LA HABANA, Cuba. – Los ecos de la marcha pacífica independiente protagonizada el pasado 11 de mayo por activistas LGTBI cubanos en el céntrico Parque Central habanero y a lo largo del Paseo del Prado, sigue moviendo las redes sociales con mayoritarios mensajes de apoyo y solidaridad hacia esa comunidad históricamente victimizada y discriminada, y también —lamentablemente— con la represión desatada contra los manifestantes durante y después de dicho evento.
Hay que reconocer el valor y la determinación demostrados tanto por los LGBTI en reclamo de sus espacios, su identidad y sus derechos, como de otros activistas de la sociedad civil independiente que en demostración de solidaridad y apoyo participaron en el acto.
Numerosas han sido las voces que han denunciado la violencia de la represión, reflejada en el abundante testimonio gráfico aportado por participantes, reporteros de prensa y testigos presenciales, pero pese al injustificable uso de la fuerza bruta, las golpizas y las detenciones contra manifestantes pacíficos que solo enarbolaban mensajes de amor e inclusión, lo cierto es que la marcha puede considerarse un éxito para el movimiento LGTBI cubano y, por extensión, para toda la sociedad civil.
Para analizar objetivamente los hechos y entender el alcance de una marcha que en cualquier otro contexto geográfico podría ser considerada insignificante, es preciso despojar los criterios de todo prejuicio o atavismo sexista, político-ideológico o sectario. La capacidad de convocar y realizar una marcha independiente en Cuba en franco desafío a las disposiciones oficiales y sin esperar un “permiso” de la autocracia y de sus funcionarios constituye una demostración de legítimo civismo por parte de un grupo de cubanos, más alla de condiciones y etiquetas, que todos deberíamos celebrar y apoyar, en especial aquellos que desde la disidencia estamos empeñados en el triunfo de la democracia.
La libertad de manifestación, entonces, debería ser entendida como un derecho de todos, no como feudo de nadie, de manera que sería saludable abandonar cualquier atisbo de elitismo, pedigrí o “derecho de pernada” y ponderar los hechos por lo que se hizo, no por lo que algunos creen se debería haber hecho o dicho, actitud esta que —por otra parte— es típica del Poder que nos oprime a todos.
Hay quienes han criticado a los manifestantes por no enarbolar consignas explícitamente antigubernamentales —y huelga decir que todo movimiento, pensamiento o manifestación independiente en Cuba es implícitamente antidictatorial— o han reprochado a otros por apoyar la marcha LGTBI y (dizque) “no solidarizarse” con algunos grupos de la oposición. Afortunadamente, esta reticencia para reconocer el mérito del esfuerzo ajeno es una posición de minorías.
Un primer elemento relevante y peculiar de la marcha LGTBI del 11 de mayo es el hecho de que no fue organizada por un sujeto ni por un liderazgo personal, sino que se gestó en las redes sociales a partir de un grupo de activistas que libre y espontáneamente decidieron expresar así su determinación a defender sus derechos a manifestarse de manera pacífica en los espacios públicos.
En este punto quedó demostrada la eficacia de las redes sociales inteligentemente utilizadas para estos fines, incluso en un país donde las conexiones son precarias y excesivamente caras con relación a los ingresos. Voluntad y tecnología se aliaron y la marcha fue posible: una lección importante para todo movimiento cívico de estos tiempos.
A la vez, el “liderazgo colectivo” no solo garantizó la realización del acto evitando los habituales protagonismos o personalismos —que tanto han lastrado a otros movimientos civiles y opositores en Cuba— sino que también ganó la solidaridad de otros activistas abiertamente antigubernamentales que tuvieron el respeto y la estatura ética de participar en ella sin intentar secuestrar la manifestación a favor de sus propias agendas ni en pos de lauros personales.
La horizontalidad de liderazgo, por demás, constituye una fortaleza porque descoloca la (i)lógica tradicional del represor, también acostumbrado a un férreo liderazgo vertical en sus propias estructuras de mando. Un liderazgo colectivo, en cambio, tiene la ventaja de limitar relativamente el efecto desarticulador y desmoralizador de la policía política sobre sectores de la sociedad civil independiente, puesto que al no existir un individuo o “cabecilla” —como suelen denominarlos— al cual ubicar como líder movilizador o generador de las acciones y propuestas, y cuyos movimientos puedan ser constantemente monitoreados o simplemente anulados, se potencia la capacidad de existencia y crecimiento del grupo independiente, la rapidez de organización de sus acciones y la visibilidad de sus propuestas.
No por casualidad entre los primeros detenidos y golpeados por las fuerzas represivas el 11 de mayo estaban varios conocidos activistas de la disidencia —a los cuales en un principio quizás atribuyeron erróneamente la dirección de la manifestación— y tampoco es fortuito que en los días siguientes a la marcha y hasta el momento en que se redacta esta columna, se hayan mantenido realizando operativos y detenciones al típico estilo “secuestro” sobre varios participantes, cuyos testimonios coinciden en que sus interrogadores han insistido en el mismo punto recurrente: ¿quién organizó la marcha?, ¿quién es el responsable? Obviamente el régimen necesita una cabeza de turco y muy probablemente, ante su inexistencia, se la van a inventar.
La preocupación e impotencia del Poder son evidentes, y no solo se percibe en tan desproporcionado empeño represivo contra los gestores de una manifestación que, paradójicamente y al decir de la señora Mariela Castro como máxima dirección del Cenesex, resultó minúscula y no representaba a nadie. La Mesa Redonda de la televisión cubana del lunes 13 de mayo —de cuyo panel la susodicha funcionaria formó parte— dedicó un segmento nada desdeñable de su tiempo en pantalla a descalificar y tratar de desprestigiar tanto la marcha como a sus participantes, una práctica habitual del castrismo pero cada vez menos efectiva.
Sin el menor sonrojo los miembros del panel televisivo mintieron acerca de supuestos financiamientos recibidos desde EE. UU. por los imaginarios líderes de la marcha —aunque omitieron convenientemente los financiamientos que Cenesex recibe del extranjero— mientras trataban de minimizar a porfía el número de participantes y desvirtuar el objetivo de la marcha.
Lo mismo de siempre, pero diferente en ese elemento esencial: la castrocracia necesita desesperadamente un culpable que a una semana del “delito” sigue sin aparecer.
Un poco en broma, pero muy en serio, la situación evoca aquella pieza del célebre dramaturgo del Siglo de Oro español, Lope de Vega, titulada Fuenteovejuna, en la que los campesinos de la imaginaria villa de ese nombre asumieron la responsabilidad colectiva de una revuelta que terminó con la vida de su abusivo Comendador. ¿Quieren los represores saber quién organizó la marcha del 11 de mayo? Fue Fuenteovejuna. No obstante, es prudente evitar triunfalismos anticipados, porque lo cierto es que la dictadura cubana perderá definitivamente la partida en el momento en que todos los cubanos que aspiramos a vivir en libertad y democracia dejemos a un lado nuestras diferencias y seamos exactamente eso: Fuenteovejuna.