravo, donde se esconden profundas, peligrosas e insospechadas corrientes.
Tanto este cruce como el del estrecho de la Florida, que sigue vigente, aunque quienes lo intentan suelen ser capturados y devueltos a las autoridades de la isla, no son nada recomendables.
No he olvidado el día en que por poco pierdo la vida cruzando el río Bravo por la zona de Matamoros, en compañía de mi esposa. El agua fría parecía calmada, pero al llegar al centro del río el nivel comenzó a ser más alto y la fuerte corriente nos hacía perder la estabilidad.
Éramos varias personas agarradas para resistir el empuje del agua, pero en cierto momento me zafé de la cadena de protección y fui arrastrado por las aguas. Entonces no podía alcanzar la superficie para respirar.
Por instantes pensé que moriría, ya perdía la fuerza para seguir nadando, pero milagrosamente caí por una pequeña cascada y, al final, el remolino que formaba el agua me empujó a la superficie donde tomé la bocanada de oxígeno que tanto necesitaba.
Cuando salí a la orilla americana, exhausto, escuché a Esther voceando angustiada mi nombre. Estaba salvado.
No era mi día de despedida, la vida me tenía deparada numerosas satisfacciones en libertad. Entiendo que la desesperación es mala consejera, pero tampoco, luego de 63 años, se puede esperar sentido común entre los canallas que tienen a un pueblo cautivo sufriendo el más cruel de los disparates sociales y políticos de que se tenga memoria en Cuba.
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